Lavarse las manos: El gesto cotidiano que cambió la historia de la salud

Artículo basado en el libro: "Superbacterias" de José Ramón Vivas.

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Uno de los grandes problemas de la salud actual reside en las infecciones nosocomiales; es decir, las infecciones que un paciente contrae en un hospital o centro de salud. El problema no es tan dramático porque en los hospitales haya un reservorio de bacterias muy virulentas que no hay en otros lugares (no las hay), sino porque muchas de las bacterias de estos entornos se han vuelto resistentes a muchos tipos de antibióticos. El caso es que el principal mecanismo de transmisión de las bacterias resistentes en los hospitales se produce a través de las manos del personal sanitario, ya sean médicos, enfermeras, celadores, personal de limpieza… Este personal es colonizado cuando entra en contacto con un paciente infectado, y la bacteria se puede transmitir de forma muy rápida gracias al recurrente y sucesivo contacto entre los trabajadores sanitarios. Por suerte, uno de los mecanismos más eficientes, sencillos y baratos de los que disponen estos trabajadores, es un acto cotidiano que todos hacemos a diario: lavarse las manos. Por desgracia, nuestra sociedad tardó mucho en percatarse de tan milagroso acto. Veámoslo.

En el siglo XIX, el porcentaje de madres que morían en el parto en hospitales europeos rondaba el 20%, la mayoría de ellas por fiebre puerperal; o lo que es lo mismo, una infección contraída después del parto. En 1843, un médico formado en Harvard y de nombre Oliver Wendell Holmes publicó un artículo en una modesta revista científica inglesa titulado: “Contagiosidad de la fiebre puerperal”. En el artículo, Wendell afirmaba que la fiebre puerperal era causada por algún agente infeccioso que se transmitía a las embarazadas por el personal sanitario que las atendía en el parto. Por desgracia, este artículo fue ignorado y olvidado hasta 1855, cuando fue reimpreso en otra revista. Cuatro años antes, en 1847, el médico de obstetricia (especialidad médica que se ocupa del embarazo y el parto) Ignaz Semmelweis también se percató de que el personal sanitario podría transmitir enfermedades a sus pacientes. La idea le vino cuando trabajaba en el hospital materno-infantil de Viena, donde la mortalidad por fiebre puerperal de las mujeres embarazadas era superior cuando estaban al cuidado de médicos y estudiantes de medicina, que cuando estaban solo a cargo de comadronas. Mientras que las muertes por esta fiebre en los embarazos atendidos por médicos ascendían al 10-18%, en el caso de los embarazos atendidos por comadronas el porcentaje era muy inferior, de tan solo el 2%. ¿A qué podría deberse semejante diferencia?

Retrato de Ignaz Semmelweis (Fuente: Flipscience)

Después de observar cómo se realizaba una autopsia a una mujer que había muerto de fiebre puerperal, Semmelweis se dio cuenta de que el médico que había participado en la autopsia, podía transmitir lo que había causado la fiebre a otras pacientes sanas que atendía en posteriores partos. Cómo las comadronas nunca realizaban autopsias, inmediatamente se percató de la causa de tan dispares porcentaje de mortalidad. Rápidamente, Semmelweis instruyó a sus compañeros y estudiantes para que se lavaran las manos con agua clorada tras cada intervención. En muy poco tiempo, el porcentaje de supervivencia de las parturientas consiguió una mejora drástica, alcanzando los valores de 2% típicos de los partos asistidos por comadronas. Esta historia muestra la evidencia de que el mejor mecanismo para hacer frente a las infecciones nosocomiales es un buen lavado de manos. Por desgracia, más de 150 años después, el personal sanitario de la mayoría de hospitales del mundo parece no haber captado la idea. Varios informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señalan que el correcto lavado de manos en los hospitales no se cumple en casi el 40% de los casos, lo que no solo representa un peligro para el propio personal sanitario, sino también para los pacientes.

En una sola mano puede haber entre 3.000 y 4.000 bacterias, aunque la cantidad varía en función de factores como la higiene o la sudoración. La mayoría de ellas forman parte de nuestra microbiota, y no nos generan ningún perjuicio, por lo que un buen apretón de manos no suele suponer ningún riesgo, por mucho que le duela al detective Monk y otros hipocondríacos. El problema viene cuando una de las dos personas está infectada con alguna bacteria, ya que existe la posibilidad de que esta se transmita a la persona sana. Por lo general, la microbiota cutánea (de la piel) es muy resistente y un lavado de manos convencional no suele alterarla mucho. Es decir, con agua y jabón eliminamos un montón de bacterias de nuestra piel, pero enseguida vuelven a aparecer en las mismas zonas. Esto se debe a que nuestra piel es un universo microscópico de escamas celulares muertas llenas de huecos donde las bacterias pueden esconderse. Además, la mayoría de estas bacterias son buenas y no nos causan infecciones. Lo que importa es que un buen lavado de manos sí que es capaz de eliminar a esas pocas bacterias perjudiciales que hayamos acogido en nuestra piel tras el contacto con un paciente enfermo. Al lavarnos las manos, dejamos de actuar como vectores (mecanismos de transmisión) para estas bacterias, lo que puede evitar una enorme cantidad de futuras infecciones, en especial, dentro de un hospital. Además, en los recintos hospitalarios también existen los dispensadores de geles hidroalcohólicos, que tan de moda se pusieron durante la pandemia del COVID-19. Su empleo es muy similar al lavado de manos, aunque más eficiente y rápido.

