El acero y la Guerra de Ucrania
Artículo basado en el libro: "Material World: Construyeron el mundo, transformaran el futuro" de Ed Conway.
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Si te dijera que pensaras en uno de los materiales más abundantes de nuestras ciudades, ¿qué dirías? Imagino que existirán respuestas tan variadas como el plástico o el hormigón; pero en este artículo nos centraremos en otra de ellas, el acero. Este compuesto es principalmente hierro al que se le han añadido diferentes y reducidos porcentajes de carbono y otros elementos. Aunque está muy presente en nuestras vidas, en realidad no nos damos cuenta de la importancia del hierro y el acero (o de otros metales). Piénsalo por un momento, la estructura atómica de los metales permite que tengan una dureza como la del hormigón o la piedra, pero sin la desventaja de su fragilidad y propensión a agrietarse. Además, esa dureza no está exenta de maleabilidad, y puede moldearse para darle forma a cualquier cosa, pero sobre todo, herramientas. Puede que no todo el mundo esté hecho de acero, pero casi todo el mundo está hecho con máquinas de acero. El acero es el hueso de nuestra sociedad, lo utilizamos en la construcción de puentes y edificios, para reforzar el hormigón, para transformarlo en coches o para construir centros de datos con él. Usamos tanto acero que su producción (en enormes hornos de fundición) representa entre el 7 y el 8% de la emisión de gases de efecto invernadero. Es más, usamos tanto acero que es tan buen indicador del desarrollo de un país como el PIB. En un país desarrollado se emplea mucho acero para las infraestructuras, colegios, hospitales, comisarías o autopistas... y para cualquier otra cosa, desde clips de oficina, hasta el armamento del Ejercito Nacional. Aproximadamente, a los habitantes de Europa y el Norte de América les corresponden unas 15 toneladas de acero por persona. Es decir, los Estados han empleado esos 15.000 kilogramos de acero por cada ciudadano, para construir todo el aparato estatal. En países menos desarrollados como Nigeria, esta cifra no llega ni siquiera a una tonelada. En China, la cifra sería de unas 7 toneladas pero no está haciendo más que crecer. En la última década, China ha consumido más acero que Estados Unidos en toda su historia. Imagínate el enorme impacto ambiental que tendría que el consumo per cápita de acero por parte de los 1.400 millones de chinos ascendiera a 15 toneladas. Pues tranquilo, que lo más probable es que veas esas consecuencias puesto que, ¿quién va negar a los chinos un consumo de acero que occidente vertió y forjó mientras se desarrollaba?
Por suerte para nosotros, el hierro (principal componente del acero) está muy presente en la naturaleza, siendo el segundo metal más abundante de la corteza terrestre (5%) detrás del aluminio (8%). Está en nuestros glóbulos rojos y en el núcleo de nuestra Tierra, y año tras año, las miles toneladas que extraemos no hacen más que aumentar, salvo una breve caída por la pandemia en 2020, que se recuperó con una producción mundial récord en 2021. Sin embargo, a lo largo de la historia su producción fue un misterio y existían diferentes civilizaciones con métodos diversos, pero en el siglo XIX se consiguió producir acero en masa. Sir Henry Bessemer, mediante el diseño de un convertidor que soplaba hierro fundido con aire para eliminar la cantidad suficiente de carbono de la mezcla, consiguió que el acero se produjera en masa. Tras unos años de competencia con el hierro, el acero se convirtió en el metal más empleado. Las herramientas de acero eran más resistentes que las de hierro, los raíles ferroviarios duraban más, el acero se volvió ubicuo. Su influencia es tal que, en 2018, Donald Trump impuso aranceles a las importaciones de este metal, tuiteando: “SI NO TIENES ACERO ¡NO TIENE PAÍS!”. Y esta importancia capital de esta aleación, es lo que explica el origen de la industria siderúrgica ucraniana a mediados del siglo XIX.


Poco después de la humillante derrota de Rusia en la guerra de Crimea y de la muerte dela Nicolás I, el nuevo emperador Alejandro II puso un ambicioso programa de reformas para alcanzar a occidente en la producción de acero. La cuenca del río Donets, en Ucrania aunque entonces parte del imperio ruso, fue escogida como localización para el complejo metalúrgico. Sin embargo, nadie en Rusia sabía cómo construir exactamente una planta siderúrgica, por ello tuvieron que buscar el conocimiento necesario en otros países. John James Hughes fue un empresario del sur de Gales, cuyo padre había sido el ingeniero jefe de una fábrica de hierro, y dirigía en esa época una de las mayores productoras de Reino Unido. En 1870, zarpó hacia el mar de Azov, y se dirigió al Donbás. En un par de años, su fábrica de hierro ya estaba en funcionamiento, y con los años se convirtió en el mayor producto del Imperio Ruso. Fundó un asentamiento en las cercanías del complejo, conocido como Yuzovka (Hughes-ovka le puso su nombre el muy egocéntrico), que con el tiempo se convirtió en una ciudad rebautizada como Donetsk, la capital de la industria ucraniana. Aunque esto parezca cosa de otros siglos, la importación de conocimientos por parte de las naciones es de candente actualidad. En el año 2000, una empresa china compró la planta siderúrgica ThyssenKrupp en Alemania, y las trasladó ladrillo a ladrillo hasta un emplazamiento en el curso del río Yangtsé. Hoy en día, esta acería es la mayor del mundo. Sus 13 hornos (las productoras estadounidenses más grandes tienen 4) producen más del doble de acero que cualquiera de sus competidores. Si una planta siderúrgica ha podido comprarse a la megafactoría china, esa es la planta de Magnitogorsk, ideada por Iósif Stalin en 1932, y situada al este de los Urales, cerca de una montaña con tal cantidad de hierro, que las brújulas no funcionan y los pájaros no la sobrevuelan. No obstante, aunque contase con enormes cantidades de hierro, estaba lejos de cualquier lugar, y los yacimientos más cercanos del tan necesario carbón para los hornos, se encontraban a 2.000 kilómetros de distancia. Por ello, unos años más tarde, cuando buscaban un nuevo emplazamiento, situaron sus ojos en Ucrania, un país con abundante hierro y carbón, y con la proximidad del mar Negro para el comercio. De esta forma, se construyó una nueva acería en la ciudad de Mariupol, Azovstal.
