Cómo Irán se convirtió en una teocracia

Artículo basado en el libro: "El Poder de la Geografía: Los diez territorios que desafían nuestro futuro" de Tim Marshall.

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En la geopolítica global actual existen varios países que son un enigma para el devenir del mundo. Desde enormes potencias con extrema influencia en el comercio de los combustibles fósiles como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), hasta pequeños estados con un enorme impacto en sectores estratégicos como Taiwán (consultar artículo), el incierto futuro de nuestras sociedades pasa por las decisiones que tomen los gobiernos de una multitud de países de muy variados tamaños. Dentro de este grupo de “estados clave”, hay uno que es un actor principal en los abundantes conflictos de oriente medio, Irán. En este artículo analizaremos un poco de la historia de este desconocido país (sobre todo para occidente), y resolveremos algunas de los interrogantes que determinarán el futuro de la región.

Como me imagino que sabrás, el estado iraní no ha tenido siempre ese nombre, sino que en el pasado representó uno de los mayores imperios que ha vislumbrado la humanidad, el Imperio persa. Los orígenes de Persia empiezan hace unos 4.000 años, con la migración de tribus de Asia central que se establecieron al sur de los montes Zagros, al lado de los pueblos medos, con quienes compartían raíces étnicas. Sin embargo, para el año 550 a.C., el caudillo persa Ciro el Grande conquistó el reino medo y lo fusionó a su propio imperio, proclamando la llegada del Imperio aqueménida. Este imperio fue en su momento el mayor que había existido nunca. Sus terrenos se extendían desde Mesopotamia (actual Siria e Irak) hasta Grecia. A Ciro le sucedió su hijo, que añadió Egipto y parte de Libia al vasto imperio. El nieto de Ciro, Darío I, amplió las fronteras hacia lo que hoy es Pakistán y el norte de la India por el este, mientras que llegó a conquistar las tierras que alcanzan el Danubio por el noroeste. Darío I fomentó las creencias religiosas del zoroastrismo, creó el primer sistema postal del mundo (con una red de caballos que se relevaban) y creó un enorme proyecto de construcción en el que se pavimentaron miles de kilómetros de carreteras. No obstante, en tan extenso imperio los problemas no tardaron en aparecer. Como los griegos no le mostraron el respeto que creía merecer (no le pagaban por su protección), invadió la Grecia continental con aplastantes derrotas como la batalla de Maratón (490 a.C.). A Darío le sucedió su hijo Jerjes, quien también cayó derrotado ante los griegos en la afamada batalla de las Termópilas (480 a.C.), inmortalizada en el cine con la película 300. Aunque el imperio ya no brillaba con la gloria de antaño, su destrucción fue obra de Alejandro Magno, rey de Macedonia, quien derrotó al ejército persa en el año 331 a.C. y quemó su capital, Persépolis. Más de 500 años después, los partos que se habían alzado contra el control romano de la región, fueron derrotados por los sasánidas, quienes siguieron luchando contra Roma y luego contra el Imperio bizantino, dejándolos exhaustos y expuestos antes el nuevo enemigo que se acercaba por el oeste: los árabes y el Islam.

Imperio persa durante la era aqueménide en el siglo VI a.C. (Fuente: Wikipedia)

Aunque los árabes conquistaron rápidamente la región de Mesopotamia y la mayoría de las tierras centrales del imperio, tardaron más de 20 años en conquistar las zonas urbanas, y debido a las rebeliones, nunca consiguieron controlar del todo las montañas (como los Zagros). Finalmente, los árabes perdieron, pero el islam ganó. El zoroastrismo (la antigua religión) fue reprimido y sus sacerdotes asesinados, convirtiendo al islam en la religión predominante. Una serie de olas migratorias de guerreros turcos y mongoles produjeron el desmoronamiento del poder central y la desintegración del imperio en pequeños reinos. Hasta que los safávidas (1501-1722) no unieron el país, este no recuperó la fortaleza para gobernar el vasto territorio. Fue con los safávidas, concretamente con el rey Ismaíl en 1501, con quienes el islam chiita se convirtió en la religión oficial. El cisma islámico entre chiitas y sunitas se remonta a la disputa por quién debía suceder al profeta Mahoma tras su muerte, en el año 632. Mientras que los sunitas defendían que el líder debía de ser elegido por el consenso de la comunidad musulmana, los chiitas consideraban que el liderazgo debía recaer sobre la familia del profeta. Muchos historiadores sostienen que la decisión del rey Ismaíl no fue religiosa, sino política. Al igual que Enrique VIII definió su reino en oposición a Roma con la creación de la Iglesia anglicana (para poder divorciarse de Catalina de Aragón y casarse con Ana Bolena), Ismaíl definió al imperio safávida como chiita, en oposición a su principal archienemigo: el Imperio otomano sunita. La conversión al chiismo, hoy en día la rama minoritaria del islam, ayudó a construir una identidad nacional y un gobierno central fuerte. A pesar de ocurrir hace más de 500 años, esta elección del rey Ismaíl es un factor determinante en las actuales tensiones del Líbano, las guerras de Yemen y Siria, y el enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudí.

