La oscura industria del reciclaje
Artículo basado en el libro: "VERTEDERO: La sucia realidad de lo que tiramos, a dónde va y por qué importa" de Oliver Franklin-Wallis.
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Cómo seguro que te has dado cuenta (sino solo tienes que mirar a tu alrededor), el consumo de plásticos se ha incrementado exponencialmente en las últimas décadas. Mientras que en 1950 el consumo de plásticos ascendía a unas 2 millones de toneladas, para 2019, este consumo se había incrementado a las 460 millones de toneladas (sólo de plástico). En la Unión Europea, en 2021, el habitante medio generaba 36,1 kg de residuos de envases de plástico al año. De toda esta enorme maraña de envases, juguetes y otros objetos, tan sólo el 9% es reciclado; mientras que el 50% acaba en vertederos. Esto convierte a la gestión de los residuos plásticos en uno de los mayores retos medioambientales a los que el ser humano moderno debe enfrentarse. Un ejemplo claro de las devastadoras consecuencias de esta gestión la podemos encontrar en los cientos de megavertederos que asolan los países del sudeste asiático y otras regiones, veamos algunos ejemplos.
Perak, Malasia: envoltorios de judías Heinz, tarrinas de margarina Flora, botes de yogur Yeo Valley, envases del enjuague bucal Listerine, bolsas de reciclajes de varios ayuntamientos europeos, bolsas para comida de gatos precedentes de España, paquetes de galletas de Alemania, cajas del servicio postal de EE.UU., botellas de agua Fiji… Java Oriental, Indonesia: botellas de Gatorade, paquetes Capri Sun de Reino Unido, comida para gatos Whiskas, galletas Hershey… Incluso algún que otro billete que cayó en la basura por accidente: dólares estadounidenses, rublos rusos, dólares canadienses, riales sauditas, wones coreanos… Adana, Turquía: envoltorios de papel higiénico Andrex, paquetes de anacardos Asda, patatas fritas McCain, latas de Pepsi, bolsas de plástico de Tesco con la frase: “Reutiliza en casa, Recicla. Cualquier pequeña acción ayuda”.
Imagina que trabajas en la industria de residuos y recoges miles de toneladas de plásticos mezclados, contaminados, mal clasificados o multicapa (envases que contienen plástico y cartón imposibles de reciclar), ¿Qué harías? La industria de los residuos lo tiene claro, convertirlo en problema de otra persona. Exportar residuos no es algo nuevo, durante siglos se ha comercializado con papel usado, trapos y chatarra. Ya en 1826 el Londres victoriano envió un montón de polvo (parecido a la ceniza volcánica) a Moscú para reconstruirlo tras el incendio de 1812. Los residuos eran, son y serán materiales, y en un sistema capitalista cualquier mercancía se desplaza hasta dónde esté el mercado. Sin embargo, el comercio mundial de residuos en su forma actual no evolucionó hasta bien entrado el siglo XX, cuando los ciudadanos del Norte global comenzaron a atiborrarse de productos baratos fabricados en Asia. Miles de contenedores transportan mercancías de China hasta los puertos de occidente, pero hay muy poco que enviar de regreso. China compra mucho menos de lo que vende a occidente, es decir, tiene un balance comercial positivo. Por ello, en la década de 1990, los astutos empresarios occidentales, en vez de devolver los contenedores vacíos, comenzaron a llenarlos con nuestro producto más abundante: desechos.


Al principio, estas exportaciones eran sobre todo chatarra que la incipiente industria china necesitaba con urgencia. Estados Unidos, por ejemplo, produce enormes cantidades de exceso de metal, pero muchas de sus fundiciones estaban cerrando debido a la legislación medioambiental, un problema al que China no se enfrentaba. Debido a este motivo, las importaciones de desechos a China siguieron creciendo de forma paulatina hasta el año 2000, cuando el país asiático entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en ese momento, el caudal de residuos se convirtió en torrente. Entre 2003 y 2007, las importaciones de chatarra a China se multiplicaron por 7. Pronto China se convirtió en el principal destinatario de los residuos de acero, aluminio, cobre, papel y plásticos del planeta. En 2016, solo EE.UU. enviaba 1.500 contenedores llenos de residuos a China ¡Cada día! Esto hizo que China asumiera la emisión de cientos de millones de toneladas de CO2 a nuestra atmósfera, y que regiones como la de Cantón se convirtieran en el “depósito de chatarra del mundo”. Esto hizo que varios poland wang o “reyes de la basura” se hicieran ricos como el caso de Zhang Yin, la primera mujer multimillonaria de China gracias a su empresa de reciclaje.
