Cáncer Sin Miedo: Entender la enfermedad para vencerla

Artículo basado en el libro: "¿Qué puede salir mal? Cómo sobrevivir a un mundo que intenta matarte" de Sandra Ortonobes Lara

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Aunque las principales causas de muerte a nivel mundial varíen en función de factores como la región geográfica, el nivel socioeconómico y el acceso al sistema sanitario; más allá de las muertes “no naturales” como los accidentes de tráfico, el suicidio o las sobredosis (actualmente la primera causa de muerte entre la población joven de EE.UU. debido a la crisis del fentanilo), hay una enfermedad que atrae la mayor parte de la atención, un mal que acecha a todas las familias independientemente de su estatus socioeconómico: el cáncer. Aunque a nivel mundial las muertes por cáncer tan “solo” representan el 8% de las muertes globales, en países desarrollados donde las enfermedades curables no representan un gran problema, este porcentaje es muy superior, y alarmantemente no para de crecer. En Europa, por ejemplo, esta enfermedad y sus múltiples subcategorías representan el 19% de las muertes totales; mientras que en países como Canadá o EE.UU. este valor asciende al 25% de las muertes. La OMS (Organización Mundial de la Salud) ha realizado diversos estudios en los que se determina que 1 de cada 5 personas (20% de la población) sufrirá esta enfermedad a lo largo de su vida. Pero este dato no es tan perturbador si atendemos a otros estudios del mismo organismo (OMS) que estiman que para 2040, los nuevos casos registrados de cáncer asciendan en un 45,9%. Seguro que conoces a algún familiar o amigo que ha padecido esta terrible enfermedad, incluso puede que tú mismo la hayas sufrido, por eso en este artículo trataremos de desentrañar los mecanismos que la provocan y los posibles tratamientos que existen en la actualidad.

En primer lugar, debemos dejar claro que el cáncer es un proceso muy complejo que involucra muchos sistemas de nuestro organismo, por lo que este artículo abordará la enfermedad de una forma resumida e introductoria. Miles de las mentes más brillantes del planeta se dedican a desentrañar los secretos que esconde el cáncer y miles más lo seguirán haciendo durante décadas. Para empezar, debemos aclarar que aunque hablemos de cáncer, no se trata de una sola enfermedad, sino un conjunto de ellas. Esto resulta lógico: con la cantidad de células distintas que componen nuestro cuerpo, tiene sentido que existan distintos tipos de cáncer en función del tejido en el que se forme. Cáncer de pulmón, de colon, de mama, de estómago, de cérvix, de vejiga… Sin embargo, todos ellos comparten algo, sea del tipo que sea, en un cáncer se produce una división descontrolada de las células, que de algún modo, se las apañan para escapar de los mecanismos de control de nuestro cuerpo, y consiguen proliferar a sus anchas sin prácticamente nada que las detenga.

Casi nadie es plenamente consciente de la cantidad de cosas que pasan en nuestro cuerpo y nuestras células cada instante. Cada segundo, millones de células de nuestro organismo se multiplican, se diferencian y renuevan los órganos y tejidos que nos componen. ¿Por qué no aumentamos de tamaño con tanta división celular? La respuesta se halla en el equilibrio. Una vez que hemos completado nuestro desarrollo, en la etapa adulta, el número de células que nos compone se mantiene relativamente constante. Es decir, existe un equilibrio entre las células que se multiplican y las células que mueren. En el cáncer, este equilibrio se rompe cuando una célula pierde el control sobre sí misma, y comienza a dividirse sin parar. Cuando una célula funciona correctamente, los estímulos de proliferación y los que ponen freno a esta multiplicación están equilibrados. El problema surge cuando uno de estos mecanismos se daña y el equilibrio se pierde, haciendo que la célula comience a replicarse sin control y termine formando un tumor.

De estas alteraciones son responsables, como no, los genes, entre los que podemos encontrar 2 grandes protagonistas. Los primeros son los genes supresores de tumores, encargados de inhibir la proliferación celular. Por ejemplo, la proteína p53, conocida como la guardiana del genoma, detiene el ciclo de replicación de una célula en caso de que encuentre algún problema en su ADN. Posteriormente, si este problema no puede corregirse, induce la apoptosis en la célula, es decir, la muerte celular programada o suicidio celular. Cuando una célula quiere dividirse, necesita duplicar toda su información genética (ADN) para que cada célula hija tenga una copia. Pero este proceso de replicación, es tan complejo e involucra tantas proteínas, que es inevitable que se cometa algún error. Es cuando se da este error en la replicación cuando intervienen los genes supresores de tumores (y sus proteínas) como p53, frenando la división e intentando reparar el error. Los segundos protagonistas hacen justo lo contrario. Los protooncogenes, así denominados ya que cuando mutan se convierten en oncogenes, que en lugar de frenar el ciclo celular como los genes supresores de tumores, lo estimulan. Es decir, inducen a que las células proliferen. En el cáncer, estos genes que regulan la proliferación (induciéndola o frenándola) mutan, con lo que dejan de funcionar correctamente y desencadenan una proliferación descontrolada. Cuando un gen supresor de tumores muta, pierde su capacidad de detener el ciclo celular, dejando vía libre a la célula para dividirse. Sin embargo, cuando los protooncogenes mutan, no pierden su función, sino que la incrementan, induciendo a las células a dividirse sin parar. Es decir, cualquier mutación en estos genes rompe el equilibrio entre células nuevas y células que mueren, inclinando la balanza hacía las células que se dividen sin control. Por lo tanto, el cáncer se considera a un conjunto de enfermedades debidas a mutaciones en los genes que regulan la proliferación celular: los genes supresores de tumores y los protooncogenes, cuyo resultado es una proliferación descontrolada de las células.

