Algunas incongruencias del capitalismo
Artículo basado en el libro: "La ética protestante y el espíritu del capitalismo" de Max Weber.
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“Ten en cuenta que el tiempo es dinero, quien cada día podría ganar diez chelines, y se pase medio día haciendo el holgazán, aunque solo se gaste 6 peniques en sus diversiones, además ha gastado los 5 chelines que ha dejado de ganar”, “Ten en cuenta que el crédito es dinero…”, “Ten en cuenta que el dinero tiene un naturaleza fértil y prolífica, el dinero produce dinero, y cuanto más dinero sea más rápido lo hará… quien malgasta una moneda de 5 chelines, asesina todo lo que podría haber producido con ella”, “Ten en cuenta que un buen pagador es el dueño de la bolsa de cualquiera, por lo que paga tus deudas a tiempo”, “Junto a la laboriosidad y a la moderación, nada contribuye más para sacar un hombre adelante como la puntualidad y la justicia en los negocios”, "Muestra que recuerdas tus deudas, te hace parecer un hombre cuidadoso y honrado por lo que aumentará tu crédito”, “Cuídate de considerar de tu propiedad todo lo que posees, de cómo lo usas y cómo lo gastas”, “Evita los gastos inútiles, pueden convertirse en una suma enorme con el tiempo”.
Benjamin Franklin es el responsable de semejante sermón, aunque con ciertas licencias del autor de este artículo. Nadie pone en duda que estas frases son un reflejo fiel del espíritu del capitalismo, aunque no reflejen la completitud del sistema. Son muy representativas del sistema económico en el que vivimos, la idea de avaricia, el ideal de hombre de honor, como hombre digno de crédito; pero sobre todo, la idea de obligación de un individuo en relación al interés por aumentar su capital, al que se considera un fin en sí mismo. Como dijo Adam Smith (padre del capitalismo moderno) “Es la búsqueda de beneficio lo que dirige a todos los hombres”. Tanto Franklin como Smith, no proporcionan una serie de consejos sobre negocios, sino que predican una ética y un modo de vida, cuya infracción relega al infractor a la estupidez y a la miseria. Todas las máximas morales expuestas por Franklin, tienen un enfoque utilitarista: la honradez es útil porque proporciona crédito, no porque haya que actuar de forma honrada con el prójimo; la laboriosidad y la moderación son útiles porque permiten acumular capital, no porque haya que desempeñar una labor hacia nuestra sociedad y vivir con mesura. Estas virtudes, son consideradas virtudes exclusivamente por los beneficios personales que acarrea en un sistema capitalista, fuera de este sistema carecerían de sentido. Del mismo modo, la máxima católica ama a tu prójimo como a ti mismo, es una máxima egoísta, ya que no busca el beneficio del prójimo de una forma desinteresada, sino en cuanto a una relación de reciprocidad. Por ello es mucho más útil para la sociedad el imperativo categórico kantiano, que indica la necesidad de obrar como si tus actos se convirtieran en leyes universales. En síntesis, para Franklin, las virtudes solo pueden considerarse virtudes, siempre que resulten útiles al individuo, independientemente de su efecto hacia el colectivo social. Además, mediante este enfoque utilitarista de las virtudes, éstas se convierten en máximas egocéntricas, en dónde la obtención de dinero se convierte en un fin en sí mismo, convirtiéndose en algo completamente irracional.
Esta idea de lucro y de “hacer de las personas dinero” se suele sustentar en el principio de “deber profesional”, una idea tan habitual en las sociedades modernas que no nos hemos parado a pensar que no es tan evidente como parece. El sistema económico capitalista es el encargado de construir este principio en cuanto a que necesita de los empleados y los trabajadores (creados mediante selección económica) para su sustentación. Sin embargo, estas ideas que forman la base del capitalismo, son muy anteriores a la instauración de un sistema plenamente capitalista, ya que las ideas de Franklin con las que ha comenzado este artículo, serían perfectamente aceptables en la Antigüedad y en la Edad Media; sobre todo, en cuanto a una forma de pensar basada en las expresiones de la avaricia y el individualismo. La codicia del chino previo a la revolución cultural, la del aristócrata de la antigua Roma o la del terrateniente medieval, escapan a toda comparación. Es decir, la carencia de escrúpulos en la defensa de los intereses propios y el interés por ganar dinero, son prácticamente universales, y tan ubicuos como la guerra. Este lucro desmedido alejado de cualquier principio ético, origina un oxímoron en cuanto a que a menudo suele coexistir con la más estricta tradición (religiosa, monárquica…); tradiciones que imposibilitan, impiden o limitan el desarrollo de dicha avaricia. Lo cierto es que esta ambición amoral, ha sido tolerada, considerada desagradable pero aceptada como inevitable desde el punto de vista ético.


