El imparable ascenso de Putin hacia el poder

Artículo basado en el libro: "El año que llegó Putin: La Rusia que acogió y catapultó a un desconocido" de Anna Bosch.

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El 25 de diciembre de 1991, Mijail Gorbachov dimitió como presidente y firmó la desintegración de la URSS. Occidente se ilusionó con el final de la Guerra Fría y el final del mundo bipolar, pero no era oro todo lo que relucía. Un par de años antes, el 9 de noviembre de 1989, el muro de Berlín había caído. Para finales de 1990, Vladimir Putin era un burócrata de los servicios secretos (KGB) que había dejado su puesto en Dresde (República Democrática Alemana) y había vuelto a Leningrado. El motivo de su vuelta fue que ese mismo año la RDA había dejado de existir. Fuera de su entorno más cercano, Putin era un completo desconocido. 1998 fue el año del crack económico en Rusia, el país había dejado de pagar los créditos internacionales, y los precios de las materias primas (sobre todo el petróleo) se hundieron junto con los ingresos de divisas internacionales. Esto originó que el rublo se desplomase y que todas las reformas asesoradas por economistas occidentales (sobre todo de EE.UU.) saltaran por los aires. Para ese mismo año, Putin dirigía los servicios secretos, el FSB, herederos del KGB. En apenas 7 años, había pasado de trabajar en el ayuntamiento de su ciudad (como teniente de alcalde) a jefe de los espías rusos, pero todavía era un desconocido fuera de las esferas del poder ruso.

Mijaíl Gorbachov promocionó a Boris Yeltsin dentro del Gobierno, fue haciéndose muy popular en las calles y muy incómodo entre los más tradicionalistas del partido. Aunque Gorbachov no quería acabar con el sistema, sino reformarlo para salvar al comunismo y a la URSS, Yeltsin quería acabar con ambos. Por ello, en 1990 Yeltsin logró que hubiese unas elecciones protodemocráticas y se convirtió en el líder indiscutible de Rusia. La cúpula militar y el KGB dieron un golpe de Estado mientras Gorbachov estaba de vacaciones en Crimea, y Yeltsin les plantó cara. Salió a la calle y se subió en uno de los tanques movilizados por los golpistas. Ante unas 20.000 personas convocó una huelga general y la desobediencia civil, auto proclamándose defensor de las reformas democráticas. El golpe de Estado fracasó y Yeltsin tomó las riendas del futuro de Rusia. Mediante una serie de decretos ilegalizó al Partido Comunista de la URSS (PCUS) y decretó el cierre de Pravda (el periódico del partido). El 25 de diciembre de 1991 Gorbachov ratificó la realidad: la URSS ya no existía. Ese mismo año, Putin abandonó el KGB y empezó a trabajar con el alcalde de Leningrado, Anatoli Sobchac, un político con aires de líder occidental. En poco tiempo la ciudad recuperó su nombre prerrevolucionario, San Petersburgo. Las intenciones de Yeltsin de acabar con la economía planificada y dar paso a una economía de mercado empezaron con un reparto de las acciones de las empresas públicas entre los rusos, para acabar en manos de unos pocos que ya tenían cierto poder en la Rusia soviética y con muy buenos contactos en el Kremlin. Su objetivo era engrosar sus bolsillos, no mejorar el país. Habían nacido los oligarcas rusos.

Putin en su etapa en el KGB (Fuente: Wikipedia)

En 1996, cuando Yeltsin tenía una imagen de viejo ebrio y errático, trató de ser reelegido para lo que pactó con esta nueva clase de empresarios. La jugada le salió bien y fue reelegido. Durante esta época en la que Yeltsin aparecía a menudo borracho en actos públicos, Rusia se sumió en un caos donde toda clase de atentados eran perpetrados contra los enemigos de los oligarcas. En esa época, el rublo no valía nada y la moneda real era el dólar estadounidense, el objetivo de muchos rusos era amasar la mayor cantidad de dólares posible y hacer una ostentación ridícula de su riqueza. Estos eran los nuevos rusos creados en torno a los mencionados oligarcas, pero en el otro extremo social aparecían profesionales de posición respetable en el comunismo soviético, pero que no habían podido participar en el saqueo de las privatizaciones, por lo que se encontraban empobrecidos económicamente y degradados socialmente.

