Cómo la industria eléctrica moldeó la mente de los estadounidenses

Artículo basado en el libro: "El Gran Mito: Cómo las empresas nos enseñaron a aborrecer el Gobierno y amar el libre mercado" de Naomi Oreskes y Erik M. Conway.

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En la década de 1920, surgió un problema que sacudió las raíces del capitalismo estadounidense, un problema que no se podía solventar ni con pequeños ni con moderados ajustes. Se trataba de la incapacidad del mercado de suministrar electricidad a los clientes rurales que vivían lejos de las grandes urbes. A comienzos del siglo XX, la introducción de la tecnología eléctrica permitió caminar seguro por las noches, y los tranvías eléctricos permitieron el desarrollo del extrarradio de las ciudades. La electricidad posibilitó las cadenas de montaje fordistas, así como innumerables avances en la industria. Aunque a comienzos de la década de los locos años 20, la mayoría de habitantes de las ciudades disponían de electricidad en sus hogares, la mayoría de los que vivían en las zonas rurales seguían sin electricidad. La generación eléctrica urbana dependía de grandes empresarios como Thomas Alba Edison o George Westinghouse, pero no pudieron encontrar una forma rentable de llevar la electricidad a los clientes rurales. Fuera de EE.UU., la situación era diferente. En Europa, la electricidad no era vista como una mercancía de la que se pudiera obtener un beneficio, sino como un bien público que demandaba una intervención del gobierno para asegurar una distribución equitativa. Por ello, en países como Alemania, Francia o Nueva Zelanda, la generación eléctrica fue desarrollada como un servicio público, y en Reino Unido, el Parlamento nacionalizó la generación eléctrica. Debido a esta tendencia, algunas comunidades estadounidenses ofrecían servicios municipales de electricidad, pero la mayoría no lo hacían. En 1920, mientras que el 70% de los granjeros europeos disponían de suministro eléctrico, menos del 10% de los granjeros estadounidenses disfrutaban de este servicio. Además, los que sí disponían de acceso a electricidad, pagaban tarifas mucho más altas (a menudo el doble) que sus equivalentes urbanos, haciendo que muchos granjeros no pudiesen permitirse la electricidad aun cuando se la ofrecían. De hecho, General Electric concluyó lo siguiente en 1925: “El poder adquisitivo de 1,9 millones de granjeros es demasiado bajo como para considerarlos potenciales clientes”. Sin embargo, pronto se alzaron voces en contra de esta inaceptable situación, y una de las más representativas fue la de Gifford Pinchot.

Pinchot, que tras ser el primer director del Servicio Forestal de EE.UU., se convirtió en el gobernador republicano de Pennsylvania, opinaba que la falta de energía eléctrica en las sociedades estadounidenses era lo que más retardaba el progreso humano. Si se distribuía de manera justa, la electricidad no sólo liberaría a la gente de los trabajos más pesados, argumentaba Pinchot, sino que haría avanzar la sociedad civil. Con el fin de asegurar que la electricidad estuviese en manos de los ciudadanos y no de los empresarios, Pinchot propuso un plan para cambiar la forma en la que se distribuía la electricidad que se vendía en Pennsylvania, y lo denominó “Energía Gigante”. La industria eléctrica, a pesar de que podría haber trabajado con Pinchot para asegurar un suministro eléctrico rural, organizó una de las mayores campañas de propaganda de la historia de los Estados Unidos.

Gifford Pinchot (Fuente: Wikipedia)

