Los secretos de alcoba del Imperio Romano

Artículo basado en el libro: "Roma oscura: La vida secreta de los romanos" de Michael Sommer.

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Si te pregunto por uno de los imperios más grandes que ha presenciado la historia humana, ¿qué responderías? Si vives en occidente, lo más probable es que tu respuesta fuese el Imperio Romano, uno de los más grandes y, a mi entender, el más influyente imperio que ha gobernado Europa. Sin embargo, al igual que en todos los hogares del mundo existen trapos sucios que esconder a la mirada pública, el Imperio Romano no es ninguna excepción. De hecho, la República romana comenzó con una violación, o al menos es así como lo relata el mito. En el siglo VI a.C., Roma era relativamente insignificante y el despótico rey Tarquinio, vástago de una dinastía etrusca, sitiaba la ciudad enemiga de Ardea. Durante esta campaña, varios representantes de la dinastía se reunieron para tener una conversación sobre mujeres, en la que Lucio Colatino (el único casado con una romana) se enorgulleció de que su esposa Lucrecia fuera la más virtuosa de las mujeres. El depravado hijo de Tarquino, al oír estas palabras, entró a hurtadillas en la casa de Lucio, y violó a Lucrecia. Este crimen del hijo del rey, condujo a la caída de la ya podrida dinastía etrusca, convirtiendo a Roma en una república. Sin embargo, esta no fue ni de lejos la única historia sobre sexo que presenció el vasto Imperio Romano, y en este artículo analizaremos algunas de ellas.

El imperio Romano se erigió sobre las costumbres, y una de las más extendidas se basaba en que el recato y la castidad estaban cotizadas al alza. Incluso mostrar emociones en público estaba mal visto. De hecho, un compañero de Catón el Viejo que iba a ser nombrado cónsul (cargo más alto de la República), fue expulsado del senado por abrazar a su mujer en público. El propio Catón se volvió a casar a una edad muy avanzada y con una mujer de mucho menos estatus, porque era incapaz de controlar sus instintos sexuales. Pero esto no puede resultar sorprendente, ya que los matrimonios en las altas esferas de la República, no se basaban en el amor romántico o el buen sexo, sino en la procreación de una descendencia legítima. Por lo general, si pertenecías a una clase muy alta, rara vez te casabas por iniciativa propia, y es que el matrimonio fue, es y será un instrumento político de la envergadura de las guerras. “El amor conyugal era una suerte dichosa: pero no era el fundamento del matrimonio ni la condición de pareja” afirmó el historiador francés Paul Veyne. Los hombres podían casarse a la edad de 14 años y las mujeres (más bien niñas) a la edad de 12 años. La boda se celebraba en casa del padre de la novia y tras el festejo, en un acto ritual, la novia era arrancada de los brazos de su madre en un fingido acto de violencia. La boda se escenificaba simbólicamente como un rapto. Luego, el cortejo nupcial iba cantando el himeneo (de Himen el dios nupcial de romanos y griegos) hasta la casa del novio, donde la pareja se retiraba al dormitorio, y al menos la novia estaba a punto de tener su primera experiencia sexual. En muchas ocasiones, marido y mujer vivían a una distancia considerable y la boda era su primer encuentro. El pudor era una de las virtudes de la mujer romana, y por ello, en la noche de bodas la consagración del matrimonio se realizaba a oscuras. También fue el pudor lo que empujó a muchos novios a renunciar a desflorar a su esposa, pero como compensación, la penetraba por detrás (muy rectados todos). Sin embargo, al novio no le solía faltar experiencia, y los servicios sexuales de las esclavas les permitían explorar el prohibido mundo del amor físico. No es que solo estuviese aceptado, sino que era lo que se esperaba de un joven romano. Esta diferencia de experiencia, hacía que las noches de boda romanas fueran a menudo “violaciones legales”, y no pocas mujeres romanas vivieron su primera noche de matrimonio como un trauma.

