El devenir de la humanidad
Artículo basado en el libro: "La conexión cósmica" de Carl Sagan.
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¿Estamos solos en el universo? seguro que la mayoría se ha hecho esa pregunta y ha respondido con mayor o menor certeza de forma positiva o negativa. Lo cierto es que, debido a la inmensidad del universo, creer que somos la única civilización tecnológica es pecar de antropocentrismo y chovinismo. Creer que la Tierra es el único planeta del universo donde se ha desarrollado la vida, es como afirmar al rellenar un vaso con agua de mar, que las ballenas no existen, ya que no aparecen en la muestra observable que hemos recogido. Sin embargo, si deseamos valorar la probabilidad de que existan civilizaciones tecnológicas en algún planeta de alguna galaxia, debemos tener en cuenta el tiempo de vida medio que muestra una civilización. Si consideramos que las civilizaciones se autodestruyen al alcanzar un desarrollo tecnológico avanzado (como hoy en día), muy probablemente existan muy pocas de estas civilizaciones en el universo. Si por el contrario, consideramos que estas civilizaciones son capaces de convivir con un desarrollo tecnológico avanzado (por ejemplo armas nucleares) y sobrevivir a las catástrofes naturales autogeneradas (cambio climático), entonces el número de civilizaciones tecnológicas con las que podemos contactar sería bastante más grande.
Por lo general, solemos ser más próximos a la segunda consideración, ya que albergamos la esperanza de que nuestra civilización sea capaz de sobrevivir durante muchas generaciones. No obstante, no existe ninguna otra época de la humanidad en la que se hayan generado tantos cambios como en la época actual, ni el desarrollo de la agricultura, ni la invención de la imprenta, pueden compararse con los cambios que acarrea la modernidad. Hace 200 años, la velocidad máxima con la que podíamos transmitir un mensaje, dependía de la velocidad del caballo que lo transportara. Hoy en día, gracia a los teléfonos, el Internet, la radio o la televisión, estos mensaje viajan a la velocidad de la luz; velocidad que no puede ser superada por lo que nunca seremos capaces de mejorar nuestra velocidad de comunicación. Hace doscientos años se tardaba tanto en ir de Londres a Liverpool (287 km) como hoy en día se tarda en ir desde la Tierra a la Luna (media de 384.400 km). Cambios igual de abruptos se han generado en la producción energética, el almacenamiento y procesamiento de datos, la producción de alimentos, las técnicas médicas, y un largo etcétera. Aunque nuestros instintos y emociones sean los mismos que hace 200.000 años, nuestra sociedad es asombrosamente diferente a las de entonces. Se ha producido un cambio tan marcado, que por primera vez en la historia de la humanidad muchos de los conocimientos y habilidades aprendidas por una generación, resultan mayoritariamente inútiles a las siguientes generaciones. Incluso en el transcurso de una vida humana, muchas individuos quedan aislados de su propia sociedad, lo cual se refleja en las palabras de Margaret Mead (una de las mayores antropólogas de la historia) que describe a los ancianos de hoy en día como involuntarios inmigrantes del pasado al presente.


Los antiguos (y actuales) supuestos económicos, sistemas políticos y métodos de distribución de recursos, pueden resultarnos válidos o adaptables al presente, pero carecen de valor de supervivencia en cuanto al conjunto de la sociedad. Las viejas actitudes opresivas y chovinistas entre géneros, razas y grupos económicos (clases sociales) están sufriendo cambios a pasos agigantados. Aun así, existe un número considerable de individuos (normalmente situados en las esferas del poder) que desean mantener el establishment, para poder lucrarse a corto plazo. Sin embargo, estos cambios drásticos no pueden perdurar indefinidamente como muestra el ejemplo de la velocidad de comunicación, es preciso alcanzar un límite. Por ello, es posible afirmar que nuestra civilización no sufrirá grandes cambios en los próximos cientos de años, más allá de una serie de revoluciones en campos determinados (inteligencia artificial, robótica, neurociencia…). Por lo tanto, al reflexionar sobre la vida media de nuestra civilización, deberemos preguntarnos si somos capaces de solventar los problemas actuales de la sociedad.
Al estar inmersos en una sociedad multifacética y pluricultural, son demasiados factores los que hay que tener en cuenta para plantear soluciones desde una perspectiva científica. Son demasiadas las variables a tener en cuenta para realizar predicciones, ya que como la teoría del caos nos enseña, perturbaciones ínfimas en las condiciones iniciales, pueden generar desenlaces inmensamente diferentes. Además, es muy difícil aislar pequeños pedazos de la sociedad sin influir profundamente al resto, como ocurre con cualquier iniciativa ecológica, que siempre se tropieza con intereses sociales o económicos. Si la teoría no nos brinda aquello que buscamos, será necesario recurrir a la práctica. No obstante, la experimentación social, aunque pueda representar una analogía con las mutaciones que un organismo puede sufrir para adaptarse al medio, no se está poniendo en práctica. Entre otras razones, porque al igual que ocurre con las mutaciones, muchas de ellas pueden resultar mortales para el organismo, en este caso, la sociedad. Aun así estas mutaciones sociales son necesarias, ya que las variaciones del sistema social pueden ser exitosas, y posteriormente ser replicadas para buscar un camino hacia otro futuro.


Lógicamente, los experimentos sociales no resultan atractivos para la población, ya que la sociedad actual proporciona una serie de sistemas de satisfacción basados en el consumo, que impide a la mayoría de individuos aceptar cambios radicales en su modo de vida. Estamos demasiado acostumbrados a la miríada de comodidades que nos ofrece el sistema. Por ejemplo, es imposible que la juventud actual acepte establecerse en utópicas comunidades agrícolas, ya que el sentimiento de colectividad ha sido destruido por una individualidad desbordante. Además, cualquier tipo de experimento semejante (no tiene porque ser el ejemplo mencionado), suele recibir las hostilidades de sus vecinos, debido a la rotura que genera con los convencionalismos arraigados en su psique y heredados de las generaciones pasadas. Es decir, no nos debe sorprender el fracaso de las comunidades experimentales, ya que siempre van a encontrar oposición en vez de cooperación. No solo sería necesario una aceptación popular de este tipo de experimentos y comunidades, sino que deberían recibir un apoyo gubernamental, ya que una cosa está clara, si deseamos que la civilización sobreviva un par de generaciones más, será necesario una transformación abrupta. Por lo tanto, es indispensable continuar y apoyar estas iniciativas, ya que algún día llegará una comunidad experimental que funcione de una forma más eficaz que la actual.
Otro de los grandes problemas relacionados con este tema, se centra en que las sociedades no occidentales, subdesarrolladas, carentes de tecnología y desarrollo; al ver las riquezas materiales de occidente, desean emularlo, y dejan de apreciar muchos de los aspectos positivos de su modo de vida. Debe existir alguna forma de conservar algunos de los elementos de este tipo de sociedades, al tiempo que se acepta la tecnología moderna. Existen posturas que critican la tecnología y consideran que en ella radica el problema, pero es el mal uso de la misma lo que representa el problema. Si abandonamos la tecnología agrícola moderna, estaríamos condenado a millones de personas a la inanición. Por las razones mencionadas, es por las que la tecnología debe de ser un factor fundamental para la conservación de civilizaciones extraterrestres más antiguas que la nuestra, y es muy probable que estas civilizaciones sean más sabias y benignas que la de la Tierra, aunque su tecnología esté mucho más desarrollada. Aunque nos encontremos en un punto crítico y peligroso de la historia humana, no ha habido nunca un momento tan prometedor para el futuro del ser humano.
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