Como me imagino que aprenderíais en el instituto, la teoría económica clásica afirma que los mercados funcionan igualando la oferta a la demanda. Si la demanda excede a la oferta, los vendedores aumentarán los precios y la demanda bajará. De esta forma, otros empresarios se animarían a entrar en el mercado para incrementar la oferta y satisfacer la demanda existente al precio anterior o incluso a uno inferior. Si la oferta excede a la demanda, los vendedores reducirán los precios para estimular una mayor demanda. En un mercado ideal se logra un equilibrio y la oferta y la demanda se igualan. Según esta teoría (completamente idealizada) si la General Electric (GE) no encontraba una forma rentable de suministrar electricidad a las zonas rurales, otro empresario la suministraría hallando la manera de atender la demanda existente. Sin embargo, la red eléctrica no funciona de esta manera. La gran inversión en infraestructura necesaria para generar electricidad y distribuirla levanta unas barreras casi insuperables para los nuevos actores del mercado, no existía un nuevo empresario que fuese capaz de atender la demanda rural. Si GE no era capaz de ello, nadie lo sería. Debido a estas condiciones de “monopolio natural”, lo lógico habría sido que el Gobierno asumiera el suministro de electricidad de las zonas rurales o bien que se lo encargará a una entidad privada. De hecho, esto se había aplicado con anterioridad en otros servicios que generaban un “monopolio natural” como el servicio postal de correos o los ferrocarriles. Por ello, en esa época, la mayoría de gente pensaba que cuando no había competencia, los monopolios naturales tenían que ser regulados. A finales del siglo XIX, en un caso sobre los ferrocarriles, los tribunales decidieron que cuando había un monopolio natural, los estados podrían regular los precios, siempre que asegurasen que los actores industriales obtuviesen una rentabilidad justa a su inversión. Sin embargo, esta rentabilidad justa estaba sujeta a la información que los industriales proporcionaban sobre los costes de operación y los beneficios. Con un enorme despliegue de contabilidad creativa, los empresarios de las eléctricas conseguían inflar los costes de operación y desinflar los beneficios, lo cual repercutió directamente sobre lo que pagaba el consumidor. Debido a estas sucias argucias, diversos observadores imparciales afirmaron que el “monopolio de la energía” tenía secuestrado al público estadounidense.

Gifford Pinchot, como director del Servicio Forestal de EE. UU., defendió la idea de “rendimiento sostenible” en cuanto a que el consumo de un recurso solo se debía dar si la tasa de uso no excede a la capacidad de regeneración. Por ello, a pesar de no defender la protección de los bosques como reservas naturales, reconocía que si se dejaban los bosques en manos de la industria maderera, estos se destruirían (algo muy conocido por él ya que su padre se hizo rico con la fabricación de muebles). No quería poner controles a la industria, sino más bien poner límites a sus excesos y prácticas miopes. Cuando en 1922 fue nombrado gobernador del estado de Pennsylvania, aprobó una ley para crear un comité que estudiase la viabilidad de suministrar electricidad a todos los habitantes del estado a un precio justo. Este comité comparaba dos ideas, la de Energía Gigante, donde la electricidad era suministrada por el estado para el beneficio de todos los ciudadanos, o el de Superenergía, donde el sector privado se encargaría del suministro para el beneficio de unos pocos. Herbert Hoover, el entonces secretario de comercio de EE.UU. y futuro presidente, apoyaba la última iniciativa. Aunque la idea de Energía Gigante fue tildada de socialista y comunista, lo cierto era que el Gobierno no se apoderaría de la industria eléctrica, sino que defendía una regulación pública efectiva de la misma. Aunque en las zonas rurales muchos granjeros habían tratado de formar cooperativas eléctricas, los operadores se negaron a suministrarles energía, y en los pocos casos en los que se los permitían, lo hacían con unas tarifas desorbitadas. Por ello, un elemento clave de la Energía Gigante fue que si los granjeros creaban cooperativas, los suministradores no podían dificultar el suministro. Pinchot afirmó: “El fracaso casi total en conseguir la electrificación rural hace imperativa una intervención legislativa”. La electrificación de las zonas rurales era un fallo mayúsculo del mercado, y el estado tendría que tomar la iniciativa en donde el sector privado había fracasado.

A pesar de lo mencionado, Energía Gigante no era una reforma radical, en la primera página del informe sobre el proyecto afirmaba que “una protección escrupulosa sobre los derechos de los inversores será esencial”. No obstante, Energía Gigante requería una planificación, y una de las principales tensiones en torno al proyecto se produjo a raíz de la confusión entre dos tipos de planificación. Por un lado, la planificación comunista con un sistema económico controlado por el Gobierno, y por el otro, una planificación científica defendida por los administradores seguidores del campo emergente de la ingeniería industrial. Esta idea de planificación científica y racional fue fervientemente defendida por la mano derecha de Pinchot, Morris Llewellyn Cooke.

