La lectura en China: Un rasgo que explica el éxito del modelo chino

Artículo basado en el libro: "El calibrador de estrellas: Aprendizajes chinos para occidente en el siglo XXI" de Julio Ceballos.

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Los japoneses tienen una palabra para definir el síndrome que padecen aquellos que compran libros de forma compulsiva y los apilan en sus casas en una cola de lectura infinita que no deja de crecer: Tsundoku. Y es que como dijo el filósofo Schopenhauer: “Comprar libros sería una buena cosa si también pudiese comprar el tiempo para leerlos”. Para muchos, las librerías, las bibliotecas, las salas de lectura o simplemente los lugares que huelen a libros se encuentran entre sus lugares favoritos en el mundo, y China es un país donde este tipo de gente abunda, ya que los chinos sienten verdadera devoción por la literatura, la lectura y los libros. El mercado editorial en China es el más grande del mundo y se espera que para 2030 su valor agregado supere los 17.000 millones de dólares, un valor equivalente a, por ejemplo, el sector de la construcción en España. Una encuesta reciente revela que más de la mitad de los chinos dedican la mitad de su tiempo libre a la lectura, mientras que cerca de un 10% invertiría, si pudiera, todo su tiempo en leer. “Hay cosas peores que quemar libros: no leerlos” escribía Ray Bradbury en su afamada novela Fahrenheit 451. Los libros son invitaciones a acceder a los conocimientos acumulados por los seres humanos durante más de 3.000 años. Mientras leemos un libro, nuestro cerebro construye los lugares y las ideas que en él se relatan y nos permite experimentar de manera mucho más vivida que al ver una película, navegar por Internet o escuchar la radio.

China es el tercer país del mundo en el que más se lee per cápita, con una media de más de 416 horas al año; es decir, unas 8 horas a la semana (solo por detrás de la India, con unas 10 horas y media semanales, y Tailandia, con 9 y media). Esto equivale a decir que cada uno de los 1.400 millones de chinos leen algo más de 8 libros al año. La cifra total de libros leídos anualmente en el gigante asiático es colosal: 11.200 millones de libros. La afición a la lectura en China crece un 6% interanual, y el valor agregado de la industria editorial en China supera los 12.500 millones de dólares. Buena parte de este impresionante éxito se debe a las plataformas de videos cortos como TikTok, cuyo equivalente chino es Douyin, donde los booktubers, de cientos de miles de seguidores, recomiendan lecturas, comparten sinopsis y reseñan libros. En este amor por la lectura y en la alta tasa de alfabetización del país (99,84% en 2023, frente a menos del 20% en 1923), se puede apreciar una profunda huella de Confucio, y una de sus grandes citas lo refleja: “No importa lo ocupado que piensas que estás, debes encontrar tiempo para leer, o entregarte a una ignorancia autoinfligida”.

Ilustración del filósofo chino Confucio (Fuente: Wikipedia)

La estrategia de Pekín por inculcar a la población el amor por la lectura no es algo nuevo: fue una de las primeras apuestas de Mao Zedong que, maestro de profesión, comprendió que sólo a través de los libros podría inculcar la ideología comunista en la población, recuperar su orgullo nacional y reconstruir la grandeza que China ostentaba antaño. Mao, ávido lector desde la infancia, forjó su proyecto para China desde una biblioteca en Pekín en la que trabajó como auxiliar. Ya desde la fundación de la República Popular de China (RPC) en el año 1949, la industria editorial en China está fuertemente subvencionada por el gobierno, de manera que, en términos de paridad de poder adquisitivo, la compra de libros es comparativamente más barata que en otros países, con precios de entre 3 y 5 euros por ejemplar. Daniel Romero-Abre analiza brillantemente la apuesta china por la lectura en un artículo de El Confidencial: “Frente al bombardeo de información [los chinos] se han aferrado al libro como mejor vehículo de conocimiento y reflexión sosegada”. Aunque se le reprocha a China la ausencia de autocrítica, la forma en la que limita la libertad de expresión, la censura de contenidos y la promoción de un pensamiento único; y a muchos de estos argumentos no les falta razón, la realidad no se pinta con blancos y negros.

En 2016, Pekín lanzó un ambicioso Plan Nacional de Fomento de la Lectura con acciones en múltiples ámbitos. Sabiendo que un libro atrae más cuando está en compañía de otros libros, China cuenta con más de 3.300 bibliotecas públicas, y cada año abre un centenar adicional. Por otro lado, en los últimos años han proliferado los premios literarios (como los de enorme prestigio Mao Dun, Lu Xun, Lao She o Cao Yu), los festivales literarios, las exposiciones, los recitales y las lecturas públicas por todo el país asiático. A esta misión también se han sumado los programas de televisión que reúnen a figuras de cierta relevancia del mundo literario, para mantener sosegadas charlas sobre literatura, libros y actualidad. Por ejemplo, podemos encontrar un programa televisivo en el que leyendas vivas de la literatura china contemporánea, se reúnen en una isla para hablar de temas tan variopintos como libros, referencias literarias, música, inteligencia artificial o geopolítica. ¿Cuántos espectadores tendría un programa semejante en tu país? Con toda seguridad una ínfima parte de los que cosechan otros programas ambientados en una isla en el que se pone a prueba la (in)fidelidad de sus participantes.