El famoso poeta Ovidio, escribió un poema didáctico (dividido en tres libros) titulado Ars amatoria (Arte de amar), donde aparecían innumerables consejos sobre cómo encontrar las mujeres más bellas de Roma, o sobre cómo redactar una carta de amor. Al final del segundo libro es cuando se dedica a explicar como obtener el mayor placer posible de la experiencia sexual. “Id hacia la meta a la par, así el placer es completo” aconsejaba el experimentado autor. El tercer libro, en una especie de Kamasutra, explica las diferentes posturas en las que el coito es especialmente placentero (“Mil juegos conoce Venus”). Este poema mostró una influencia muy marcada en la sociedad romana, como bien atestiguan las obras de los artistas en las que los penes erectos y las parejas copulando eran muy abundantes. Paredes de dormitorios, suelos de mosaico, platos, cuencos, tazas… con simbología sexual abarrotaban las casas de las familias acomodadas y las no tan acomodadas. ¿No se supone que el pudor era una virtud?, ¿cómo encajan estos elementos pornográficos en una sociedad pudorosa? El enigma se resuelve al recordar que en esta sociedad los espacios estaban cuidadosamente separados. Es decir, muchas de estas piezas pornográficas se recluían a las áreas privadas del hogar, estando ausentes en los espacios públicos. Sin embargo, estas apariencias solo quedaban relegadas a las clases más altas, en donde los matrimonios se empleaban como alianzas políticas. En el resto de las clases (incluso entre los esclavos) las reglas eran más laxas.

Conforme el Imperio progresaba, también lo hacía la sociedad romana. Por ejemplo, el matrimonio cum manu donde la novia pasaba de obedecer la autoridad del padre, a obedecer la del marido, se convirtió en la unión sine manu, que teóricamente dejaba a las mujeres casadas a disposición de los padres y les otorgaba un considerable grado de autonomía. Una de las protagonistas de esta nueva feminidad fue Clodia, hermana de Publio Clodio Pulcro, un alto aristócrata que apoyó a César mientras el triunvirato dirigía la guerra en las Galias. Aunque Clodia estaba casada (con su primo), existían rumores sobre las docenas de aventuras sexuales que había mantenido con otros hombres, y el orador más famoso de la República, Marco Tulio Cicerón, participaba en la expansión de estos rumores. Pero lo cierto es que Cicerón tenía un interés en desvirtuar la imagen pública de Clodia, ya que uno de sus representados como abogado (Marco Celio Rufo) había tenido una relación con ella y la había abandonado. Clodia, junto a su hermano, persiguió a Rufo y le acusó de amenazar a varios enviados y matar a uno de ellos, demostrando el poder e influencia que ostentaba esta mujer. La emancipación de la mujer, así como las obras de una serie de poetas (Ovidio, Catulo…) sobre el amor, empujaron al libertinaje a la metrópoli a orillas del Tíber. No obstante, para el emperador Augusto, el descontrol sexual era un fastidio, y quería que el antiguo recato volviera a los dormitorios romanos. ¿El motivo? Sencillamente porque quería hijos, y la clase alta había sido diezmada por décadas de guerras civiles y, probablemente, por su aversión a tener hijos (se parece un poco a la actualidad). Pero para que Roma siguiese gobernando en su vasto imperio, los matrimonios de las clases altas deberían recordar su principal objetivo, proporcionar a la República nuevos nietos de Rómulo.

¿Cómo iba Augusto a gobernar sobre los dormitorios de sus ciudadanos?, ¿Cómo convencer a los senadores de que sustituyeran sus noches de placer carnal con parejas efímeras, para concebir futuros funcionarios con sus mujeres legales? Era necesario retomar la antigua moral y Eneas, el mítico progenitor de los romanos y de la familia del César (en la que Augusto fue adoptado), se emplearía como proyector de estos valores más tradicionales. Para ello, Augusto encargó al afamado poeta Virgilio la redacción de la Eneida, una obra donde se resaltaban estos valores. En este poema épico, al protagonista troyano Eneas se le encarga por decreto divino fundar en mitad de Italia el asentamiento que precedería a Roma. En su viaje por el Mediterráneo, desembarca en Cartago y comienza un romance con la reina Dido. Sin embargo, el dios Júpiter (equivalente al Zeus griego) enojado por que Eneas no ha cumplido su misión, envía a su mensajero Mercurio para recordarle su deber al héroe troyano. Eneas renuncia a su amor e iza las velas de su embarcación para abandonar Cartago y llevar a cabo su tarea. Esta obra marca un punto de inflexión en los valores de la sociedad romana, que bajo la enorme difusión que le dio Augusto, moldeó la psique de los romanos del siglo I a.C. Las obras artísticas (pinturas, esculturas, poemas…) comienzan a abandonar el incipiente libertinaje que las caracterizaban, para impregnarse del honor, recato y pudor de antaño. Aun así, el bombardeo mediático de Augusto (y sus artistas) era insuficiente para modificar la conducta de los ciudadanos, por lo que en el año 18 a.C., introdujo una serie de leyes que dictaban quién podía casarse con quién, privilegiaba a los casados, pero sobre todo, a las familias que tenían muchos hijos. Por ejemplo, a una mujer que hubiera engendrado 3 hijos o más, se le otorgaba plena capacidad jurídica, mientras que otras necesitaban un tutor masculino. Al adulterio, que sólo había sido relevante en el derecho civil, se le impusieron penas como el destierro o la confiscación de bienes. Posteriormente, se introdujo el matrimonio obligatorio para todos los hombres romanos entre los 25 y los 60 años, y todas las mujeres entre los 20 y los 50 años. De esta forma, la vida íntima de los ciudadanos romanos se convirtió en algo público, y por lo tanto, con gran contenido político. Augusto opinaba que con su campaña moral estaba tratando de evitar la extinción de la República por falta de hijos.