En 1772, los safávidas fueron derrotados por unos clérigos que afirmaban que solo un hombre religioso instruido podía gobernar. Estos, a su vez, fueron derrotados por un señor de la guerra afgano que defendía la separación entre política y religión, un disputa que sigue muy vigente a día de hoy en Irán. Con la caída de los safávidas, vino un periodo de debilidad interna y amenazas extranjeras. Aunque Persia se declaró neutral en la Primera Guerra Mundial, esto no impidió a los británicos, rusos, alemanes y turcos convertir las tierras persas en un campo de batalla. Tras el conflicto, los rusos estaban preocupados por la revolución rusa de 1917, los turcos (otomanos) y los alemanes habían perdido la guerra, por lo que solo quedaban los británicos. Gracias al descubrimiento de yacimientos de petróleo, los británicos se aseguraron de obtener el derecho exclusivo para su explotación (como si fuera su tierra…), para lo que en 1909, se creó la Compañía Anglopersa de Petróleo (la futura empresa multinacional BP). Con intención de lucrarse del atractivo negocio del oro negro, Londres quería convertir a Persia en un protectorado, pero un oficial de la Brigada de Cosacos Persas tenía otras intenciones. En 1921, Reza Khan entró en Teherán con 1.200 soldados y asumió el poder. El parlamento iraní (el Majlis) votó a favor de destituir al entonces sah, y Reza Khan fue nombrado Reza Sah Pahlavi, el nuevo sah de Persia. Como el país se encontraba en una situación de debilidad, cuando este militar quiso restablecer el poder persa, el pueblo le escuchó. En 1935 rebautizó al país como Irán y trató de modernizar el país con una serie de medidas como la construcción de un ferrocarril que unía a muchas de las principales ciudades. Sin embargo, no mostró interés en tomar el control de la Compañía Anglopersa de Petróleo, por lo que los británicos mantuvieron una enorme influencia dentro del país y, en especial, en su economía.

Reza Sah Pahlavi, el sah de Persia que cambió el nombre de la nación por Irán (Fuente: Wikipedia)

Aunque en la Segunda Guerra Mundial Irán trató de mantenerse neutral, una vez más, cayó en manos de las potencias extranjeras. Con el pretexto inventado de que el sah era pronazi (para nada por las reservas de petróleo), tanto los británicos como los rusos invadieron el país y obligaron al sah a abdicar en nombre de su hijo, Mohamad Reza Sah Pahlavi de 21 años, alguien mucho más manipulable que su padre. El nuevo sah decidió colaborar con los británicos y los estadounidenses para consolidar a Irán como un aliado en los inicios de la Guerra Fría. No obstante, los vientos del anticolonialismo sonaban con fuerza, y los ecos de este movimiento se centraron en la Compañía Anglopersa de Petróleo. El pueblo deseaba nacionalizar la compañía, y así quedó reflejado cuando un vehemente defensor de la nacionalización (Mohammad Mosadegh) fue elegido como primer ministro, y aprobó un proyecto para que solo el pueblo irani obtuviese beneficios del petróleo de su tierra. Lógicamente, los británicos no estaban contentos con el proyecto, y como respuesta se congelaron los activos de Irán en los bancos británicos, en los puertos se retuvieron las mercancías con destino a Irán y los técnicos británicos que trabajaban en las refinerías volvieron a casa (buena respuesta de niño pequeño). Aun así, nada de eso sirvió y los iraníes se mantuvieron en sus trece. Como las medidas tomadas por el gobierno británico no solo perjudicaban al pueblo iraní, sino que también perjudicaban a los propios británicos, para 1953, la CIA y el MI6 organizaron un golpe militar en el país (que raro la CIA metiéndose donde no la llama nadie). Los beneficios del petróleo iraní no eran el interés de EE.UU. en la región, sino el miedo a que el comunismo se apoderara del territorio. Tras el golpe, el sah, que estaba exiliado en Italia, regresó a Irán.

