La mayor tragedia de la humanidad

Artículo basado en el libro: "Rumbo al ecocidio: como frenar la amenaza a nuestra supervivencia" de José Esquinas.

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Si te digo que pienses en la mayor tragedia que ha presenciado la humanidad, probablemente me respondas que la guerra o la enfermedad; pero estarías muy equivocado, ya que estas calamidades no son más que un subproducto del más alto tormento que han visto nuestros ojos: el hambre. Puede que pienses que con el desarrollo tecnológico y cultural de hoy en día, el hambre no es un problema mayoritario, sino marginal, pero volverías a estar muy equivocado. Hoy en día la cifra de hambrientos que puebla nuestro planeta asciende a 830 millones de personas, y ésta cifra no ha parado de crecer en las últimas décadas. Concretamente, entre 13 y 15 millones de personas mueren de hambre al año, 35.000 personas al día, una persona cada 2,5 segundos. En lo que lees este artículo 216 personas habrán muerto por no tener nada que llevarse a la boca.

Cada arma que se fabrica, cada buque de guerra lanzado, cada cohete disparado significa, en última instancia, un robo a los que tienen hambre y no se alimentan, a los que tienen frío y no están vestidos”. Esta frase, que cualquiera diría que pertenece a un activista por los derechos a la alimentación, fue pronunciada por el presidente de EE.UU. Dwight D. Eisenhower en 1953 en uno de sus discursos. “Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades ni la ignorancia”, esta otra frase fue pronunciada por el líder cubano Fidel Castro. Estos dos pronunciamientos demuestran que el hambre no es un problema que atañe a una determinada ideología, sino un problema global que nos concierne a todos. Además, ambas citas manifiestan la intención de priorizar la alimentación sobre la guerra, aunque los hechos nos cuentan otra cosa. Cada día, en donde recordemos que mueren 35.000 personas de hambre, a nivel mundial se gastan más de 4.000 millones de dólares en armamento, es decir, en instrumentos para matar a otros tantos miles de personas. Un día de este desembolso, equivale al presupuesto de la agencia para la alimentación y la agricultura de la ONU (la FAO) de 8 años, ¡8 AÑOS!, y recordemos que esta es la agencia de la ONU encargada de erradicar el hambre en el mundo. No se si entiendes bien los datos que acabo de dar, lo mismo que los países pertenecientes a la ONU se gastan en 8 años para combatir el hambre, es lo que esos mismos países se gastan en armamento en un día para combatir ve tú a saber con quien. Parece un macabro chiste distópico, pero es la pura y triste realidad. Otro espeluznante dato sobre las prioridades económicas de nuestros gobernantes, se puede observar en que con tan solo el 1% del gasto que la OCDE empleo para salvar a la banca mundial de la crisis de 2008 (crisis generada por lo propia banca) se podría haber erradicado el hambre de la faz de la Tierra. Luego los defensores de medidas neoliberales argumentan que hay que reducir la intervención del estado en la economía, ya sabes privatizar los beneficios, pero socializar las pérdidas. Parece que interesa más salvar bancos que vidas humanas.