Resulta complejo imaginar el grado de reciclaje chino a comienzos de la década de los 2000. En Wenan, una región rural al sur de Pekín, se construyeron hasta 20.000 fábricas de procesamiento de plástico, donde más de 100.000 trabajadores clasificaban, trituraban y fundían plástico para saciar el voraz apetito de la industria del país. Sin embargo, las laxas regulaciones medioambientales del Gobierno chino hicieron que las aguas residuales contaminaran los arroyos cercanos, llegando a tal punto que los lugareños sólo bebían agua embotellada (con plástico por supuesto). Rios como el Xiaobai de Wenan se volvieron tan tóxicos que cuando se utilizaba su agua para el regadío, las cosechas quedaban arrasadas. Los vecinos de la región estaban tan enfermos que la mayoría suspendía el exámen médico de ingreso al ejército. En Guiyu, donde se reciclaban productos electrónicos desechados, las aguas alcanzaron unos niveles tan altos de metales pesados, dioxinas y bifenilos policlorados, que una cuarta parte de los recién nacidos tenía niveles elevados de cadmio en sangre, mientras que el 81% de los niños analizados mostraban intoxicación por plomo. La situación era insostenible por lo que en 2018, el Gobierno Chino aprobó la Operación Espada Nacional y se prohibieron las importaciones de desechos extranjeros ilegales. La operación tenía como finalidad proteger los intereses medioambientales de China y la salud de sus habitantes, pero su impacto fue brutal en la industria mundial de la basura.
En el momento de la prohibición, la Unión Europea enviaba el 85% de sus exportaciones plásticas a China. El país asiático había recibido la mitad de los desechos plásticos de todo el mundo desde 1992. Después de la Espada Nacional, las importaciones de plástico cayeron en un 99,1% de la noche a la mañana. Esto generó que los plásticos que eran enviados a los vertederos en su país de origen aumentaran en una cuarta parte. Todos esos residuos tenían que ir a algún sitio, y lo cierto es que no se fueron muy lejos. Países del sudeste asiático como Malasia, Indonesia, Sri Lanka y Vietnam comenzaron a inundarse de cargamentos de plástico. Por ejemplo, las exportaciones de plásticos de Reino Unido a Malasia se triplicaron y los envíos de EE.UU. a Tailandia aumentaron en un 2.000%. Puede que fuese una casualidad que los nuevos destinos de los desechos plásticos se caracterizaran por tener unos de los índices de mala gestión de los residuos más altos del mundo, pero no tiene pinta. Conforme estos países se fueron inundando de desechos, las legislaciones sobre los residuos se fueron volviendo más estrictas; sin embargo, las fábricas de reciclaje y los vertederos ilegales proliferaban como champiñones. Cuando algunos de estos vertederos ilegales eran encontrados, en vez de limpiar y gestionar eficientemente estos residuos, directamente se quemaban, una táctica muy empleada por delincuentes de los residuos de todo el mundo.


Si viste la serie "Los Soprano" seguro que recuerdas a qué se “dedicaba” Tony Soprano con su empresa “Barone Sanitation”, a la gestión de residuos. Los residuos siempre han atraído a la delincuencia. La basura es la tapadera perfecta: genera beneficios económicos, requiere una mínima mano de obra no cualificada y muy poca gente quiere aventurarse dentro de un camión de la basura en busca de pruebas de infracciones. En EE.UU. la mafia controló el comercio de residuos por toda la costa este durante décadas. En 1950 era un secreto a voces que las familias criminales italoamericanas usaban como fachada la recogida privada de basura. Los recolectores privados de la mafia cobraban tarifas exorbitantes y generaban beneficios de cientos de millones de dólares al año. Además, cualquier intentó por alterar el negocio era respondido con amenazas, palizas y asesinatos. Incluso en la década de los 90, cuando las gigantes multinacionales de los residuos como Waste Management Inc. comenzaron a comprar empresas de residuos en EE.UU.; la costa este no entraba dentro de la ecuación. En 1992, un hombre que intentaba establecer una nueva empresa de residuos en Nueva York, abrió la puerta de su casa en una ocasión y se encontró con la cabeza de un pastor alemán con una nota en la boca que rezaba: “Bienvenido a Nueva York”. En Japón, la Yakuza explotó el negocio de los residuos, en Honduras, los vertederos son tapaderas de la conocida Mara Salvatrucha y en Italia, los residuos siempre han sido sinónimo de mafia. En la década de 1980, las bandas italianas comenzaron a importar residuos desde regiones tan lejanas como Australia, para luego exportarlas a países con regulaciones más laxas como Ghana. La mafia calabresa, la 'Ndrangheta, pasó muchos años cargando barcos de deshechos tóxicos como los desechos radioactivos de los hospitales, para luego hundirlos en las costas italianas o del norte de África. En Campania, una región cerca de Nápoles, la camorra enterró más de 10 millones de toneladas de residuos tóxicos en unos 2.000 vertederos ilegales. En Reino Unido, los delitos relacionados con los residuos son tan habituales que en 2021 la Agencia Medioambiental y la policía establecieron una unidad conjunta dedicada a los delitos relacionados con residuos. Desde 2013, se han interceptado más de 500 envíos de residuos ilegales al año (imagina los que son en realidad) y actualmente rastrea más de 1,3 millones de vertidos ilegales al año.
