¿Es necesario el dolor?
Artículo basado en el libro: "La sociedad paliativa" de Byung-Chul Han.
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En la sociedad actual, el exceso de positividad trata de eliminar cualquier forma de negatividad, y el dolor es la negatividad por excelencia. Esto se ve reflejado en una psicología positiva en la que es necesario evitar los pensamientos negativos y reemplazarlos rápidamente por otros más positivos. Con la ideología neoliberal, incluso el dolor debe ser tratado bajo la lógica del rendimiento, el excesivo uso de la palabra resiliencia, nos demuestra como el dolor está siendo mercantilizado como un catalizador para incrementar nuestro propio rendimiento. Se llega a hablar incluso de “crecimiento postraumático”, no sólo volviéndonos insensibles al dolor, sino haciéndonos creer que somos continuamente felices o que debemos serlo. Las ingentes cantidades de libros de autoayuda y crecimiento personal que invade nuestras librerías, así como la crisis de los opioides que está sufriendo Estados Unidos (y otros países), no son más que un reflejo del evitamiento constante del dolor. Que el consumo de medicamentos, que por lo general se emplean en medicina paliativa, se administre a gente sana, debería de dar la voz de alarma de nuestra creciente fobia por el dolor. El dolor se ve como un síntoma de debilidad, y en esta sociedad hiperacelerada, el sufrimiento no es más que una consecuencia de la pasividad, por lo que mediante una postura activa, está en tu mano escapar del dolor. Esto se puede observar en las redes sociales donde el dolor está enmudecido, más allá de Influencers que se dedican sistemáticamente a llorar en las redes, todo lo demás es felicidad y positividad, no hay hueco para el dolor. Del mismo modo, las redes sociales nos hacen vivir una cultura del “me gusta” donde todo es complacencia, las confrontaciones y los conflictos que pudieran ser dolorosos son abandonadas de la palestra pública.
Antaño, como atestiguan los cientos de mártires de cualquier religión o nación, el dolor servía como un medio para el poder. Las fastuosas escenificaciones de dolor de muchos rituales religiosos, no hacen más que demostrar que los cuerpos mortificados son signos de poder. Sin embargo, en el paso de la sociedad de los mártires a la sociedad disciplinaria, el dolor se desvanece, se vuelve más discreto. La sociedad disciplinaria, basada en la producción industrial, fabrica sujetos de rendimiento, cuerpos que se conviertan en medios de producción eficientes. Para ello, el poder sigue manteniendo una relación con el dolor como las obligaciones y prohibiciones que se inculcan a través del dolor hacia el sujeto que debe obedecer. En las sociedades disciplinarias, el dolor muestra un papel constructivo, mediante el que da forma al hombre eficiente; no obstante, el dolor como tal, escapa de la esfera pública y queda recluido a espacios disciplinarios cerrados (cárceles, manicomios, cuarteles, fábricas, escuelas…). El dolor endurece, curte, la vida “heróica” básicamente se basa en mantener una aspiración constante por estar en contacto con el dolor. Algo muy empleado por muchos de los adalides del estoicismo que inundan las redes. Pero en el periodo actual, en esta época posindustrial y posheróica, el cuerpo hedonista, a diferencia del cuerpo disciplinado, gusta y disfruta de sí mismo, adquiriendo una postura de total rechazo hacia el dolor. Hoy en día parece que el dolor carece completamente de sentido y utilidad. El sujeto de rendimiento actual, a diferencia del sujeto disciplinado, no está condicionado por negatividades como los castigos, las prohibiciones o las obligaciones; sino que estas son sustituídas por la motivación o la autorrealización. Los espacios disciplinarios son sustituidos por espacios de bienestar. El dolor pierde toda su relación con el poder y se trata exclusivamente de un asunto médico.