En los países de occidente, es decir, en los países ricos y desarrollados, el problema del hambre, parece un problema ajeno, algo lejano más allá de nuestras fronteras, es como si los muertos de hambre fueran de otra especie. Pero lo cierto es que hoy en día, los efectos del hambre, golpean a las sociedades ricas con una fuerza como nunca antes se había visto. La inmensa migración irregular que atraviesa las fronteras europeas y tanto está polarizando nuestras sociedades, y el resurgimiento de extremismos y grupos radicales que violentan las regiones más desfavorecidas con guerras interminables; no son más que consecuencias del hambre y la pobreza. A ver si los xenófobos que critican ferozmente la inmigración se piensan que la gente abandona a sus amigos, familia y patria por placer y no por miedo y hambre. Es difícil establecer si es el hambre el que genera las guerras, o son las guerras las que producen hambre, pero algo está claro, ambas son interdependientes y no hay más que analizar la reciente historia para comprobarlo. Por ejemplo, en 2011 la primavera árabe que apareció en los países del norte de África, fue provocada por años de agravios y falta de libertades, pero la causa que prendió la mecha de la revolución, fue la subida de los precios de los alimentos básicos. En 2018, las protestas que acabaron con el dictador sudanés Al Bashir, fueron nombradas como “la revuelta del pan”. Es más, todos los países que experimentaron hambrunas en el año 2020 (Burkina Faso, República Democrática del Congo, Etiopía, Nigeria, Sudán del Sur, Irak, Palestina, Siria, Yemén, Afganistán, Bangladesh y Pakistán) estaban sumidos en turbulentos períodos de violencia, sino es que estaban directamente en guerra. Un pueblo hambriento es un pueblo enfurecido, y un pueblo enfurecido atacará en busca de comida. Pero la cosa va más allá, no solo el hambre genera guerra, sino que la guerra genera hambre. Esto ha quedado bien patente en la guerra Ruso-Ucraniana, donde los dos países enfrentados, son los principales exportadores de grano del mundo. El hecho de que Rusia haya bombardeado silos de grano, instalaciones portuarias y campos de cultivo; y que Ucrania haya cesado sus exportaciones de grano para permitir el autoabastecimiento, junto a las sanciones internacionales impuestas a Rusia, han provocado una subida de precios de los alimentos básicos que ha repercutido sobre la mayoría de productos de consumo, desembocando en un inflación sin precedentes (salvo escasas excepciones). Como se ha observado, el hambre es un problema global y de gran influencia en nuestras vidas; sin embargo, parece un problema con una solución fácil, si la gente no tiene los suficientes alimentos para sobrevivir, habrá que producir más alimentos. Por desgracia, la cosa no es tan sencilla.

Hoy en día, se produce en torno a un 60% más de alimentos, que los necesarios para nutrir a toda la humanidad, no es un problema de cantidad, y de hecho, una mayor producción podría incluso agravar el problema (por el consumo de recursos y el impacto medioambiental que representan una subida de la producción). Aunque los alimentos necesarios para alimentarnos a todos ya se están produciendo, no llegan a la boca del que tiene hambre, y una de las principales razones reside en que muchos de estos alimentos son desechados antes de ser consumidos. Según datos de la ONU, un tercio de los alimentos producidos, (1.300 millones de toneladas) se desperdician por el camino y no son consumidos. A esto, habría que sumarle otras 1.200 toneladas que se pierden en el campo (en el proceso de producción) haciendo que el porcentaje total ascienda por encima del 50%. Más de la mitad de la comida que se produce, no se consume, patético. Para ejemplificar más estos datos, se ha estimado que sólo en la UE se desperdicia anualmente comida por valor de 140.000 millones de euros. El desecho de productos por su fecha de caducidad (debido a una mala planificación de la compra), la falta de redistribución de productos no consumidos en bares y restaurantes, o las compras realizadas “ por sea caso” no son más que algunas de las razones de estas pérdidas mil millonarias. Pero la principal de todas se basa en que vivimos en una sociedad hiperconsumista, en la que el beneficio es lo único que cuenta, y en la que no se nos educa para consumir de forma responsable, sino para consumir más. Este exceso de consumo ha generado una de las más grandes paradojas que ha presenciado el ser humano moderno, una incongruencia intolerable en la que el problema no reside tan sólo en el hambre y la desnutrición, sino también en la malnutrición opulenta de los países ricos.

Un tercio de la producción mundial de alimentos está dirigida a la producción de comida basura hipercalórica y carente de nutrientes, lo cual conlleva a un drástico aumento de enfermedades cardiovasculares, cáncer y diabetes. Hasta el 2005, el número de personas hambrientas en el mundo era superior a las personas obesas y con sobrepeso, pero a partir de este año, las tornas cambiaron por primera vez en la historia. Hoy en día, las personas con sobrepeso y obesidad superan los 2.000 millones; es decir, en apenas dos décadas, la población obesa y con sobrepeso ha duplicado al número de hambrientos. Esto lógicamente muestra un efecto económico, reflejado en que Europa gasta más de 700.000 millones de euros en gastos médicos para combatir las enfermedades causadas por la comida basura. Es más, en algunos países, se gasta más en productos adelgazantes que en alimentación, ya que los productos farmacéuticos son más caros que los alimentos. Aunque suene a chiste, tan sólo las familias españolas, desembolsan más de 2.000 millones de euros anuales en productos de adelgazamiento que ni siquiera son efectivos.

