Algunas consideraciones sobre el cuidado de recién nacidos
Artículo basado en el libro: "El mono desnudo" de Desmond Morris.
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Cada vez que observamos un recién nacido, desde el parto hasta casi el primer año de vida, a todos nos asombra la aparente debilidad física y su marcada incapacidad de supervivencia. ¿Cómo es posible que un ser vivo nazca tan indefenso ante los posibles peligros de la naturaleza?, la respuesta resulta sencilla, ya que los seres humanos nacemos muy inmaduros en cuanto al desarrollo de nuestras capacidades físicas y mentales; o lo que es lo mismo, requerimos un periodo de tiempo más prolongado que el resto de animales para poder desarrollar nuestras capacidades de forma óptima. Es por ello, que los cuidados parentales representan una carga más pesada en el ser humano en comparación con las otras especies animales. Aunque la mayoría de las otras especies deben aplicar los cuidados de forma tan “intensa” como nosotros, nunca los han de aplicar de forma tan “extensa” en el tiempo. Para comprender la importancia de estos cuidados, en este artículo analizaremos algunas consideraciones sobre la atención a los recién nacidos, sin tener en cuenta todo el proceso de gestación materna.
Desde el alumbramiento, es necesario que pasen un día o dos para que empiece a manar leche de la madre; en ese momento, la lactancia suele prolongarse alrededor de los 2 años, pudiendo superar con creces este periodo. Sin embargo, la lactancia por término medio suele ser más breve en la época moderna (entre 6 y 9 meses). Del mismo modo, la menstruación suele interrumpirse hasta el destete del niño, algo que evolutivamente tiene mucho sentido, ya que se evita un posible segundo embarazo durante la lactancia del primer niño (lactancia y gestación son dos procesos muy costosos energéticamente para la madre). Aunque si los hijos son alimentados mediante biberón (produciendo el destete antes de tiempo) es natural que no se origine la interrupción mencionada. Lo opuesto también puede observarse, es decir, prolongar el amamantamiento deliberadamente como método anticonceptivo. Teniendo en cuenta que el tiempo de fecundidad de una mujer humana suele durar 30 años, el número de retoños que esta puede tener oscila entre los 10 (si prolonga la lactancia) y los 30 (si reduce la lactancia). El mero hecho de amamantar, es mucho más costoso en el ser humano que en otras especies de primates, ya que es necesario que la madre sujete y guíe las acciones del bebe; mientras que en otras especies de mamíferos, las crías son perfectamente capaces de adherirse a su madre y lactar sin ninguna ayuda con pocos días de vida. Además, existen otras dificultades en el amamantamiento, como la “lucha contra el pecho” en la que el bebe puede parecer que no quiere chupar el pezón, pero en realidad se debe a una mala posición que impide al bebe lactar por falta de succión o por falta de aire. Esto representa una prueba suplementaria a la hipótesis de que los pechos de las hembras humanas, son fundamentalmente un aparato de señales sexuales, más que una máquina de suministro de leche. Esta hipótesis se respalda al observar los pechos de otras hembras de primate, que son mucho más planos, incluso en la lactancia, y tienen pezones más alargados, favoreciendo ambas características el amamantamiento.


Si atendemos a otros aspectos más haya de la lactancia, observaremos cuestiones de gran interés, como la forma en la que las madres sostienen al niño contra su pecho mientras descansa. Diversos estudios han demostrado que el 80% de las madres acunan a sus hijos en el lado izquierdo. Esto puede parecer no tener nada de especial, ya que el lector perspicaz se habrá percatado de que un porcentaje similar de mujeres son diestras, de forma que al sujetar al niño con la mano izquierda, tendrían su mano dominante libre. No obstante, si atendemos al grupo de mujeres zurdas que participó en estos ensayos, se observa cómo el 78% de las madres zurdas sujetan a sus hijos con la mano dominante, lo cual no encaja con nuestra suposición inicial. Otros lectores más sagaces, puede que ya hayan descubierto la verdadera razón, y se basa en la posición del corazón. La hipótesis inicial que defendía esta tesis, se centra en que los latidos maternos actúan calmando al bebe, y que las madres, ya sea de forma consciente o por prueba y error, han determinado que es un método eficiente para sujetar al niño y mantenerlo calmado. De hecho, esta hipótesis ha sido demostrada mediante experimentación, en la que un grupo de niños recién nacidos que permanecían en observación, lloraban un 60% menos cuando se le ponía un disco que simulaba los latidos del corazón a un ritmo de 72 latido por minuto, en comparación a cuando no escuchaban el disco. Además, los niños que disfrutaron de este ritmo de 72 bpm (beats per minute), mostraron un mayor aumento de peso en comparación con los del otro grupo. En otro experimento en el que se medía el tiempo requerido por los recién nacidos para dormirse; se establecieron 4 grupos: el primero estaba en silencio, al segundo se le ponían canciones de cuna, al tercero se le pusieron un metrónomo con 72 golpes por minuto y en el último grupo, se reprodujo una grabación de latidos de corazón reales. Los resultados no dejaban margen de dudas, los niños que escucharon la grabación se durmieron en la mitad de tiempo en comparación con los otros grupos, lo cual también descartó la utilidad del metrónomo para suplir este efecto. Esta explicación, también justificaría por que las madres mecen a sus hijos para tranquilizarlos a un ritmo similar al de los latidos del corazón, o incluso porque nos mecemos de adultos al sentirnos angustiados. Estos movimientos y sonidos rítmicos nos tranquilizan y calman, ya que nos retrotraen a la tranquilidad y protección que sentíamos en el seno materno; antes de que unas extrañas manos y unas violentas contracciones uterinas, nos alejaran del mayor remanso de paz que encontraremos en nuestra vida.
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