Envidia, Bután y Bertrand Russell

Artículo basado en el libro: "El Arte de Pensar: Cómo los grandes filósofos pueden estimular nuestro pensamiento crítico" de José Carlos Ruiz.

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A lo largo de la vida de la mayoría de personas existe un momento en el que se sienten unos fracasados, si no te ha llegado ese momento, te llegará, o puede que seas una de las pocas excepciones que confirma la regla. Este sentimiento derrotista puede pasar por tu vida sin influencia alguna, pero en casos extremos puede desencadenar emociones laterales que van a perjudicarte en tu trayectoria vital. Uno de los principales focos de este sentimiento de fracaso reside en la envidia, la cual puede moverse entre negar los bienes, los placeres y la felicidad al resto, junto al hecho de desear lo que ellos poseen. Esta inclinación sin una dosis adecuada de pensamiento crítico, pueden hacernos desear cosas que otros deseen, importando los objetos de deseo del exterior, y haciendo que nuestro nivel de satisfacción se aleje del óptimo. Gracias a una falsa idea de igualitarismo, los sentimientos de envidia han aumentado de forma exponencial. Sin embargo, cuando las clases sociales eran fijas, la envidia entre estratos no existía. “En las épocas en las que las jerarquías de las clases sociales eran fijas las clases bajas no envidiaban a las clases altas” decía el afamado filósofo Bertrand Russell. Pero por supuesto, esto no quiere decir que tengamos que regresar a los tiempos de inmovilidad social del Antiguo Régimen, sino que debemos activar nuestros pensamiento crítico al observar a los multimillonarios de hoy, vestirse de una forma vulgar, como si pudieras sentirte identificado con ellos. El citado filósofo ya decía hace más de 100 años lo siguiente sobre la envidia: “Entre todas las características de la condición humana normal, la envidia es la más lamentable; la persona envidiosa no solo desea hacer daño y lo hace siempre que pude con impunidad; además la envidia la hace desgraciada. En lugar de sentir placer por lo que tiene, sufre por lo que tienen los demás. Si puede, privará a los demás de sus ventajas, lo que para él es tan deseable como conseguir esas mismas ventajas para sí mismo”. Si atendemos a las crecientes estadísticas de suicidio en los países desarrollados (en comparación con los no desarrollados), nos podemos dar cuenta de que no estamos enfocando bien el proceso de educación moral, ya que personas que tienen sus necesidades vitales más que cubiertas, se sienten fracasadas, deprimidas y desesperanzadas.

Aunque a lo largo de la historia la envidia se haya centrado en el círculo cercano, con la era de la globalización y las redes sociales, el radio de personas por las que sentir envidia crece casi hasta el infinito. Los medios digitales aumentan las posibilidades de envidiar. Por si esto fuera poco, lo común en estas redes es mostrar únicamente la parte de feliz y positiva de la vida de cada uno, las desgracias no suelen acaparar muchas publicaciones. Los post siempre son de gente riendo, bailando, viajando o divirtiéndose, y muestra nuestras mejores caras y nuestros mejores momentos. Todos intentamos ofrecer una imagen ideal de nosotros mismos, de nuestras vidas, nuestro trabajo o de nuestros amigos. Pero estas publicaciones no son más que meras fachadas detalladamente calculadas para atraer la atención de quien las consume. Aunque antes apenas envidiabas a unas cuantas personas de las que conocías su realidad, ahora las posibilidades de envidia se han multiplicado y, sin un pensamiento crítico agudo, puedes tomar esas realidades distorsionadas (y desconocidas) como la verdad. Por ello es primordial que al emplear estas redes sociales sea el sentido común lo que se imponga y no la envidia, de forma que tengamos completamente claro que aquello que vemos es solo el mundo virtual.

Bertrand Russell.