Entre marzo de 1998 y agosto de 1999, Boris Yeltsin, el primer presidente de Rusia tras la disolución de la URSS, cambió 4 veces de primer ministro y de gobierno. Debido a la guerra contra la secesión de Chechenia, el lunes 9 de agosto de 1999, volvió a destituir a su primer ministro para poner al desconocido jefe del FSB (antes KGB) en el cargo, Vladimir Putin. Además, Yeltsin anunció que aquel desconocido sería candidato a las elecciones presidenciales del año 2000. Al nuevo primer ministro se le veía jóven, 46 años, bajito y delgado, un hombre de San Petersburgo que desde niño quiso ser espía. Había estudiado derecho por recomendación de la KGB, hablaba alemán a la perfección y era un gran judoka. Su carrera como espía fue más bien administrativa y sobre su vida no había mucha literatura ni imágenes de archivo. Solo se le conocía experiencia política en la alcaldía de San Petersburgo a la sombra del alcalde Anatoli Sobchak, donde se encargaba de las relaciones y las inversiones internacionales.

A un mes del nombramiento de Putin como primer ministro, una bomba estalló en Moscú acabando con la vida de 106 rusos. Una de las hipótesis que se barajaban en esos momentos se basaba en que el gobierno había sido el autor, empleando el atentado como una justificación para una segunda guerra en Chechenia. Unos días después, otra explosión, un bloque de 8 plantas completamente destruído con un saldo de 119 personas muertas. 3 días después, un atentado con coche bomba frente a un bloque de viviendas de 9 plantas en Volgodonsk, en el sur de Rusia. 17 personas muertas. Otra serie de atentados sumaron un total de 306 muertos en en menos de 2 semanas y Putin no había cumplido ni un mes como primer ministro. Para sorpresa de nadie, el gobierno ruso atribuyó los atentados a los terroristas chechenos y comenzaron un registro sistemático de las viviendas dónde residían chechenos. A finales de ese mismo mes, un atentado fue abortado por el aviso de un ciudadano en Riazán, aunque inicialmente el gobierno y el ministro de interior celebraron el fracaso, en poco tiempo, el director del FSB (sucesor de Putin) declaró que no había sido un atentado abortado, sino un simulacro de entrenamiento de los servicios secretos. ¿El motivo? había detenido a los sospechosos avistados por el ciudadano anónimo, y no eran terroristas chechenos, sino miembros del FSB. Tras una serie de versiones gubernamentales contrapuestas, Putin aseguró a la prensa que la ola de atentados era obra de los terroristas chechenos y anunció que iría a por ellos. Ese mismo día, Rusia comenzó a bombardear Chechenia, y una semana después, los tanques rusos volvían a deambular por la región, la segunda guerra en Chechenia había comenzado. De esta forma, creció la popularidad del joven e implacable primer ministro, Vladímir Valdimírovich Putin.

Putin junto a Yeltsin en su nombramiento como primer ministro (Fuente: Wikipedia)