Continuando con los datos del malgasto de alimentos, para poder comprender la calamidad a nivel individual, podemos observar el caso de España, en el que cada uno de sus habitantes desperdicia el equivalente a 127 kg de comida al año, año tras año, a lo largo de toda su vida. Si tenemos en cuenta los kilogramos de comida perdidos durante y tras la recolección, esta espeluznante cifra asciende a los 169 kg de comida por habitante y año. Casi el 30% de los productos, acaban en el contenedor sin abrir. Si estas cifras de nutrientes arrojados a los vertederos te sorprenden, más te impresionarán los perjuicios medioambientales que implica su producción. Para generar todos los alimentos vertidos a la basura que produce la humanidad, son necesarias 1.400 millones de hectáreas (el equivalente a 28 veces la superficie de España si todo su territorio fuera fértil). Esta comida que no llega a ningún estómago, requiere el uso de una cuarta parte de todo el agua dulce del mundo, 300 millones de barriles de petróleo (y las consecuencias de su combustión) siendo responsable del 12% de la emisión de gases de efecto invernadero. Estos datos, resultan aún más asombrosos, si nos paramos a pensar en los viajes internacionales que realiza la comida antes de saciar nuestro hambre. En el caso de España, el alimento medio, recorre entre 2.500 y 4.000 km antes de situarse en las mesas de sus comensales, agravando aún más si cabe, el despilfarro de recursos energéticos que implica su producción. Estos inconcebibles viajes, quedan reflejados en un accidente de tráfico acontecido en los Pirineos en la primera década del siglo XXI. El accidente en cuestión, se basó en la colisión de dos camiones de mercancías, uno procedente de los Países Bajos con destino a España, y el otro procedente de España con destino a los Países Bajos. Hasta aquí ningún problema, la chanza radica en los productos que transportaban estos camiones, ambos cargaban tomates. Literalmente parece un chiste, pero no es más que uno de los innumerables actos que demuestran la inconmensurable estupidez humana, en cuanto a gestión alimentaria. Aunque a la mayoría de lectores esta noticia les parezca ridícula y antieconómica (exportar el mismo producto que se importa solo acarrea un aumento de los gastos de transporte y su consiguiente impacto ambiental), el autor del libro en el que se basa este artículo (José Esquinas), se sorprendió ante la respuesta que le proporcionó un amigo economista ante tal incongruencia: “No solo no es malo, eso es muy bueno para la economía porque cuanto más se compra y se vende, más sube el PIB” olé, olé y olé; esto es lo que ocurre cuando se mercantilizan los bienes de primera necesidad y lo único que se busca es el beneficio económico.

Como corolario a este artículo, querría hacer hincapié en la importancia de los trabajadores más abundantes en la historia de la especie huma, unos trabajadores que hoy en día son denostados y cuya supervivencia depende totalmente de subsidios, ya que el mercado determina que el valor de sus productos no equivale al arduo trabajo de sus manos, hablo de los agricultores. La agricultura es la actividad que ha empleado a más del 90% de la humanidad hasta hace apenas 200 años, y hoy en día es prácticamente un trabajo de riesgo del que apenas se puede obtener lo suficiente como para sobrevivir. Por ello, quiero recordar parte del discurso con el que el portugués José Saramago recibió su Premio Nobel de Literatura, discurso que promulgó ante reyes e intelectuales y que comenzaba como sigue: “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía ni leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia (recordemos que Saramago era de Portugal), se levantaba del catre y salía al campo, llevando a pasear a media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y su familia” Saramago hablaba de su abuelo, agricultor y ganadero, como tantas otras miles de millones de vidas dedicadas a alimentar a la humanidad.

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