Esencialmente, podemos clasificar los distintos tipos de envidia en dos: la sana y la insana. La primera está relacionada con tus aspiraciones personales y es aquella que te impulsa a alcanzar tus objetivos. Es decir, suele ser aquella que sentimos al observar cómo una persona ha alcanzado lo que nos gustaría lograr, y sirve como combustible para conseguirlo. Suele mezclarse con un sentimiento de admiración por las personas que envidias. Sin embargo, este tipo de envidia sana también puede generar que desees algo que has visto a otra persona, y hasta ese momento, no te habías planteado que tu lo deseabas. En este caso, la envidia cambia, ya que el objeto de deseo no ha sido previamente seleccionado por ti. Además, el hecho de creer que ese algo nos hará felices, no es más que una mera suposición, y al lograr aquello que supuestamente deseamos, no obtenemos el grado de satisfacción y felicidad que obtendremos si nuestro deseo fuese verdaderamente genuino y propio. Por sacarle algo positivo, normalmente esos logros que no te satisfacen por venir de otros, suelen reforzar tu autoestima. Pero al ser una envidia y deseo generados desde el exterior hacia nosotros, no muestra el mismo grado de satisfacción. Por lo general no se desea lo que el otro tiene, sino la felicidad que muestra por tenerlo. Por otro lado tendríamos la envidia insana, malsana o cochina que se dice vulgarmente. Esta envidia nace de la creencia de que los demás no son merecedores de sus posesiones o logros. Nos engañamos creyendo que los demás no han hecho los suficientes méritos, o que su posición no es más que suerte. Suele generar un sentimiento de insatisfacción ya que la balanza del esfuerzo, el mérito y la recompensa se siente desequilibrada. Esta envidia es peligrosa ya que no solo envidias lo que los demás poseen, sino que envidias la suerte que crees que han tenido para conseguirlo. Además, esta envidia no se centra en focos de admiración que suelen representar fuentes de motivación, sino en personas que, desde tu criterio, no son merecedoras de tener lo que tienen, por lo que consideras que deberían ser despojadas de ello y te alegras por sus desgracias. La obsesión de lograr lo que los demás tienen muta en una obsesión por despojarlos de lo que tienen. Esta envidia se focaliza en el otro en vez de en uno mismo, y lo peor de todo es que aumenta la insatisfacción a niveles más altos.

Es innegable que en la época actual vivimos en un mundo de pantallas. Desde los ya algo anticuados televisores, hasta los omnipresentes smartphones, pasando por las pantallas publicitarias o las de los ordenadores con los que trabajamos y nos entretenemos, las pantallas están por todas partes. Y de la mano de la cultura de las pantallas, viene la cultura de las imágenes. Las imágenes penetran en nuestro neocórtex sin apenas resistencia, y además impactan de una forma más emocional en nuestra mente. Si no somos capaces de presentar una atención crítica a aquello que vemos en las pantallas, es muy posible que sucumbamos a la envidia. Para ejemplificar este poder de la imagen vayamos atrás en el tiempo a un pequeño país de la cordillera del Himalaya, Bután, que durante mucho tiempo ocupó los primeros puestos del ranking mundial de países más felices. De hecho, desde 1971, los gobernantes se han centrado en desarrollar la FNB (Felicidad Nacional Bruta), en vez del PIB (Producto Interior Bruto). Pero a esto hay que sumarle que hasta 1999, la televisión no se había presenciado en sus hogares. Con la llegada de la imagen virtual todo se trastocó. Los gustos estéticos y culturales cambiaron de la noche a la mañana, y los ciudadanos de Bután comenzaron a sentirse infelices. Los hombres de Bután que se enamoraban de mujeres con un perfil de persona fuerte capaz de colaborar en las labores agrícolas y ganaderas, empezaron a desear a las modelos televisivas. Como los hombres dejaron de desear al perfil tradicional de mujer de Bután, éstas también comenzaron a verse menos atractivas al compararse con las modelos y actrices que emergían en las pantallas. La invasión de la imagen virtual supuso un shock social de tal envergadura que, en apenas 2 años, los índices de felicidad de los ciudadanos cayeron en picado.

Ante esta pandemia mundial de envidia, Russell nos ofrece un antídoto: abandonar el modelo basado en el pensamiento por comparación, y centrarnos en nosotros y las cosas buenas que nos pasan. Si piensas con hábito de comparación, no pensarás en tí, sino en los demás. “Para el sabio, lo que se tiene no deja de ser agradable porque otros tengan otras cosas. En realidad la envidia es un tipo de vicio en parte moral y en parte intelectual, que consiste en no ver nunca las cosas como son, sino en relación con otras cosas”. Ante este sentimiento perjudicial, Russell propuso que la solución era la admiración: “Quien desee aumentar la felicidad humana debe procurar aumentar la admiración y reducir la envidia [...] La única cura contra la envidia en hombres y mujeres es la felicidad, y el problema es que la envidia constituye un obstáculo para la felicidad”. El hábito de comparar suele ser dañino y en ningún caso va a aportar felicidad a tu vida. El mejor antídoto es centrarte en tí mismo, y disfrutar de lo bueno de cada situación. Y si ya eres capaz de admirar más y envidiar menos, entonces el camino hacia la felicidad se te hará mucho más llevadero.

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