Aunque las elecciones presidenciales en Rusia estaban programadas para junio del año 2000, el 31 de diciembre de 1999 por la mañana, Boris Yeltsin dimitió y pidió perdón. Yeltsin había tenido 3 intentos de destitución por parte del parlamento ruso, su salud era endeble y su reputación de abuelo borracho de la familia estaba por los suelos. Esa misma madrugada del 1 de enero del año 2000, Vladimir Putin, tras haber recibido el testigo presidencial de Yeltsin, salió en televisión felicitando a los militares rusos de la segunda guerra de Chechenia. No había ninguna duda, esta guerra era la principal baza en la campaña electoral de Putin. Un mes después de asumir su cargo, se celebró el Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), donde asistieron varios políticos rusos y ante la pregunta de un periodista estadounidense de “Who is Mr. Putin?”, ninguno de los miembros del gobierno ruso fue capaz o se atrevió a responder. La Rusia de aquella época se puede definir como un país rico lleno de gente pobre. El salario medio era de 67 euros, la inmensa riqueza de materias primas (como gas y petróleo) estaba en manos de un 10% de la población y la evasión de capital era del orden de 1.000 millones de dólares al mes. Los rusos se sentían estafados y humillados por la panda de corruptos que supuestamente los gobernaban. La venganza en Chechenia por los atentados, la promesa de combatir la corrupción de los oligarcas y la promesa de una mejoría económica, convirtieron a Vladímir Putin en un presidente aplaudido por la mayoría. Sin embargo, el oligarca Boris Berezoski había sido quien había promocionado a Putin para dirigir el FSB y luego para ser el sucesor de Yeltsin, por lo que sus relaciones con los oligarcas eran en cierta medida dudosas.

En agosto del primer año de mandato de Putin se hundió el submarino más importante de todo el ejército ruso, el Kursk, con 118 marinos dentro. El Kursk era la joya de la corona y lo habían apodado "el insumergible", por lo que no solo estaba en juego la vida de esos 118 marinos sino el honor y el orgullo de Rusia. Debido al hermetismo del ejército ruso, el Gobierno rechazó la colaboración extranjera. La vida de las personas es secundaria cuando está en juego la seguridad y el honor de la patria. Tras múltiples intentos fracasados de rescate, Putin por fin aceptó la ayuda de Reino Unido y Noruega, pero con condiciones. Putin permitió a los operativos extranjeros de rescate facilitar el acceso al interior, pero les prohibió entrar en el submarino. 8 días después del accidente, los buzos noruegos consiguieron abrir el submarino, estaba inundado, y toda la tripulación muerta. En menos de 24 horas, el orgullo nacional, el honor, y la supuesta supremacía tecnológica se hicieron añicos. 8 meses después de la victoria de Putin en las urnas, el mejor submarino del ejército se había hundido, y no en una guerra, sino en unas maniobras. A lo largo de todo este periplo, Putin había estado de vacaciones; sin embargo, las interrumpió para desplazarse a la zona y consolar a las familias. Estas, abochornadas por la actuación del presidente, le abuchearon delante de las cámaras de televisión.

Submarino Kursk del ejército ruso, apodado "El insumergible"

Para diciembre de 2001, cuando Putin estaba a punto de cumplir un año como presidente, su gobierno cursó a la Interpol una orden de búsqueda y captura de uno de los oligarcas rusos que había acaparado miles de millones de dólares con la transición del comunismo al capitalismo, Vladímir Gusinski. La policía española lo detuvo en Cádiz y le impuso un arresto domiciliario con una fianza de mil millones de pesetas (6 millones de euros), que Gusinski tardó unas horas en depositar. Mientras la televisión estatal rusa había quedado absolutamente anticuada, Gusinski era el propietario del único grupo mediático del país. Su medio realizó el programa que cuestionaba la versión oficial del atentado abortado en Riazán, criticó duramente el hundimiento del Kursk y la guerra de Chechenia; incluso tenía un programa de guiñoles que parodiaba al Gobierno y al presidente Putin. Aun así, 4 años antes los medios dirigidos por Gusinski ayudaron a Yeltsin a conseguir su reelección. Aunque la extradición del oligarca no llegó a término, una cosa quedó clara con este hecho, la censura y la manipulación eran la regla en los medios rusos. Poco después, Putin rompió relaciones con el oligarca que lo había apadrinado ante Yeltsin, Boris Berezovski. En 2003, Mijaíl Jodorkovski, propietario de la petrolera Yukos, fue encarcelado y condenado al exilio. La mayoría de estos magnates enemistados con Putin acabaron viviendo en Londres. Mientras los oligarcas que no eran fieles iban desfilando al exilio, Putin se fue rodeando de personajes salidos de los servicios secretos y de San Petersburgo, a la par que cercenaba la libertad de expresión e inculcaba un ferviente nacionalismo sobre todos los ciudadanos rusos.

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