La nueva fórmula para dominar a los sujetos es “sé feliz”, la felicidad destrona la negatividad del dolor. Gracias a la automotivación y la autooptimización, la felicidad se ha convertido en una herramienta de dominio muy eficaz en el sistema neoliberal actual, de forma que el poder no tenga que hacer mucho. El sometido (bajo un sometimiento autoimpuesto de continua mejora) ni siquiera es consciente de su sometimiento. Sin la necesidad de una obligación externa, se explota voluntariamente así mismo creyendo que se está realizando. El imperativo de ser feliz genera mucha más presión que el imperativo de ser obediente. De esta forma, el poder se desvincula completamente del dolor y no necesita ejercer ninguna represión, ya que la autorrealización y la autooptimización se encargan de la sumisión del individuo. El poder, en cuanto a que incrementa la libertad, es mucho más invisible que el represivo poder disciplinario. La comunicación se vuelve total y estamos continuamente presionados a comunicar nuestras necesidades, deseos y preferencias (y si no lo hacemos ya se recoge esta información a través de nuestra navegación en Internet). Por ello, esta comunicación total acaba confluyendo con la vigilancia. Libertad y vigilancia se vuelven indistinguibles. Siguiendo la máxima de la felicidad, el sistema neoliberal nos distrae de la situación de dominio establecida, obligándonos a una introspección, a ocuparnos exclusivamente de nosotros mismos, en lugar de criticar la situación social. La psicología permea profundamente y tratamos de mejorar los estados anímicos del individuo, en vez de mejorar las situaciones sociales que los desencadenan. La exigencia de optimizar el alma, oculta las injusticias sociales, por ello la psicología positiva desencadena la muerte de la revolución. Debido a ello, proliferan por doquier las figuras de los motivadores y los coaches, que en lugar de criticar las desigualdades sociales, se reafirman en que todo está bien, y en que la sociedad funciona, y que basta con esforzarse más por mejorar uno mismo para cambiar tu situación.
La voluntad de combatir el dolor de forma constante, nos hace olvidarnos de que éste se transmite socialmente. El dolor suele ser resultado de desigualdades socioeconómicas que afectan tanto a la psique como al cuerpo. Los analgésicos recetados como golosinas solo enmascaran las situaciones sociales fabricantes de dolor. El continuo bombardeo de los medios de comunicación y las redes sociales provoca un embotamiento con el mismo efecto de disociación entre el dolor y sus causas sociales. La verdad es reprimida por un exceso de positividad. Bajo la premisa de la autoexplotación y la búsqueda personal de felicidad, el hombre posmoderno se aísla pierde toda su solidaridad. Solo debes preocuparte por ti mismo y por tu felicidad (ni siquiera por la de tus amigos o familiares). Esto genera que no haya revoluciones sino depresiones, mientras nos preocupamos sin sentido por el bienestar de nuestra psique, obviamos las situaciones colectivas que causan los desajustes del alma. La sociedad no es la responsable de nuestra falta de felicidad, sino nosotros mismos. El dolor pierde toda su dimensión social, se privatiza y se recluye en el ámbito médico. Del mismo modo, en esta sociedad neoliberal, el cansancio representa un cansancio del yo, es un síntoma del narcisismo del rendimiento. A diferencia del cansancio colectivo, que cohesiona una comunidad, el cansancio del yo aísla, y es el mejor método de prevención contra la revolución.
La verdadera felicidad es sostenida por el dolor, en la pasión se fusionan felicidad y dolor y toda dicha contiene un factor de sufrimiento. Según Nietzsche “dolor y felicidad son dos hermanos, y gemelos que crecen juntos o que [...] juntos siguen siendo pequeños”. Sin dolor la felicidad no es más que algo trivial, un confort apático. Quien no es receptivo para el dolor, también se cierra a una felicidad profunda. Por ello debemos abandonar esta concepción del dolor y la búsqueda individual de felicidad, ya que no son más que mecanismos de distracción, debemos despertar, y como dijo el cantautor español Joaquín Sabina. “Abrir los ojos duele”.
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