Formado como ingeniero mecánico, Cooke se convirtió en el ayudante del ilustre Frederick Winslow Taylor, el creador del “taylorismo”. Este sistema de organización del trabajo dirigido al aumento de la eficiencia y la productividad, a la disminución del derroche de recursos y a la eliminación de la necesidad de despidos, fue fervientemente defendido por Cooke. Esto hizo que Cooke apoyase la jornada laboral de 8 horas sobre la base de que, sencillamente, no se podía trabajar más horas de forma eficiente. El taylorismo se adoptaba a veces de una manera un tanto exagerada, como, por ejemplo, midiendo y optimizando la distancia precisa entre el fregadero y el horno de la cocina de un restaurante; sin tener en cuenta la diferencia de tamaño de las personas que los utilizaban y sin reconocer que existían preferencias personales en torno a estas cuestiones. Muchos sindicatos se opusieron a este sistema de trabajo porque concedía a los directores un control excesivo e indebido que acababa en explotación laboral. Pero Cooke lo tenía claro, el taylorismo, mediante la ciencia, mejoraría la vida y el gobierno debía de ser organizado racionalmente para “garantizar el bienestar público”. Cooke afirmó que el Gobierno federal “debe guiar y dirigir el avance de la sociedad” y que los gobiernos deberían defender el interés público frente a las demandas de grupos particulares como el de la industria eléctrica. Pinchot estaba de acuerdo con la postura de Cooke y, además, sugería que la electricidad era: “hasta unos niveles inconmensurables el mayor hecho industrial de nuestro tiempo. Si se deja fuera de control, será una plaga como nunca hayamos conocido. Si se somete a un control efectivo en interés del público, puede ser incomparablemente la mayor bendición material en la historia humana”.

Este tipo de opiniones hizo que los críticos los acusaran de comunistas, pero no tenía nada de comunistas ni de socialistas; de hecho, Pinchot era gobernador por el partido republicano. Lo que defendían era una forma más racional de capitalismo en donde las necesidades de los estadounidenses serían la principal motivación y las decisiones sobre ingeniería las tomarían los ingenieros, no los financieros. Según Pinchot y Cooke, el gobierno no debía tomar la industria sino combatir la corrupción, remediar los fallos de mercado y la desigualdades sociales. Aun así, para asegurar un correcto funcionamiento del mercado eléctrico, en el plan de Energía Gigante, el gobierno debería encargarse de la construcción y gestión de centrales eléctricas de carbón y el tendido y gestión de las líneas de transmisión. Los operadores privados seguirían funcionando, pero deberían actuar acatando una serie de reglas y respetando las tarifas establecidas por el gobierno. Lo único que tenía de socialista el proyecto de Energía Gigante era que su objetivo no era el beneficio sino el bienestar público. Como Cooke sabía que el proyecto generaría una enorme oposición entre los financieros de las empresas eléctricas, el elemento central de su propuesta era la base empírica. Concretamente, se basaba en el éxito del Gobierno canadiense en la distribución de energía desde las cataratas del Niágara a los granjeros de Ontario. La Comisión de Energía Hidroeléctrica de Ontario era la mayor industria pública de Norteamérica. Suministraba electricidad a casi todos los ciudadanos de la provincia a un menor coste que la electricidad de generación privada de EE.UU. La electricidad pública en Ontario tenía más amplia distribución y era más barata para los clientes que la electricidad de las industrias estadounidenses. Este hecho era algo que no podían soportar los líderes de la industria de EE.UU. y para deslegitimarlo lanzaron una campaña de desinformación, utilizando anuncios, relaciones públicas, expertos a sueldo e influencia académica. Buscaban contrarrestar cualquier sugerencia sobre que la gestión pública de la electricidad era deseable. El objetivo de la campaña era fortalecer la convicción del pueblo estadounidense de que el sector privado era mejor que la gestión pública de la energía eléctrica. Sin embargo, los datos avalaban lo contrario. La mayoría de los argumentos empleados por los líderes de la industria eléctrica para refutar los datos reales, fueron planteados por la Asociación Nacional de Luz Eléctrica (NELA). Esta organización representaba a más de 500 de las mayores empresas privadas de suministro eléctrico, que suponían más del 90% de la producción eléctrica de EE.UU.

