Otro fantasma recorre Europa: es el fantasma del...

Artículo basado en el libro: "La democracia expansiva o como ir superando el capitalismo" de Nicolás Sartorius.

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Un fantasma recorre Europa, con esta premonitoria frase comienza el afamado libro “El Manifiesto Comunista” de Karl Marx y Friedrich Engels; sin embargo, a día de hoy no es la sombra del comunismo la que amenaza el viejo continente, sino un antagonista de éste, el nacionalismo (no hay que olvidar que el comunismo y cualquier ideología de izquierdas tiene un carácter internacionalista por definición). Desde el American First de Trump, hasta el Brexit, pasando por el auge de los partidos de ultraderecha nacionalistas como el Frente Nacional Francés de Le Pen, el Fratelli d`Italia de Giorgia Meloni, Alternativa por Alemania de Alice Weidel o VOX en España; decenas de partidos ultranacionalistas han surgido (y lo siguen haciendo) por todos los rincones de Europa, extendiendo sus tentáculos en las instituciones políticas, pero sobre todo, en la psique de los ciudadanos. Todos estos partidos se sustentan sobre dos pilares, una acérrima glorificación y protección de la patria y un exacerbado populismo. Pero, ¿qué es exactamente el nacionalismo?

Antonio Gramsci, ya proporcionó una serie de diferencias entre el concepto “nacional” y el “nacionalismo”, argumentando que el primero muestra un carácter cultural y popular, relacionado con la identidad y los intereses de las clases trabajadoras de los pueblos; mientras que el segundo, tendría un carácter chovinista y de exclusión, y sería empleado por las clases dominantes como un instrumento para cambiar el foco de atención, de los problemas internos, a los externos. El nacionalismo siempre ha sido (y siempre será) una herramienta que permite aunar a los ciudadanos de una nación, para inmiscuirse en una lucha (o guerra) que poco tiene que ver con sus intereses. No se trata de un hecho objetivo, sino una ideología que en base a una supuesta identidad propia y exclusiva, diferencia a los habitantes de un territorio. Concretamente, esta ideología nació a finales del siglo XIX, en torno a movimientos de las burguesías nacionalistas, y se fue radicalizando con la Primera Guerra Mundial, originando así los partidos de extrema derecha que desencadenaron la Segunda Guerra Mundial; ahí es nada. Hobsbawm, ya indicó que el nacionalismo se usó por primera vez a finales del siglo XIX, para definir a grupos ideológicos de la derecha italiana y francesa. De hecho, el término nación, más allá de las definiciones metafísicas que pueda mostrar, no es más que una construcción política obra de la burguesía revolucionaria que quería acabar con el absolutismo del Antiguo Régimen. Algo para poder superar ”El estado soy yo” de Luis XIV y demás estupideces de la nobleza europea de antaño. Debido a este carácter burgués de lo “nacional”, las primeras organizaciones sindicales y obreras nacidas en los albores de la revolución industrial, mostraron un fuerte carácter internacional, antagónico de cualquier tipo de nacionalismo. De ahí que la Primera Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores) naciera en fechas tan tempranas como 1864 y fuese una firme opositora del nacionalismo. Sin embargo, con el inicio de la primera guerra mundial (1914) y a pesar de las proclamas pacifistas de la Segunda Internacional (1889), su carácter internacionalista se esfumó, dando pie a que diversos partidos socialistas y obreros se apropiaran de las ideas patrioteras de las burguesías de turno. Esto provocó la matanza de millones de trabajadores en esa vergonzosa guerra imperialista, en la cual para más inri, tres de los emperadores involucrados, eran primos hermanos entre ellos, y nietos de la reina Victoria de Inglaterra (el káiser Guillermo, el zar Nicolás y el rey Jorge), el macabro chiste se cuenta solo.