Cuando Augusto, mediante su cruzada para volver a priorizar los valores tradicionales, impuso una serie de leyes, no esperaba que en su propia casa aparecieran víctimas de su campaña. Julia, la única hija biológica de Augusto, fue casada en 3 ocasiones, primero, con 14 años, con uno de sus primos; luego, con 19 años, con un militar amigo de Augusto, y finalmente, ese mismo año, con Tiberio, hijastro de Augusto (y hermanastro de Julia) de su primer matrimonio; todo queda en familia. Obviamente los sentimientos de Julia no fueron considerados en ninguna de estas uniones, por lo que no resultó extraño que comenzarán a circular rumores sobre que Julia buscaba en otros lugares un amor elegido por ella misma. Esto llevó a que en el año 2 a.C., Julia se volviese el centro de las miradas en la capital , cuando se la acusó de adulterio y vida viciosa en general. Cuando en esa misma época se ahorcó a Febe, una de las libertas (esclava liberada) de Julia, su padre Augusto exclamó: “Preferiría haber sido el padre de Febe”, un padrazo. Aunque consideró ejecutar a su hija, al final optó por desterrarla. Del mismo modo, Augusto también envió al destierro a una de sus bisnietas (nieta de Julia) por haber sido infiel a su esposo, un senador con una estrecha relación con la familia de Augusto.

El emperador Augusto, por muy guardián de la moralidad que se creyera, también debió mirar la viga en su ojo, antes de buscar la paja en el ajeno. Aunque se casó 3 veces, las dos primeras bodas no fueron más que estrategias políticas, pero sus últimas nupcias sí que tuvieron mucho que ver con los sentimientos. Fue amor a primera vista, al menos por parte de Augusto, ya que Livia, su tercera esposa, estaba casada con un político cuando se conocieron. Augusto, embelesado, raptó a Livia cuando estaba embarazada de su segundo hijo y obligó a su marido a divorciarse. Además, por Roma circulaban rumores de que el gobernante no era tan estricto con la fidelidad conyugal como exigía a sus súbditos. Se decía que a menudo pedía a sus amigos que le trajeran chicas bonitas. “Ha quedado preso en las redes del amor femenino”, narra Suetonio, un historiador contemporáneo de Augusto. Incluso llegó a encargar a su propia mujer Livia que le buscara chicas jóvenes. Perfecta definición de hipócrita.

A pesar de lo mencionado en el anterior párrafo, lo cierto es que en comparación con la vida de emperadores posteriores, la vida de Augusto fue bastante decente. Por ejemplo, son variadas y bizarras las historias que se cuentan de Tiberio, que tras 10 años sumido en el hastío de los asuntos de Roma, decidió dejar el poder a un prefecto, para instalarse en una lujosa villa donde dar rienda suelta a su adicción al sexo. Mandaba traer desde todas partes bellas muchachas y efebos, para que hiciesen tríos delante de él. Mientras se bañaba, tenían que nadar entre sus piernas, lamiéndolo y mordiéndolo, niños pequeños desnudos. Incluso abordaba a mujeres casadas de la clase alta (moralmente mucho menos cuestionable, pero políticamente mucho más arriesgado). No es de extrañar que, tras su muerte (37 d.C.), en las calles de Roma se celebraban alegres fiestas. No obstante, su sucesor no trajo tiempos mejores, a Álvaro Tiberio lo sucedió el brutal y sádico Caligula. Por no hablar que tras un breve reinado de su tío Claudio, los asuntos de Roma pasaron a manos del tan excéntrico como impredecible Nerón. Calígula, como nos hace saber Suetonio, en los banquetes hacía desfilar ante él a las esposas de los distinguidos senadores para escoger una y llevársela a su alcoba, para después comentar las ventajas e inconvenientes de su cuerpo con el resto de invitados. El alma de la fiesta. Sin embargo, sobre Nerón circulan historias aún más crudas, llegando a follar con mujeres casadas, vestales (obligadas a castidad por derecho sagrado) e incluso su propia madre. Aunque no solo fueron hombres las presas de la perversidad en el Imperio Romano. El tío abuelo de Nerón se casó con Mesalina, que gozó enormemente de su estatus privilegiado de primera dama. Uno de sus parejas fue un senador, que casualmente se había casado hace poco con madre; es decir, su padrastro. Pero cuando rechazó sus insinuaciones, Mesalina urdió una trama con uno de sus libertos para que ejecutarán a ese desengaño amoroso. El poeta Juvenal afirmó que Mesalina salía por la noche y trabajaba como prostituta en un burdel, donde el proxeneta le instaba a irse cada noche. En el año 47 d.C. inició un romance con un senador mientras seguía casada con el emperador, esto fue considerado un golpe de estado, por lo que el tío de Nerón, al poco tiempo ordenó que arrestaran a ambos, para después ejecutarlos.