También podemos observar cómo esta promoción de la lectura se encuentra ligada a la enorme y arrolladora transformación digital que está sufriendo el gigante asiático, con un fenómeno característicamente chino como lo es la lectura en plataformas digitales especializadas. Plataformas como Qidian, Zongheng o Hongxiu publican cientos de miles de obras a diario escritas por más de una docena de millones de autores para unos 450 millones de usuarios. Estas plataformas digitales están concebidas para la lectura en móvil y rescatan el formato de la literatura por entregas que hizo famosos a leyendas de la literatura cómo Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Gustave Flaubert, Dostoyevski, Tolstoi, Dickens o Pérez Galdós. En función del tipo de suscripción, cada usuario puede leer un mayor o menor número de capítulos al día. Mediante estas plataformas se está promocionando el talento oculto entre la población, por no hablar de que miles de obreros de las “fábricas del mundo” se sacan un sobresueldo escribiendo ficción, poemas o relatos existenciales. También cabe destacar el surgimiento de gran cantidad de clubes de lectura digitales, que hacen que los libros se transformen en vectores de socialización hasta tal punto, que muchos jóvenes chinos emplean estos clubes digitales para hacer amigos o ligar. Sin embargo, el mercado que lleva batiendo todos los récords en China en los últimos años es el de la literatura infantil. Con cerca de 250 millones de menores de 14 años, los libros infantiles han experimentado una revolución en China durante las últimas décadas, hasta poseer el mayor mercado del mundo de este género.

Dujiangyan Zhongshuge, biblioteca china de la ciudad de Dujiangyan (Fuente: Xataka)

Multitud de estudios avalan la correlación existente entre los hábitos lectores adquiridos en la infancia, el desarrollo de capacidades analíticas y el éxito profesional. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Oxford realizado en 2011 reveló que leer libros durante la adolescencia es el factor singular con mayor impacto positivo en la edad adulta, por delante incluso de la música o el aprendizaje de idiomas. La lectura mejora las habilidades académicas, comunicativas y cognitivas, estimula el autoconocimiento, la creatividad, el pensamiento crítico, la estabilidad emocional y la empatía. Es una panacea real para la mente humana, los padres y madres chinos lo tienen claro y envuelven a sus hijos en libros. Además, las librerías públicas en China cumplen una triple función social: promover la lectura, ofrecer formación gratuita (cursos de caligrafía, idiomas, manejo de Internet…) y prestar un servicio de acogida a aquellos que no disponen de lo más elemental. De hecho, en 2017, fue muy notorio en redes sociales el comentario que un director de una librería pública de Hangzhou dio a un usuario que se quejaba del mal aspecto y mal olor que desprendía algunos de los sintecho que acuden a leer a la biblioteca pública: “Yo no tengo derecho a mantener a los mendigos ni a aquellos sin hogar lejos de las biblioteca, pero si no está de acuerdo con nuestra política, usted sí tiene derecho a marcharse”.

Pero, ¿qué leen los chinos? En las listas de los libros más vendidos en China se mezclan lo autores superventas chinos, como Mo Yan o Liu Cixin, con tótems de la literatura internacional como Matar a un ruiseñor (Harper Lee), La Fundación (Isaac Asimov), La insoportable levedad del ser (Milan Kundera) y el preferido por los chinos Cien años de soledad (Gabriel García Márquez). En el género de no ficción, las Obras escogidas de Mao y la recopilación ideológica de Xi Jinping, comparten el podio de ventas con autores occidentales como Yuval Noah Harari, Henry Kissinger, Thomas Friedman o Dale Carnegie. Aunque los que verdaderamente arrasan son las biografías de grandes empresarios como Steve Jobs o Elon Musk. A pesar de los esfuerzos de Pekín por promover libros no disruptivos y que cuenten historias amables donde se ensalzan los valores socialistas, aquellos que presentan dramas verídicos, dilemas actuales o distopías aparecen en las bibliotecas de la mayoría de chinos. Aunque los medios de comunicación empleen demasiado a menudo el término “orwelliano” cuando hablan de China, lo cierto es que libros distópicos como 1984 (George Orwell), Un mundo feliz (Aldous Huxley) y Fahrenheit 451 (Ray Bradbury) se encuentran en todas las librerías y bibliotecas de China, al igual que la todos los grandes clásicos de la literatura universal y los libros que abarcan las listas “10 libros que hay que leer antes de morir” del New York Times. Entonces, ¿qué libros se censuran o bloquean en la RPC? Los que socavan el poder del Partido Comunista de China (PCCh), deslegitiman su Gobierno o resultan directamente subversivos con la ideología y la moral oficiales. Por ejemplo, el superventas mundial 50 sombras de Grey, no ha sido publicado en China por su alto contenido erótico; tampoco la novela El sueño de la aldea de Ding que retrata el sida en el mundo rural chino, ni La Montaña del Alma, del galardonado con el Premio Nobel Gao Xingjiang, que critica la política de su país. No obstante, la mayoría de los libros de los grandes autores de todas las culturas tienen cabida en el mercado editorial chino.

China es un país que, tradicionalmente, le ha dado mucha importancia a la lectura, a la educación, a la palabra escrita, al estudio y a la cultura. En su cosmovisión, el texto escrito posee un valor simbólico sin igual: lo que está escrito es respetado, perdura y los libros se veneran como objetos sagrados. Lo que no está escrito cae en el olvido. Ante un mundo de desinformación cada vez más dividido y mediatizado, conviene recordar las palabras de la autora Megan Walsh en su libro Qué está leyendo China y porque importa: “La literatura es quizás la forma de arte más capaz de resistir el tipo de simplificación excesiva que impone el debate político polarizado”.

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