Miembros de la Asociación Nacional de Luz Eléctrica (NELA) en 1912 (Fuente: Wikipedia)

Una de las primeras intervenciones de la NELA fue detener la construcción de las presas de Muscle Shoals y Boulder (más tarde presa Hoover). Estas presas se proponían generar energía hidroeléctrica en el río Tennessee para impulsar una planta manufacturera y vender el exceso de electricidad a los consumidores locales. Ambas cámaras del Congreso aprobaron el proyecto pero debido a la fuerte oposición de la industria, el presidente Hoover vetó el proyecto, algo irónico teniendo en cuenta que una de las presas luego llevaría su nombre. Sin embargo, Hoover no era un ideólogo antigobierno como tantas veces lo han representado, ya que aprobó la construcción de varias presas para controlar las inundaciones y facilitar la navegación. Aun así, se negaba a que el Gobierno compitiera directamente con el sector privado. Puedes pensar que Hoover tenía razón, ¿por qué debería el Gobierno federal competir con el sector privado? Pero lo cierto es que el sector privado había fracasado en suministrar electricidad a un gran número de clientes de las zonas rurales y estaba cobrando en exceso a muchos de los ciudadanos restantes. Si la electricidad no se considerase un bien público, esto no supondría ningún problema, pero la gente opinaba que la electricidad era una necesidad y que las líneas de transmisión eran algo análogo a las carreteras y los puentes. Ante un público creciente con una ferviente convicción de una regulación gubernamental de la industria eléctrica, Samuel Insull, empresario responsable de la infraestructura eléctrica de Chicago, pensó que la industria tenía que defenderse. Creía que era necesario montar una “gran campaña de educación en las universidades y otras instituciones de conocimiento” y esto fue exactamente lo que hizo la NELA. Los analistas no lo consideraron una campaña de educación sino de propaganda, y años después, la Comisión Nacional de Comercio de los Estados Unidos (FTC) concluyó que la de la NELA había sido la mayor “campaña de propaganda en tiempos de paz llevada a cabo por intereses privados en la historia de este país”. La campaña se basó principalmente en defender la propiedad privada en la prensa, las escuelas y las universidades.

La FCT descubrió que los empresarios de la industria eléctrica habían intentado “controlar todo el sistema educativo estadounidense” desde las escuelas primarias hasta las universidades. Se centraron sobre todo en las ciencias sociales (economía, derecho, ciencias políticas), pero también en ingeniería. Su objetivo era generar un pensamiento homogéneo en la mente de todos los estadounidenses para que defendieran los principios capitalistas y de libre mercado. De esta forma, los votantes elegirían a los cargos públicos que aprobarían las políticas en beneficio de la industria. Poniendo profesores universitarios a sueldo, mediante afirmaciones falsas y tergiversaciones de los hechos reales, la industria eléctrica trató de que la opinión pública aborreciera las regulaciones gubernamentales en la industria. En el juicio de la FCT contra la NELA, el juez preguntó si habían pasado por alto alguna forma de publicidad, su director de información replicó “Sólo una, los anuncios aéreos”. La NELA organizó varios ciclos de conferencias en escuelas y universidades, creó clubes cívicos, grupos de scouts, clubes de mujeres, asambleas escolares, congregaciones religiosas y un largo etcétera, todo para impedir la intervención gubernamental en su sector en beneficio de todos los ciudadanos. Los empleados de la NELA, escribieron cartas y editoriales, se reunieron con los directores de periódicos en ciudades de todo el país, emitieron notas de prensa y boletines para proporcionar material para artículos con un sesgo proindustrial y, de nuevo, todo ello para defender los interese de la industria eléctrica. La NELA gastó más de un millón de dólares de entonces (actualmente serían unos 15 millones) al año para influir en políticos, líderes empresariales, editores de periódicos y ciudadanos en general. Entre 1921 y 1927, a lo largo de todo el país la prensa publicó 12.784 editoriales patrocinadas por la industria. Las agencias de noticias también eran uno de sus objetivos principales como atestigua un comentario de uno de los ejecutivos de la NELA: “Associated Press difunde prácticamente todo lo que le enviamos”. Para que los artículos y las editoriales pareciesen independientes y verosímiles, los escribían académicos que ocultaban su autoría, y todos ellos proporcionaban el mismo mensaje: la electricidad municipal es más cara y menos eficiente que la del sector privado, y generar electricidad recurriendo al sector público es socialismo. La NELA se convirtió en uno de los mayores grupos de presión (lobby) del país, pero a diferencia del resto de grupos de presión, su campaña académica no buscaba combatir o apoyar una legislación particular, sino cambiar la forma en la que los estadounidenses piensan sobre la propiedad privada, el capitalismo y la regulación. Esto es lo que ellos mismos afirmaron en numerosos documentos.

