¿Cómo ligan los cefalópodos?

Artículo basado en el libro: "El lenguaje de los animales" de Stephen Hart

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La mayoría de las personas cree que el lenguaje es algo exclusivamente humano, y estarían en lo correcto si entendemos el lenguaje como el uso de una o varias lenguas, siendo estas un sistema de comunicación basado en reglas gramaticales y léxicas. Sin embargo, esta definición es propia de la lingüística, pero si atendemos a una definición más general que engloba la biología y la etología, el lenguaje podría entenderse como un sistema estructurado de signos (sonidos, posturas, movimientos…) empleado para comunicar ideas, emociones o información. En este caso, ni por asomo seríamos la única especie que emplea el lenguaje. Desde las danzas de las abejas, hasta el sistema clics de varios cetáceos como los delfines, los lenguajes empleados por los animales son muy variados y numerosos. En este artículo trataremos de analizar un lenguaje de una clase taxonómica concreta, los cefalópodos, cuyo animal más representativo, el pulpo, ha demostrado tener un nivel de inteligencia fuera de lo normal en el mundo de los invertebrados. Veámoslo.

Yo Tarzán y tú Jane”. Si una sepia macho pudiera hablar, sin duda esta sería su frase de introducción. Aunque las sepias no utilizan los sonidos para comunicarse, los machos, sin embargo, tienen una frase de presentación que puede traducirse en una expresión más larga: “Yo Tarzán ¿Tú Tarzán? ¿No? Entonces debes ser Jane”. Sepias y calamares se comunican empleando la extraordinaria habilidad de controlar el pigmento de su piel, ya que envía mensajes cambiando el color de fondo de su cuerpo, así como los lunares o manchas de colores vivos de su piel. Además, las sepias añaden a su peculiar comunicación visual algunas posturas natatorias y movimientos de sus 10 tentáculos. Las sepias, junto a los pulpos y los calamares, pertenecen a la clase Cephalopoda, que se engloba dentro de los moluscos como los caracoles o las almejas. Estos animales, gigantes mentales en el mundo de los moluscos, nadan a propulsión, manipulan objetos con sus tentáculos y ven con ojos tan complejos como los nuestros. En los cefalópodos, unas conexiones directas entre el cerebro y unos músculos especiales, les permiten cambiar de color en una fracción de segundo. Para ello, lo único que tiene que hacer es relajar o contraer unas células de la superficie de su piel (cromatóforos) en cuyo interior albergan pigmentos de color rojo, amarillo y negro. Bajo la capa superficial de la piel, células con pigmentos blanco y verde reflejan la luz con estos colores cuando los cromatóforos contraídos las dejan al descubierto. Además, también pueden cambiar la textura de su piel acentuando o atenuando las protuberancias de aspecto rugoso que cubren su librea (apariencia externa visible). Estas dos habilidades hacen de los cefalópodos unos reyes del camuflaje. Sin embargo, cuando no se están camuflando, algunos calamares y sepias pueden desarrollar modelos cromáticos muy diferentes en todo su cuerpo o bien sólo en partes del mismo. De hecho, en algunas especies se han catalogado 31 variaciones en todo el cuerpo y se ha calculado un repertorio potencial de 300 diseños en los que se combinan variaciones de color de todo el cuerpo, o solo de alguna parte, de la textura de la piel y de posturas corporales. ¡Un lenguaje con 300 palabras!

Diferentes tipos de cromatóforos (Fuente: Braeunerd)

¿A qué coño venía lo de Tarzán y Jane? Pues resulta que los pulpos son animales solitarios, por lo que no les es muy útil disponer de un lenguaje; no obstante, sí que necesitan interactuar cuando se aparean. Los pulpos, al igual que las sepias y los calamares, muestran cambios de color en función de los estados fisiológicos internos. Los machos de algunas especies de pulpo lucen grandes ventosas que emplean en exhibiciones de “succión”, supuestamente diseñadas para comunicar el sexo al que pertenecen. Algunas hembras presentan células luminiscentes alrededor de su pico, como un pintalabios de color verde que puede atraer a los machos. Como en cualquier otra especie, la sepia “Jane” no está satisfecha con cualquier macho, buscan un “Tarzán” sano y vigoroso, cuyo esperma contenga los genes que aumenten la probabilidad de supervivencia de su descendencia, evolución en acción. Por supuesto, el tamaño es sinónimo de salud, pero las coloraciones características en la piel hacen a los pulpos macho parecer más sanos a las hembras. Aunque por lo general los pulpos adquieren colores crípticos de camuflaje, en la época de apareamiento el sexo es más importante que la seguridad.

