¿Cómo eran las terapias de conversión de la homosexualidad?
Artículo basado en el libro: "Experimentos en terapia de la conducta Vol. I" de H. J. Eysenck y Basil James.
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La homosexualidad ha sido tanto aceptada como rechazada a lo largo de la historia de la humanidad. Es innegable que en la cultura de la Antigua Grecia (referente y modelo de la cultura actual) la homosexualidad era una práctica recurrente y ampliamente aceptada, aunque estuviese estipulada de una forma concreta en la que las relaciones se daban siempre entre un “maestro” de mayor edad y un “aprendiz” más joven. Sin embargo, es mucho más obvio y notorio el tratamiento negativo que esta conducta sexual ha recibido. Son incontables las culturas, y sobre todo las religiones, que han rechazado esta práctica por motivos de lo más variopintos, pero todos vertebrados en un mismo eje, se trata de una práctica antinatural. En primer lugar, que cualquier iglesia o congregación religiosa hable de lo que es natural y lo que no, suena a un chiste mal contado, un oxímoron de campeonato. Como si la mayoría de estupideces imaginarias que narran los libros sagrados de las religiones fueran naturales. En segundo lugar, estos supuestos adalides de lo natural, deberían observar la naturaleza antes de extraer conclusiones sobre ella; por que en la naturaleza, se pueden observar más de 1.500 especies animales que realizan prácticas homosexuales, tanto entre machos, como entre hembras, basadas en el placer o basadas en la formación de pareja. Estas prácticas son recurrentes y de lo más diversas. Aun así, como la tolerancia y la empatía en la especie humana es bastante limitada, todos hemos oído hablar de diferentes terapias de conversión de un homosexual en heterosexual, muchas de ellas llevadas a cabo por congregaciones religiosas, pero también por eminentes psicólogos. Por ello, en este artículo observaremos un caso concreto de este tipo de terapias, específicamente, un caso en el que se empleó la terapia de aversión.
Para empezar es necesario mencionar que 1957, dos psicólogos realizaron un informe basado en el tratamiento de 100 homosexuales mediante psicoterapia y concluyeron que ninguno de ellos había modificado sus preferencias sexuales, demostrando la inutilidad de este tipo de terapias para “curar” algo que no necesita ser curado. Ahora bien, vayamos al caso. El “paciente” es un varón soltero de 40 años y licenciado, que mostró una tendencia homosexual a los 15 años y tuvo su primera experiencia a los 18 años. Su comportamiento a lo largo de su vida ha sido exclusivamente homosexual y afirma no sentirse atraído por las mujeres y sentir repulsión por el contacto físico con ellas. El sujeto ha mantenido una serie de relaciones monógamas (con base emocional) con parejas más jóvenes que él, y eran sus parejas las que normalmente acababan con la relación. Su condición de homosexual fue el motivo de despido de su anterior compañía, y tras montar un negocio de venta al por mayor, este acabo en banca rota. El “paciente” había estado bajo cuidados psiquiátricos intensivos durante 3 meses, ha recibido psicoterapia individual y se le ha administrado estilbestrol (medicamento que causa impotencia). Métodos que el sujeto consideró como inútiles ya que no modificaron en absoluto sus preferencias sexuales. Tras los problemas en su trabajo, y los consecuentes problemas de índole económico, fue ingresado en el hospital tras un severo intento de suicidio. Como sus problemas parecían derivarse de su condición de homosexual, decidió someterse a una terapia de aversión para tratar de “corregir” su condición. Este es el informe del “paciente” que fue sometido a la terapia de aversión, a continuación analizaremos en que se basaba el tratamiento.


El tratamiento se llevó a cabo en una habitación sencilla y oscura, y no se le ofreció ni bebida ni comida más allá del alcohol prescrito para el proceso. A intervalos regulares de dos horas, se le administró dosis eméticas (para inducir el vómito) de apomorfina (agonista dopaminérgico empleado para inducir vómitos) y 57 ml de coñac. Cada vez que sentía una náusea (debido a la apomorfia y al alcohol) se proyectaba una luz intensa en una cartulina blanca donde aparecían hombres desnudos. Tras ello, se le indicaba que escogiese a uno de ellos y relatase las experiencias sexuales que tendría con él. A continuación, se ponía en marcha una cinta (en períodos de 2 horas tras cada náusea) en la que se relataba que la causa de su condición sexual se debía a la pérdida de su padre en la juventud, así como los diferentes problemas sociales y económicos que le había acarreado esa condición, empleando términos como “nauseabundo” y “repugnante”, seguidos de sonidos de vómitos que acentuaban las náuseas del paciente. El tratamiento se suspendió tras 30 horas, debido a que el paciente mostró acetonuria (concentración elevada de acetona en la orina) causada por el exceso de vómitos. Tras 24 horas, se repitió el proceso completo una vez más, y otra vez, el tratamiento se suspendió tras 32 horas debido a la acetonuria del sujeto. La noche siguiente se le despertó cada dos horas para ponerle una cinta que le felicitaba y le indicaba los beneficios que recibiría si cambiaba su condición de homosexual. Los siguientes días, se pusieron cartulinas en su cuarto con jóvenes sexualmente atractivas, se le proporcionaron discos de cantantes calificadas por tener una voz “sexy” y se le suministraron inyecciones de testosterona cada mañana.
Si hubiera cambiado algunas palabras de este tratamiento, estoy convencido de que alguno hubiese creído que se trataba de algún método empleado en Guantánamo para obtener información de algún supuesto terrorista. Pero lo cierto es que no, lo cierto es que la terapia de aversión basada en suministrar apomorfina o derivados y luego obligar al paciente a imaginar o realizar alguna actividad que se quisiera corregir fue ampliamente utilizada en el pasado. Con esta terapia, se trataba de que el paciente asociase la actividad en cuestión con las sensaciones desagradables y aversivas de los vómitos y las náuseas, con la intención de que no volviese a realizar dicha acción. Fue empleada tanto con homosexuales, drogadictos o transexuales, y mostró infrecuentes y dudosos resultados positivos. Al fin y al cabo, el ser humano es un animal, y se ha demostrado que el condicionamiento operante mediante refuerzos negativos funciona. Sin embargo, este tratamiento podría funcionar para que tu plato favorito deje de gustarte, o para volver un heterosexual en homosexual. El problema no radica en la eficiencia del método (que está muy lejos de ser demostrada), sino en el objetivo del mismo. Tratar de “curar” algo tan natural como la homosexualidad, es tan macabro como que alguien te manipule para que dejes de disfrutar con tu comida favorita o tu actividad preferida. Este tipo de acciones demuestran la intolerancia que siempre ha reinado en la sociedad en cuanto a la sexualidad (en occidente esa tolerancia ha aumentado pero en el resto del mundo no), por no hablar de la homosexualidad latente que muy probablemente alberguen los enemigos más acérrimos de la libertad sexual. Si odias a los gays sin ningún motivo, siento decirte que muy posiblemente seas uno de ellos.
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