El programa académico de la NELA tenía 3 elementos principales: primero, fichar expertos para que realizaran estudios que ofrecieran “hechos” alternativos sobre los costes relativos a la generación de electricidad privada y pública. Segundo, reescribir los libros de texto escolares y universitarios para apoyar la industria de electricidad privada, al mismo tiempo que presionaban a los editores para que retiraran los libros de texto que la NELA consideraba reprobables. Y en tercer lugar, revisar los programas didácticos de ciudadanía, economía y empresariales en los institutos, escuelas y universidades, y establecer nuevos programas para resaltar los beneficios de un capitalismo sin intervención gubernamental. La propia NELA afirmó en reiteradas ocasiones que su objetivo no pasa por analizar de forma objetiva los argumentos a favor y en contra de la generación municipal de electricidad, sino en eliminar la idea de propiedad municipal de la mente de los estadounidenses. “La información que queremos es la que muestra el fracaso de la propiedad municipal, su ineficiencia en comparación con las empresas privadas y el hecho de que la propiedad municipal, en última instancia, es más cara” afirmaba un documento de la NELA. Por ello, una de las tareas principales de la NELA fue desmentir la realidad de que la Comisión de Energía Hidroeléctrica de Ontario suministraba electricidad de una forma más barata que la empresa privada estadounidense. Multitud de informes imparciales y llenos de falsedades desarrollados por ingenieros a sueldo de la NELA fueron ampliamente distribuidos por la prensa. Algunos de estos informes afirmaban haber sido evaluados y aprobados por la propia Comisión de Energía Hidroeléctrica de Ontario, pero cuando algunos escépticos contactaron con la comisión, resultó que todas las correcciones realizadas sobre el informe habían sido ignoradas. “No solo las cifras publicadas en el informe son incorrectas, sino que las afirmaciones hechas en el informe no son coherentes con los datos” afirmó en una ocasión el presidente de la comisión. Sin embargo, la NELA hizo oídos sordos a estos comentarios y siguió difundiendo este tipo de informes, haciendo que periódicos de renombre como el Boston Herald publicaran artículos con títulos como: “Esta es la verdad sobre la Hidroeléctrica de Ontario”. Otros informes iban en contra de las cooperativas eléctricas de los granjeros, donde les persuadían de que la energía eléctrica no era para tanto. En este tipo de informes la idea era no pintar “muy de color de rosa” los beneficios de la electrificación, para evitar que los granjeros montaran este tipo de cooperativas. La aversión a la regulación gubernamental llegó a tal punto que la NELA distribuyó publicidad en contra de su propio producto, tócate los…

La inmensa campaña de propaganda de la NELA tuvo muchos más métodos de actuación, y recomiendo al lector interesado acudir al libro en el que se basa este artículo para comprobarlo. Para concluir este artículo, quisiera proporcionar un mensaje a cualquier lector del mismo (o del libro en el que se basa) que sea ciudadano de EE.UU.: Ya me jodería ser estadounidense y que mi propia forma de pensar me sea ajena y haya sido implantada por un puñado de magnates de la industria eléctrica que lo único que querían era añadir un par de ceros a sus muy abultadas cuentas. Un saludo par todos esos estadounidenses cuya percepción del capitalismo no es más que un producto de los intereses de la NELA.

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