Entre ríos y leyes: La grandeza de Mesopotamia y su legado
Artículo basado en el libro: "Grandes enigmas de la historia" de Carlos González Martínez.
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Decenas sino centenares de civilizaciones han nacido y sucumbido a lo largo de la historia humana. Desde las culturas asiáticas milenarias, hasta las civilizaciones precolombinas (Aztecas, Mayas, Incas…) devastadas por los colonos de América, un sin fin de civilizaciones han desfilado ante nuestros ojos. Pero, ¿cuál de todas ellas fue la primera? En este artículo trataremos de responder a esta pregunta y también observaremos donde se desarrolló la primera ciudad tal y como las conocemos. Veámoslo.
Es muy probable que ya conozcas la respuesta a la pregunta del anterior párrafo (solo tienes que mirar el título), ya que la primera civilización que vislumbra la humanidad no es otra que Mesopotamia. Hace miles de años, en una tierra situada entre los ríos Éufrates y Tigris (de ahí su nombre Mesos = “medio” y potamos = “río”) nació la primera gran civilización humana. Gracias a la presencia de estos dos cursos de agua, la tierra era muy fértil (al igual que Egipto con el Nilo) y perfecta para el cultivo. Esa fue la principal razón de que la gente empezara a vivir allí, la capacidad de sembrar y cosechar sus propios alimentos. Mesopotamia es enormemente relevante en la historia ya que permitió a los seres humanos abandonar definitivamente su modo de vida nómada y asentarse en un lugar fijo. Además, sus pobladores inventaron la rueda, lo que les facilitó el transporte de los alimentos cultivados. Allí se desarrolló uno de los primeros sistemas de escritura del mundo: la escritura cuneiforme. Sus habitantes dejaron la huella de su paso mediante una serie de incisiones hechas con estiletes (los antiguos lápices) en tablillas de arcilla húmeda. Gracias a estas tablillas, conocemos muchas historias y leyendas del mundo mesopotámico, entre las que destaca el poema de Gilgamesh. Se trata de una de las primeras epopeyas de la historia y se cree que se escribió en el siglo XVIII a.C. En ella se narra la historia de Gilgamesh, un rey semidivino de Uruk, y su búsqueda de la inmoralidad tras la muerte de su mayor enemigo Enkidu. Además, la obra tiene ciertos tintes religiosos ya que los habitantes de Mesopotamia, al igual que la mayoría de las antiguas civilizaciones (y por desgracia la mayoría de las actuales) adoraban a sus dioses. De hecho, en esta epopeya se narra la historia de cómo el dios Enlil, harto de los humanos, decidió enviar millones de litros de agua sobre la tierra para aniquilarlos. Ya sabemos de dónde sacó la Biblia su historia sobre el gran diluvio; es más, los únicos supervivientes de la ira de Enlil, fueron Utnapishtim, su familia y unos cuantos animales que introdujeron en un gran barco. Al menos la Biblia se decantó por el nombre de Noé, mucho más sencillo de recordar que Utnapishtim.


Tablilla de arcilla con escritura cuneiforme (Fuente: Wikipedia)
En cuanto a cuál fue la primera ciudad de la historia, por muy sorprendente que pueda parecerte, los historiadores no se ponen de acuerdo. Se estima que las primeras ciudades surgieron entre el 4.000 y el 3.500 a.C. y Jericó o Catalhöyük son dos de las opciones preferidas por los expertos. Sin embargo, ninguna de ellas cuenta con tantos partidarios como una ciudad que ya te he mencionado en este artículo, la ciudad en la que gobernaba Gilgamesh, la ciudad de Uruk. Esta metrópoli fue un importante centro económico y cultural de la civilización sumeria, la cultura surgida en el sur de Mesopotamia. Esta región se denominaba Sumer hace miles de años (de ahí el nombre de sumeria) y contaba con importantes ciudades como Umma, Ur, Lagash, Eridu o la propia Uruk. No obstante, cada una de ellas tenía sus propias leyes, gobierno y rey, nombrado por los sumerios como “lugal” o “ensi”. Es decir, no había un reino de los sumerios, sino que estas ciudades eran independientes. Los ciudadanos de Uruk, ya disponían de un sistema de construcción avanzado que les permitió levantar edificios monumentales, donde destacaban los palacios y los templos, así como los zigurats, santuarios con forma de pirámide escalonada. En sus mejores tiempos, Uruk llegó a tener algo más de 50.000 habitantes, lo que no es nada comparado con los 37 millones de ciudadanos que viven en Tokio, pero para la época era algo incomparable en todo el mundo.
Dentro del mismo territorio de Sumer, podemos encontrar la ciudad de Kish. La leyenda cuenta que el jardinero del rey Ur-Zababa encontró un cesto en el río Eufrates con un niño abandonado (de nuevo la Biblia copiando la historia de Moisés). El jardinero lo adoptó y lo llamó Sargón. Este niño se convirtió en un muchacho espabilado y de gran ambición lo que le permitió ascender y convertirse en el hombre de confianza de Ur-Zababa. Sin embargo, con el tiempo, hasta el mismísimo rey de Kish empezó a desconfiar de él. A la par que esto sucedía, Sargón descubrió que en realidad no era sumerio, sino originario de otro pueblo; los acadios. Cuando Uruk llevaba más de 1.000 años siendo una importante ciudad, llegaron a Mesopotamia los acadios y se instalaron en el norte. Ur-Zababa decidió acabar con Sargón, pero este consiguió escapar al norte, donde habitaba su verdadero pueblo. Sargón, con ánimos de venganza, armó un gran ejército y se dirigió hacia el sur, conquistando todo Sumer hasta derrotar al rey más importante: Lugalzagesi. Así consiguió gobernar sobre todo Mesopotamia y convertirse en el primer gran rey de la historia. Sin embargo, con el tiempo, el imperio creado por Sargón terminó desapareciendo y se volvieron a formar muchas ciudades independientes. Cuatro siglos después, un hombre llamado Hammurabi se convirtió en el rey de una de ellas: Babilonia, seguro que te suena.
Este poderoso rey decidió poner por escrito las 282 leyes que debían cumplir sus súbditos, grabándolas en estelas de piedra para distribuirlas por todas las ciudades. El Código de Hammurabi es el código legal más antiguo que se conserva, y no está exento de curiosidades. Por ejemplo, si un constructor levantaba una casa y esta se derrumbaba matando a su dueño, el constructor era condenado a muerte, pero si moría el hijo del dueño, el condenado a muerte sería el hijo del constructor. Un ojo por ojo en toda regla. Si sientes curiosidad por aprender más sobre estas curiosas leyes, solo tienes que aprender acadio y escritura cuneiforme, para luego acudir al museo del Louvre de París donde se encuentra el Código de Hammurabi. Aunque también puedes leer el libro en el que se basa este artículo o buscar en Internet.
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