EE.UU. y Reino Unido derrocaron a un primer ministro democráticamente electo, lo cual lógicamente aumentó el descontento de la nación. Si a esto le sumas que el resentido sah inició un espiral creciente de represión, el caldo de cultivo para una revolución estaba servido. La oposición venía desde todos los ámbitos: los nacionalistas se sentían humillados, los intelectuales liberales querían democracia también, los comunistas, financiados por Moscú, querían acabar con el régimen y los religiosos conservadores vieron como una afrenta que los no musulmanes pudiesen votar. El país se precipitó rápidamente hacia la revolución de 1979. Aunque al régimen iraní actual le guste contar la historia de que las calles se llenaron de manifestantes que rogaban para que los ayatolas gobernaran el país, lo cierto es que fueron los grupos laicos, los comunistas y los sindicatos los que abarrotaron las calles (junto con una reducida parte del poder religioso centrada en el ayatolá Jomeini). Pero como los religiosos mataron a miles de personas de los otros grupos, esta facción fue quien contó la historia. Jomeini había sido desterrado por sus ataques verbales contra el sah, pero mantuvo una intensa actividad política en el exilio, en parte, gracias a la sección persa de la BBC, donde promulgó muchos de sus sermones religiosos. Varios días después de la huída del sah, el ayatolá regresó al país, donde se le recibió con euforia por más de 1 millón de personas. Mucha gente creyó que el ayatolá no sería más que una figura decorativa que permitiría al país abandonar la represión y encaminarse hacia el progreso, pero estaban muy equivocados, solo habían cambiado la corona por el turbante.

Ayatolá Jomeini en 1981 (Fuente: Wikipedia)

Con proclamas que los Hermanos Musulmanes llevaban décadas defendiendo, el ayatolá Jomeini con la afirmación de “Si el islam no es político, no es nada”, provocó que el fanatismo se apoderara de las masas religiosas tras la revolución. Cuando Jomeini aterrizó en Teherán informó al pueblo: “A partir de ahora, soy yo quien nombrará al Gobierno”, ¿Quién le voto? Pues me imaginó que Alá o alguna otra falsa deidad inventada. A partir de ese momento comenzó el terror. Las minorías religiosas y los comunistas fueron apartados de las campañas electorales con torturas, desapariciones y ejecuciones. Para evitar una contrarrevolución, Jomeini creó el Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI), una brutal milicia que a día de hoy sigue siendo la fuerza militar más amenazadora del país, por no hablar de que sus integrantes son ricos ya que ostentan altos cargos del Gobierno y son asesores de las mayores empresas del país (si quieres hacer negocios en Irán, no hay mejor forma que tener un ex Guardia Revolucionario en tu empresa). Con la intención de eliminar los derechos de las mujeres, la coeducación en los colegios fue abolida y una serie de comités circulaban por las calles para hacer cumplir la obligación de llevar el hiyab. Las minorías religiosas fueron perseguidas y reprimidas. Los siguientes líderes serían elegidos a través de un grupo de expertos formado por clérigos destacados, algo parecido a como se escoge el Papa, pero el Papa no es el comandante en jefe de las fuerzas militares de un país con un muy probable arsenal nuclear. Tras una cruenta guerra contra el Irak de Sadam Husein, con un balance de víctimas de más de 1 millón de personas, el ayatolá Jomeini murió en 1989, y su cargo recayó en el ayatolá Alí Jamenei. El líder de la revolución había muerto, pero los clérigos musulmanes mantuvieron un control férreo y represivo de la sociedad. La teocracia (theos = Dios y kratos = poder o gobierno) había llegado para quedarse en Irán.

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