Busto de Cayo Calígula

Aun así, Mesalina no fue más que una excepción que confirma la regla, la moral sexual en hombres y mujeres era muy asimétrica en aquella época. Mientras los senadores, emperadores o caballeros se “desfogaban” con sus esclavas, de las mujeres de las clases altas se esperaba pudor y recato. Sin embargo, poseer esclavas podía resultar un lujo hasta entre la clase adinerada, por lo que a muchos solo les quedaba ir a una prostituta para saciar su insaciable sed. Muchas de estas prostitutas eran esclavas que eran alquiladas por sus amos. Por lo general, estas mujeres “hacían la calle” para proxenetas que solían ser sus parientes, como el marido e incluso sus padres. No obstante,, también existían burdeles (lupanaria) que podían ser humildes como los situados en trastiendas o locales comerciales, o podían estar diseñados como prostíbulos lujosos con filas enteras de habitaciones y todo el “equipamiento” imaginable. La propaganda de la prostitución se encontraba por todas partes como bien atestigua un grafiti de una casa de Pompeya en el que se decía: “Nympe felatrix” o “Ninfa chupa pollas”. En varios burdeles los puteros también dejaron sus mensajes como uno que reza: “HIC EGO CVM VENI FVTVI” o “Cuando llegue aquí follé”, o el grafiti de un cliente habitual que decía: “EGO PVELLAS MULTAS FVTVI” o “Aquí me he follado a muchas chicas”. Del mismo modo, muchos de estos mensajes eran escritos por las mujeres que ofrecían sus servicios sexuales. Aunque la mayoría de meretrices no cobraban más de 2 ases (monedas de bronce usadas durante la República), al igual que hoy en día, también existían las prostitutas de lujo que llegaban a cobrar más de 23 ases. Para poner en contexto estos precios, 16 ases sería lo que ganaba en un día un trabajador agrícola, mientras que los legionarios cobraban algo menos (12 ases), pero de manera regular. A diferencia de hoy, en esa época los métodos anticonceptivos eran muy reducidos, por lo que muchas prostitutas recurrían a amuletos y otros instrumentos “mágicos” para evitar quedarse embarazadas. Aun así, la abstinencia durante los días fértiles y una serie de plantas medicinales eran métodos anticonceptivos conocidos. En caso de que los amuletos no funcionasen (nunca lo hacían) y no se hubiese empleado ningún otro método para prevenir el embarazo, los antiguos médicos recomendaban otra serie de plantas medicinales para provocar el aborto. Por no hablar de otros tortuosos métodos que nos dan una idea de las brutales penalidades que sufrían las mujeres en aquella época.

Para concluir este artículo, hablaremos de un emperador romano, cuya identidad sexual estaba puesta en duda, Heliogábalo. En la capital circulaban los rumores más desencarnados sobre su persona. Ya desde pequeño, por influencia de sus parientes, Heliogábalo frecuentaba los mayores antros de Roma y las alcobas de las meretrices más baratas. De esta forma, desarrolló una afición por estas actividades, y estar casado con varias mujeres no fue un impedimento para ello. Sin embargo, la razón de su promiscuidad, no era un exuberante libido, sino estudiar la conducta femenina. De hecho, la historiografía romana coincide en que Heliogábalo mantenía relaciones sexuales con hombres. Solía echar a las prostitutas del burdel para ponerse en su lugar, dónde recibía compañía masculina, previamente reclutada e instruida para que el emperador no quedará decepcionado. Aunque en Roma la homosexualidad no estaba desacreditada, no era una de las “virtudes” que se esperaba del emperador. Aun así, puede que la homosexualidad no fuera la condición de Heliogábalo, ya que se rasuraba la barba para parecerse más a una mujer, se hacía llamar “señora” o “reina” y dedicaba su tiempo a tareas antaño consideradas femeninas, como hacer hilados y tejidos. Podría decirse que fue el primer emperador transgénero.

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