Si crees que estoy exagerando con esta problemática de las infecciones nosocomiales, atiende al siguiente estudio. En una investigación se determinó el tiempo que tarda un móvil desde que es desinfectado, hasta que vuelve a ser colonizado por un número de bacterias similar a antes de la desinfección. En el estudio se analizaron los móviles de diversos anestesistas de un hospital, y si los médicos no empleaban el teléfono, la cantidad de bacterias se mantenía en prácticamente cero tras el lavado. Pero si los anestesistas realizaban una llamada de 1 minuto de duración, el móvil volvía a tener una cantidad de bacterias similar a las muestras previas a la desinfección ¡Con una llamada de 1 minuto la desinfección no valía para nada! Desde 2009, la OMS promociona una campaña anual para la concienciación del lavado de manos, sobre todo entre el personal sanitario. “Lucha contra la resistencia a los antibióticos: está en tus manos”, “Salva vidas, lava tus manos” o “Una asistencia limpia es una asistencia segura” son algunos de los lemas empleados en estas campañas. Además, la OMS hace especial hincapié en los momentos en los que los sanitarios deben lavarse las manos: 1) Antes de tocar al paciente, 2) Después de realizar técnicas asépticas, para mantener la esterilidad, 3) Si hay riesgo de exposición a fluidos corporales de los pacientes, 4) Después de tocar al paciente y 5) Después de tocar las zonas que rodean al paciente.

Ejemplo de una campaña de la OMS del lavado de manos (Fuente: OMS)

Todos hemos visto alguna película o documental en el que se puede ver a un cirujano lavándose las manos antes de una operación, y eso que llevan guantes, imagínate la importancia de este acto. El caso es que las bacterias de sus brazos podrían llegar al interior del paciente. Esto parece algo obvio a día de hoy; sin embargo, no lo era tanto hasta que William Stewart Halsted introdujo los guantes de caucho en la cirugía hospitalaria en 1889, tras darse cuenta de la facilidad con la que las manos de los cirujanos transmitían gérmenes durante las operaciones. De hecho, en 1894, la mitad de los pacientes morían tras pasar por el quirófano, hasta que llegó Joseph Lister, el primer cirujano que esterilizó su material quirúrgico y su indumentaria. Por lo general, las normas de higiene de manos suelen concretarse en cada centro hospitalario, pero por desgracia casi nunca se cumplen, aunque existe una razón muy evidente para ello. El tiempo de lavado de manos varía en función de varios factores, como el tipo de trabajo realizado (los cirujanos deben lavarse las manos durante más tiempo), en función del desinfectante empleado (jabón, gel hidroalcohólico…) etc. De media, los trabajadores sanitarios pueden tener unos 100 contactos directos o indirectos con los pacientes durante su jornada laboral, algunos casos pueden llegar hasta los 350 contactos. Si un trabajador tuviera que lavarse las manos de forma correcta después de cada uno de estos contactos, necesitaría entre 3 y 4 horas para hacerlo, ¡Casi la mitad de la jornada laboral! (o una octava parte de una guardia). Lógicamente, si tenemos en cuenta la masificación de los hospitales, emplear todo este tiempo en lavarse las manos es inviable. Cómo mencionó el reputado médico canadiense William Osler, está claro que necesitamos más enfermeras.

Además del lavado de manos, también es importante el modo en el que nos las secamos. De hecho, existen varios estudios científicos dedicados a investigar la importancia que tiene esta costumbre en la diseminación de las pocas bacterias que nos quedan tras lavarnos las manos. Aquí aparece el dilema sobre qué método emplear para el secado, y es que si viste la famosa serie televisiva “Big Bang Theory” Sheldon aborrece los secadores de manos porque “esparcen microbios”. La verdad es que razón no le falta, ya que diversos estudios que comparan el número de bacterias que hay en las inmediaciones de un secador, con las que hay alrededor de un aparato de toallas de papel, el secador de manos gana de goleada. Aunque las toallas de papel tengan un gran impacto medioambiental, y su utilización en, por ejemplo, un centro comercial, sea adecuada, estos no deberían instalarlas en las áreas clínicas de un hospital. En el centro comercial, las bacterias diseminadas por un secador (poca si nos hemos lavado bien las manos) proceden directamente de nuestra piel, pero en un hospital puede haber pacientes inmunocomprometidos en los que cualquier bacteria podría causar una infección mortal. En resumidas cuentas, si trabajas en el sector sanitario, lávate y sécate las manos de una forma adecuada, tus pacientes te los agradecerán. Bueno, y si no trabajas en el sector sanitario, haz lo mismo, ¡No seas guarro!

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