Las sepias anuncian el sexo al cual pertenecen a través de su coloración. El macho adopta un modelo de cebra y las otras sepias macho que están alrededor captan el mensaje y lo saludan cambiando su patrón de coloración, pero las hembras no lo hacen. Por lo tanto, la ausencia de este modelo es el rasgo más distinguible de las hembras para decir “yo Jane”. Cuando un macho no adopta el modelo de cebra entre otros machos (por ejemplo, debido a una enfermedad), éstos pueden confundirlo con una sepia hembra. Mientras los machos se pavonean con su característica coloración, las hembras no cambian su modelo de camuflaje jaspeado, pero si adquieren un tono de gris más uniforme, entonces están indicando su disponibilidad para aparearse. En ese momento, si hay varios machos presentes, la competencia entre ellos se intensifica, llegando en algunas especies al contacto físico y los mordiscos. Finalmente, todos los machos salvo uno (normalmente el más grande) se dan la vuelta, se baten en retirada y regresan a su modelo de coloración normal, el jaspeado unisex. Esta conducta sería semejante a la postura de sumisión de un perro con el rabo entre las piernas. Cuando los demás machos se han ido, el vencedor abandona su postura de fanfarrón agresivo, y se convierte en un animal sensible y cariñoso. Se acerca a la hembra y la acaricia suavemente entre los ojos y tentáculos. Si la hembra se arrepiente, puede manifestar alarma cambiando su modelo cromático, a lo que el macho responde soplándole agua suavemente y alejándose con su mecanismo de propulsión. Pero todavía no ha desistido, se acerca una y otra vez hasta que la hembra lo acepta, literalmente con los brazos (tentáculos) abiertos. Si por un casual, un rencoroso rival aparece, el macho vuelve a adoptar el modelo de cebra, pero esta vez más intensificado. Si se encuentra cerca la hembra, el macho será capaz de cambiar el color de su cuerpo únicamente en la parte que está enfrente al intruso, manteniendo su coloración seductora (gris) en la parte que está enfrente a la hembra. Por último, la pareja pone en contacto sus brazos y comienza a aparearse, momento en el que ambos adquieren el jaspeado más críptico para alejar a las miradas indiscretas.

Patrón de coloración cebra (macho) y jaspeado (hembra) en dos sepias (Fuente: Wikipedia)

Los calamares, más sociales que las sepias, también comunican la disponibilidad para aparearse con el color de su piel. Aunque se reúnan en grupos de 10 a 30 individuos, pronto se deshacen en grupos de cortejo formados por una hembra y entre 2 y 5 machos. Por lo general, el macho de mayor tamaño aleja a la hembra del resto de pretendientes y ambos se entregan a un balanceo precopulatorio en el que se desplazan de un lado al otro. Sin embargo, el macho debe tener cuidado porque si se acerca demasiado, la hembra puede alejarse veloz como un rayo. El calamar macho emplea el disfraz de cebra de una forma no muy diferente a la de la sepia para ahuyentar a otros machos, incluso puede adquirir una coloración unilateral al igual que las sepias. Pero existen diferencias entre estos dos grupos de cefalópodos, ya que los calamares no se abrazan para aparearse. En lugar de eso, el macho intenta acercar a la hembra un pequeño y pegajoso saco de esperma (espermatóforo). Al mismo tiempo, los cromatóforos del calamar palpitan a un ritmo determinado. Cuando la hembra coloca el saco de esperma en su receptáculo seminal, el ritual de apareamiento concluye.

Los cefalópodos sociales, es decir, algunos calamares y sepias, comunican claramente estados internos: identificación sexual, disponibilidad para la cópula… Los equivalentes humanos de estas señales serían ruborizarse, tartamudear o adoptar posturas corporales que muestran timidez. Algunos científicos han llegado a sugerir que los patrones cromáticos de sus cuerpos actúan como si fueran nombres y verbos, mientras que las pequeñas manchas harían las veces de adjetivos y adverbios. La postura y el movimiento ayudarían a establecer el contexto. Sin embargo, estas conclusiones no son claras y todavía queda mucha investigación que realizar por parte de los etólogos.

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