¿Eres auténtico? Mejor no serlo
Artículo basado en el libro: "La desaparición de los rituales" de Byung-Chul Han.
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La gente en la sociedad moderna, siempre ha mostrado una irrefrenable necesidad de ser auténtico, genuino, uno individuo irrepetible. Antes, todo el mundo se representaba así mismo como actor en una fiesta de máscaras, pero ya nadie es el mismo. Por ello, las personas parecen estar encerradas en un teatro con la autenticidad de fondo y la necesidad de autorrealización como directora, pero sin papeles que interpretar, el único protagonista es el yo. El proyecto de la propia identidad, de construir una personalidad, ha quedado relegado al individuo, pero este proyecto no debería ser egoísta, sino que debería presentar un trasfondo social que le otorgara una importancia más allá del yo. Si a alguien le preguntasen ¿qué prefieres 100 millones de euros o acabar con el hambre en el mundo? la gente respondería con su número de cuenta bancaria. Y con la mayoría de la gente ,también me refiero a ti, querido lector, porque si no recibieras el reconocimiento de haber acabado con el hambre en el mundo, estoy seguro de que elegirías la primera opción. El ego es indiferente ante alimentarse de dinero o de fama.
La autenticidad, parece ser un adversario de la comunidad y lo colectivo, debido a la egolatría que encierra, impide la formación de una comunidad. Por ello, la autenticidad atomiza la sociedad, ya que la gente trabaja continuamente en la producción de sí mismo, y en nada más allá del yo. El neoliberalismo con sus falsas ideas de libertad y autorrealización, lo único que hace es promover la autoexplotación. No es tú jefe el que te explota, sino que te explotas a ti mismo con la intención de dar la mejor versión de tí, de lo contrario, no conseguirías una autoafirmación de tu estatus, ni podrías justificar tu supuesta autenticidad. Te explotas de forma voluntaria creyendo erróneamente que te estás autorrealizando, pero no es tu culpa, es el modelo neoliberal el que trata de convertir a las personas en centros de producción altamente eficientes. Esa presión por ser genuino, es la que provoca una visión narcisista dirigida hacia dentro, a preocuparse continuamente por la propia psicología y por nada más.


A pesar de que la sociedad ya desde la modernidad temprana, representase un escenario en el que el individuo interpretaba un papel, esa representación teatral, pronto dejó paso a una cultura de la interioridad. Esto se puede observar en la moda, que cada vez resulta más pornográfica, en donde se enseña más carne de la que se insinúa. Del mismo modo, los tatuajes cada vez están más presentes, pero aunque antaño simbolizasen alianza entre individuos o con la comunidad, hoy en día carecen de toda su fuerza simbólica. Los tatuajes solo se emplean para señalar la individualidad de los que lo portan, los cuerpos parecen carteles publicitarios; y como los anuncios, aunque todos sean distintos, esencialmente, son todos iguales.
El culto a la autenticidad deteriora el espacio público, promoviendo el espacio privado. El espacio público, siempre ha representado una especie de teatro en el que los individuos deben desempeñar un papel y cumplir una serie de convencionalismos sociales como los modales o los gestos rituales. Mediante estas representaciones escénicas, se cimentan las relaciones públicas. Abandonando el espacio privado y adentrándote en la esfera pública, es como se establecen los vínculos emocionales. Pero en la actualidad, la erosión del espacio público origina que cada uno transporte su espacio privado a todas partes. La gente ya no representa papeles en el teatro de la esfera pública, este teatro se ha convertido en un mercado donde la gente se exhibe desnuda. En parte gracias a las redes sociales, el espacio teatral de lo público se ha convertido en una exhibición pornográfica de lo privado.


También la sociabilidad, la gentileza y la amabilidad tiene su parte de teatralidad, pero en la era de la autenticidad, estos gestos desaparecen y no son más que accesorios. Esa autenticidad no es más que crudeza y barbarie; y debido al culto narcisista que genera, la sociedad está cada vez más embrutecida e insensibilizada. Por ello se puede observar en las redes sociales tales niveles de crueldad y odio, ya que desaparece la distancia escénica de la esfera pública, inhibiendo los mecanismos de regulación sociales y dejando paso exclusivamente a las emociones y las pasiones. Los gestos de cortesía, que permiten un desarrollo de la empatía , prácticamente han desaparecido y con ello su poder de modificar nuestros pensamientos. Ahora solo se consideran auténticas las pasiones y la espontaneidad, y ambas son subjetivas. El comportamiento formal o cortés, ya no es auténtico, no es más que una falsedad y por lo tanto hay que evitarlo ya que carece de genuinidad, y te podrían tachar de seguir al rebaño. Sin embargo, representan una forma de objetivar el mundo, una forma de establecer un referente (óptimo para la comunidad). Por el contrario, la autenticidad lo vuelve todo subjetivo y atado al punto de vista del individuo. Esta subjetividad penetra hasta en el lenguaje, donde el término pedofilia (con una connotación fuertemente negativa) se sustituye por el término MAP (Minor Attracted Person) que muestra una visión subjetiva de las filias sexuales de un individuo. Este exceso de subjetividad y autenticidad, no hacen más que aumentar el narcisismo dificultando las interacciones sociales ya que se establecen fuera del yo.
Donde el narcisismo arraiga, el desenfado desaparece, la sociedad se aleja de lo lúdico. La autenticidad exige una sobrepresión sobre uno mismo que lo fuerza a trabajar y a rendir eficientemente, en aras de alimentar un narcisismo insaciable. Además, si este narcisismo se vuelve ubicuo en la sociedad, esta se desencanta del mundo. Las fuerzas que mantienen cohesionada una comunidad inspiran juegos y fiestas, que representan actos genuinamente humanos, pero el narcisismo colectivo erosiona estas fuerzas, provocando la atomización destructiva de la sociedad.
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