El primer contrincante con el que se tuvo que enfrentar este “espíritu del capitalismo” desde un punto de vista ético, fue el tradicionalismo, ya que el ser humano suele aferrarse al modelo de vida que considera tradicional; veámoslo con un ejemplo: Uno de los métodos, que los empresarios modernos emplean para maximizar el rendimiento de sus trabajadores, es tratar de que estos aumenten el rendimiento de su trabajo, para lo cual, suele poner el sueldo en relación con este ritmo de trabajo, permitiendo así que los trabajadores aumenten sus beneficios. Sin embargo, las subidas de sueldo pueden a menudo generar un efecto opuesto, en donde en vez de aumentar el ritmo de trabajo, éste disminuye. Supongamos una jornalera que percibe un determinado sueldo por cada metro cuadrado cosechado, si el monto percibido por esta labor, aumenta por unidad de área (en vez de 2 euros por m2 pasa a 3 euros por m2), lo lógico es suponer que el trabajador aumentará su ritmo de trabajo para aprovecharse de ese incremento salarial y poder obtener mayores ganancias (recordemos la máxima de Smith de que la obtención de beneficios es lo que dirige a todos los hombres). Sin embargo, suele darse el caso en el que el jornalero, en vez de trabajar más para ganar más, busca trabajar menos para ganar lo mismo que con su anterior salario. No busca ganar más, sino trabajar menos, de forma que pueda ganar lo mismo que antes para cubrir sus necesidades tradicionales.
El ser humano no quiere ganar dinero y más dinero (como si fuera un fin en sí mismo), sino simplemente vivir, vivir como estaba acostumbrado a vivir y ganar lo que haga falta para ello. Esta situación, se observa más cuanto mayor sea el retraso (desde el punto de vista capitalista) que muestran los trabajadores de una región. Tras la situación explicada, los terratenientes (análogos del empresario) que deseasen aumentar su producción, sólo les quedaría reducir el sueldo de los jornaleros, con la intención de que estos aumenten su rendimiento de trabajo para poder ganar lo mismo que antes y poder satisfacer sus necesidades tradicionales. Ahora bien, para poder instaurar esta segunda práctica, es necesario que el empresario disponga de un excedente de población al que contratar, en caso contrario, si el empleo fuera del 100%, los jornaleros más productivos se dirigirán hacia otras tierras en las que su trabajo fuese mejor remunerado. Aun así, el rendimiento del trabajo desciende cuando el sueldo es fisiológicamente insuficiente; además, estos sueldos bajos conllevan inevitablemente a la selección de los trabajadores menos hábiles por las razones antes expuestas. En estos casos, los sueldos bajos no son rentables, y tienen un efecto opuesto al que se pretende. El capitalismo exige al trabajador una mentalidad que se aleje del pensamiento de cómo buscar el mismo sueldo con una máxima comodidad y un mínimo rendimiento. Sin embargo, esta mentalidad, no aparece de forma natural, ya que en cuanto a sistemas energéticos, los organismos vivos tratan de mejorar su eficiencia energética, minimizando los gastos y maximizando los beneficios. Es decir, la mentalidad opuesta a la buscada por el capitalismo. Por ello, como esta mentalidad no se da de forma natural, y tampoco se puede obtener mediante el aumento o disminución de los salarios, se tiende a desarrollar a través de un proceso educativo de larga duración, en donde se acentúa e incentiva la competencia, y se desarrolla esa ética del trabajo y el esfuerzo, tan contraria a nuestra propia naturaleza. El capitalismo es literalmente antinatural.
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