Genes mutados en la aparición de cáncer (Fuente: "Cáncer y mitocondria: Un aspecto central para el desarrollo y crecimiento tumoral" Freyre-Bernal et al.)

Conforme las células cancerosas se dividen sin parar, van acumulando cada vez más y más mutaciones. De esta forma, con el paso del tiempo, estas células adquieren una serie de características que las hacen resistentes a los mecanismos de control de nuestro cuerpo. Por ejemplo, se vuelven resistentes a las señales químicas que inducen la apoptosis, por ello se suele decir que estas células son inmortales. Además, también son capaces de resistir los ataques del sistema inmunitario, mediante la secreción de sustancias capaces de bloquear las acciones de algunas células inmunitarias. Incluso son capaces de reclutar los llamados linfocitos T reguladores, encargados de suprimir la respuesta inmunitaria. De esta forma, al reclutarlos, las células cancerosas consiguen que estos linfocitos se pongan de su bando y detengan el sistema inmunitario por ellas. Aun así, al igual que el resto de células (y cualquier organismo heterótrofo), no pueden vivir del aire, y necesitan grandes cantidades de nutrientes para mantener su elevado ritmo de división. Pero las células cancerosas también presentan una solución para este problema: forman vasos sanguíneos alrededor del tumor que mantienen un flujo constante de nutrientes. Este proceso se conoce como angiogénesis y conlleva a problemas aún más graves. Al conectar las células cancerosas con nuestro sistema circulatorio, estas células acceden a otros tejidos, lo que comúnmente se conoce como metástasis. Una célula del tumor se separa del resto, se infiltra dentro de un vaso sanguíneo y, a través de la sangre, llega a otro tejido, donde se instala y comienza a proliferar dando lugar a un segundo tumor. Esta es la principal causa de muerte por cáncer, y por eso resulta tan importante detectar el tumor antes de que se disemine por el resto del cuerpo.

A pesar de lo escalofriante de esta enfermedad, lo cierto es que a día de hoy existen diferentes tratamientos para hacerle frente. Aun así, puede que estos “remedios” queden obsoletos en cuestión de unos pocos años, ya que como enfermedad que afecta a ricos y pobres por igual, la investigación en los tratamientos contra el cáncer avanza a pasos agigantados. Los tratamientos más convencionales pueden ser la cirugía (extirpación del tumor), la radioterapia (empleo de radiaciones sobre las células cancerosas para causar daños mortales en su ADN) y la quimioterapia (administración de fármacos contra el tumor que por ejemplo inhiben el crecimiento o impiden la angiogénesis). Pero estas terapias tienen un problema, ya que no atacan solo a las células cancerosas, sino también a aquellas que proliferan a niveles elevados, células no dañinas que abundan en nuestro organismo. Por eso, los nuevos tratamientos están encaminados a dirigir de forma específica los ataques a las células cancerosas. La inmunoterapia consiste en fortalecer el sistema inmunitario del paciente para que responda de una forma más potente a la presencia del tumor. Por ejemplo, existen fármacos que inhiben las proteínas utilizadas por las células tumorales para frenar el sistema inmunitario. Una de las más famosas inmunoterapias es la CAR-T, que entrena al sistema inmunitario para que ataque a las células cancerosas y las elimine. Mediante la extracción de linfocitos T del paciente, se les inserta un gen específico en el laboratorio, que les hará expresar en su membrana un receptor de antígeno quimérico (de ahí el nombre CAR por su siglas en inglés chimeric antigen receptor). Este receptor reconoce una proteína específica de las células cancerosas permitiendo a los linfocitos localizarlas más fácilmente. Una vez introducido el gen, los linfocitos se cultivan en el laboratorio en grandes cantidades y se inyectan de nuevo paciente. El principal problema de este tratamiento se basa en que es específico para cada paciente y no se puede aplicar de forma generalizada, lo cual lo hace muy costoso.

Entre el 5 y el 7% de los pacientes con cáncer muestran una predisposición genética; es decir, han heredado genes ya mutados que favorecen la aparición de ciertos cánceres y que, además, hacen que aparezcan más pronto que la media. Sin embargo, la gran mayoría de cánceres se deben a mutaciones espontáneas. La OMS estima que al menos un tercio de los casos de cáncer puede prevenirse mediante acciones como no fumar, un factor de riesgo evitable que provoca más muertes por cáncer que cualquier otro en todo el mundo: un 22% de los fallecimientos anuales de entre todos los casos de cáncer. Mantener un peso saludable, practicar ejercicio físico a diario, una buena alimentación, limitar el consumo de alcohol y participar en los programas de diagnóstico precoz, son las principales recomendaciones de la OMS para prevenir esta enfermedad mortal. Al final, por mucho que sea una cuestión de azar, el cáncer funciona como la lotería, cuantos más boletos compres (menos de estas indicaciones realices) más probabilidades tienes de que te toque, pero en este caso es mejor evitar el “premio”.

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