Tras esta fatídica guerra y los locos años veinte, la gran crisis del capitalismo que generó el crack de la bolsa de 1929, provocó que el nacionalismo mutara en una ideología radical, cuyo avance imparable inundó Europa. Con semejante crisis económica y social, los pueblos europeos sólo parecían tener dos alternativas: o bien implementaban políticas sociales que paliaran los efectos adversos de la crisis (esta no da dinero así que descartada), o bien, mediante un nacionalismo radical, se implementaban políticas desarrollistas y belicistas (esta sí, para superar una crisis no hay nada mejor que una guerra como demuestra la crisis del Covid y la guerra Ruso-Ucraniana). La primera de las opciones, por sorprendente que parezca, fue escogida por el adalid del capitalismo, EE.UU., donde el New Deal de Roosevelt, tomó medidas “antieconómicas” y “de barbarie” que permitieron la creación de empleo y obras públicas, la instauración de una seguridad social y el impulso de la sindicalización de los trabajadores, entre otros actos atroces (nótese la ironía). La segunda alternativa, fue escogida por diversos países europeos, entre los que destacan el fascismo italiano y el nazismo alemán, desencadenando la guerra más devastadora que ha conocido el ser humano. Tras esta desastrosa contienda, en gran medida promovida por ese nacionalismo exagerado, dio inicio la guerra fría en la que los partidos y sindicatos de la incipiente socialdemocracia, se alinearon con Estados Unidos, mientras que los partidos comunistas lo hicieron con la URSS. El internacionalismo, sufrió las consecuencias de este enfrentamiento Este-Oeste, principalmente en el asunto colonial. Mientras que el Estado Soviético y los diversos partidos comunistas, apoyaron la liberación de las colonias (en Vietnam, Argelia, Angola, el Congo…), los partidos socialdemócratas, parecieron desentenderse del asunto. Aun así, hubo algunas excepciones como el caso del PSOE en España (el de verdad no el de ahora) que se opuso a las guerras de Marruecos, haciendo honor a su carácter internacional. Por desgracia, incluso la implosión de la URSS desencadenó un incremento de los nacionalismos, que se mezclaron con diferentes movimientos religiosos, originando la Polonia católica, la Hungría de Orbán o la Rusia de Putin de hoy en día.

Por suerte o por desgracia, el desarrollo del capitalismo ha modificado los rasgos del problema nacional, ya que este sistema económico requiere una continua expansión para generar un crecimiento económico que permita la acumulación de riqueza. Para ello, ha sido necesaria una mundialización y una globalización que rompen la lógica de los Estados-Nación. Testigo de ello es la creación de la Unión Europea, que durante más de 50 años, ha creado un mercado común, una moneda única, un Parlamento, tribunales de justicia, políticas agrarias comunes… mostrando una ideología internacional. Sin embargo, curiosamente, las políticas fiscales y sociales, han quedado fuera de la ecuación y son responsabilidad de cada estado, no debemos olvidar que la UE es una consecuencia más de un sistema capitalista, que de una ideología internacionalista. Al no establecer esas políticas comunes de vital importancia, cuando llega la crisis de 2008 (creada por las nefastas políticas neoliberales del Consenso de Washington, de Regan, de Thatcher y demás imbéciles), sus efectos en forma de paro, reducciones salariales, recortes sociales… son cargadas sobre las espaldas de los sectores más vulnerables de la sociedad. Debido en gran parte a la inoperancia de los partidos socialdemócratas, las catastróficas consecuencias de esta crisis, crearon en grandes sectores de la población una sensación de desesperanza, de perdedores de la globalización y de víctimas de la europeización. De esta forma, como ocurrió en los años treinta del siglo pasado, el desamparo y el vacío generados, han sido llenados con dosis elevadas de nacionalismo y populismo, gracias a partidos euroescépticos como los mencionados al inicio del artículo, que no son más que algunos ejemplos.

No debemos olvidar que aunque el fenómeno nacional, un día representó la unión de diversos territorios para formar una nación y luchar contra el arcaico sistema feudal del Antiguo Régimen; hoy en día, se ha transformado en su opuesto, y no busca más que dividir, desunir, debilitar lo que ya estaba unificado. Estos nacionalismos extremos son una lacra y un lastre para el progreso de la humanidad, no son más que síntomas patológicos de las desastrosas políticas neoliberales del capitalismo. Si el crack del 29, fue el germen que permitió el auge del nazismo y el fascismo en Europa; la crisis del 2008, ha sido el germen que ha permitido el auge de los partidos de extrema derecha ultranacionalistas en el viejo continente. Espero que no haga falta recordar a nadie cuáles fueron las catastróficas consecuencias de que Hitler y Mussolini alcanzaran el poder.

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