Esta empresa se fundó una reputación legendaria en la Rusia Soviética, en especial en la Segunda Guerra Mundial, cuando Adolf Hitler se percató de que Ucrania (en ese momento una República Socialista Soviética) era uno de los productores de hierro y acero de más rápido crecimiento del mundo. Cuando los nazis invadieron el país, las tropas de asalto se percataron de que los lugareños estaban desmantelando Azovstal. Posteriormente, cuando se intentó volver a poner en marcha, los trabajadores del acero iniciaron una serie de sabotajes mediante pequeños incendios y explosiones “accidentales” que obstaculizaron los esfuerzos del enemigo por producir el metal. En la retirada de la ocupación nazi, la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas) destruyó la planta de Azovstal convencidos de que nadie sería capaz de reconstruirla. Sin embargo, al cabo de unos años, los hornos volvían a estar en funcionamiento. En las décadas siguientes, Azovstal no paró de crecer y gran parte de la red ferroviaria de la URSS se construyó con las vías de acero producidas allí. En 1990, cuando cayó el Muro de Berlín y terminó el comunismo, esta empresa se convirtió en un premio muy codiciado, y pronto atrajo la mirada de los oligarcas. Aunque su privatización no cambió mucho la vida en la acería, simplemente seguía produciendo enormes cantidades de acero. Su inmensa producción también significaba una cantidad muy grande de subproductos, y sin darse cuenta Ucrania se convirtió en uno de los mayores productores industriales de neón del mundo, ya que era un gas residual del proceso de producción.


En 2022, con las tropas rusas acercándose, el director general de la planta se estaba planteando hacer lo mismo que sus predecesores hicieron 80 años antes cuando se acercaban los nazis, desmantelar la planta. Aunque cerrar una acería parezca algo sencillo, lo cierto es que no existe un botón de apagado, ya que los hornos que convierten el mineral en su forma metálica están diseñados para funcionar perpetuamente (salvo períodos ocasionales de mantenimiento). Sin embargo, con la artillería cayendo en los alrededores, parece que no existía una alternativa. Pocos accidentes industriales pueden ser tan letales como una explosión en una fábrica de metal caliente. Para realizar el sabotaje, los hornos de coque que cuecen el carbón se pararon y se vertió vidrio líquido para evitar la salida de gases tóxicos. Cuando las tropas rusas se infiltraron en la ciudad, la mayoría de los trabajadores estaban siendo evacuados. Tras semanas bombardeando Mariupol, las tropas rusas se hicieron con el control de la ciudad, aunque recuperar la acería resultó ser más complejo. Unos 3.000 combatientes ucranianos entre los que destacaban los del Regimiento Azov, con soldados pertenecientes a asociaciones de extrema derecha, se habían refugiado en Azovstal. Las redes de noticias de medio mundo se hicieron eco del asedio. Finalmente, tras 80 días de combate, los civiles atrapados en la acería fueron puestos en libertad y trasladados a lo que hoy es territorio ruso, mientras que los combatientes del regimiento Azov se rindieron y fueron hechos prisioneros. Los cuerpos de los soldados muertos fueron devueltos a territorio ucraniano. Aunque el mundo asimiló rápidamente el cierre de Azovstal, ya que existían acerías más grandes en Corea o China, y Rusia seguía forjando millones de toneladas de acero en Magnitogorsk, Ucrania era el responsable de la mitad del suministro total de neón, y en pocas semanas este gas empezó a escasear en todo el mundo. En especial en la industria de los semiconductores, donde este neón es bombeado en las impolutas salas blancas de sus fundiciones. De esta manera, los fabricantes de chips de Taiwán, Corea del Sur, o incluso Gales empezaron a almacenar estos gases.
Aunque los rusos anunciaron que Azovstal estaba demasiado dañada para ser reparada, el director general afirmó que ese no era el final de la acería. Ya lo había hecho antes, había resurgido de las cenizas de la ocupación nazi para convertirse en la mayor acería de Europa. Y es que aunque la Guerra de Ucrania se libera más con drones y a través de las redes sociales, no nos equivoquemos, las guerras del siglo XXI se siguen librando con acero, con armas de acero, con bombas de acero y con blindajes de acero. La producción de este material sigue constituyendo una de las bases del mundo que conocemos.
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