Aun así, hoy en día la gestión de residuos es un negocio corporativo controlado por un puñado de multinacionales que cotizan en bolsa: Veolia, Biffa, y SUEZ en el Reino Unido; y Waste Management Inc. y Republic Service en Estados Unidos. Aunque tengan una fachada más respetable que la mafia, las Big Waste no han estado exentas de problemas legales. Se han enfrentado a cargos por las infracciones de las normas antimonopolio, de fijación de precios y de sobornos que se remontan a la década de 1990. Un ejemplo es el caso de la empresa Biffa, que en 2019 fue declarada culpable de enviar contenedores de papel usado a China, contaminados con, entre otras cosas, pañales sucios y compresas usadas. Dos años después ocurrió lo mismo con un envió de mil toneladas de papel, que en realidad era una mezcla de pañales usados y plástico, a Indonesia y la India. La cosa va más allá, ya que ese mismo año (2021), 3 antiguos empleados de Biffa denuncian que cientos de personas eran traídas desde Polonia y obligadas a trabajar en instalaciones de reciclaje donde tan solo cobraban 0,5 libras esterlinas por día, lo que se ha denominado como el mayor caso de esclavitud moderna del país inglés. De hecho, muchas de las instalaciones de reciclaje de Reino Unido, emplea a tantas personas de Europa del Este que sus carteles están escritos en polaco.


Muchas de las empresas de reciclaje que surgieron en Malasia y el sudeste asiático, las crearon en realidad empresas chinas, para tratar de evadir las medidas de la Espada Nacional. Sin embargo, como ya he mencionado, tan pronto como los desechos del Norte Global cambiaron ligeramente su destino (de China a los países vecinos), los gobiernos de los países empezarona realizar redadas masivas en instalaciones de reciclaje de plástico y empezaron a rechazar contenedores de desechos que se acumulaban en los puertos de estos países (Malasia, Vietnam, Indonesia…) En 2019, el Gobierno de Malasia decidió ir más allá y comenzó a enviar de vuelta a los países de origen (Reino Unido, Australia o Estados Unidos) los cargueros repletos de basura. Todos los nuevos basureros del mundo empezaron a imitar estas medidas y a anunciar prohibiciones y controles más estrictos a la exportación de residuos. Ese mismo año, 187 países firmaron una enmienda en el Convenio de Basilea para regular el envío transfronterizo de residuos peligrosos e incluir restricciones a las exportaciones de plástico, Estados Unidos y China (como no) se encuentran en el pequeño grupo de países que no firmaron el tratado internacional. Hace unos poco años se empezó a desarrollar un ciclo: los plásticos extranjeros empezaban a afluir a un nuevo país y sobrecargaban su sistema de reciclaje, el país en cuestión prohibía tales importaciones y luego los desechos se trasladaban a otro lugar, para comenzar el ciclo de nuevo. Así sucedió con Turquía, Polonia, Bulgaria, Rumania, México y El Salvador, sin contar los países del sudeste asiático ya mencionados.
Estas prácticas ya fueron denominadas por los activistas medioambientales de los 80 como “Colonialismo tóxico” en referencia al vertido de los desechos de los países más ricos a los más pobres. La principal ventaja de este colonialismo reside en que los recicladores del Sur global no cumplen con las regulaciones medioambientales; sin embargo, su industria está satisfaciendo una demanda lícita mientras los países del Norte global sigan generando una cantidad de desechos que no pueden gestionar. Por ejemplo, la industria de plásticos de Malasia tiene un valor de unos 7.200 millones de dólares, lo que equivale al 5% de su PIB. Debido a la Espada Nacional y a las restricciones establecidas por los países de alrededor de China, la industria de exportación de residuos se ha vuelto más compleja que nunca y empresas referentes en el sector han pasado de transportar unos 1.700 contenedores de desecho al mes, a transportar unos 200. Pero, si los países del Norte global no tienen ni de lejos capacidad para procesar sus propios desechos, y las fábricas de los países del Sur global no pueden conseguir suficientes desechos para satisfacer la demanda, ¿a dónde van a parar nuestros desechos? Lo cierto es que se están quemando a un ritmo sin precedentes, contaminando, aun más si cabe, nuestra debilitada atmosfera; pero esa historia la dejaremos para otro artículo, y por lo tanto, para otro libro.
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