¿Qué dice la ciencia sobre las experiencias cercanas a la muerte?

Artículo basado en el libro: "La supraconciencia existe: Vida después de la vida" de Manuel Sans Segarra.

9 min read

Uno de los grandes enigmas a los que la humanidad se ha enfrentado en su interminable búsqueda de conocimiento se centra en la existencia de la conciencia. Más bien, en sí ésta es un mero producto de nuestras sinapsis neuronales, empleado como mecanismo adaptativo para la vida en sociedad y la supervivencia; o si por el contrario, se trata de un ente más allá de nuestro cerebro o más allá de los tangible y perceptible mediante nuestros sentidos. En este artículo no se resolverá este enigma, pero sí que estudiaremos algunas de las relaciones entre la conciencia y la actividad neuronal (y otros enfoques científicos), así como su relación con la muerte.

Desde un punto de vista fisiológico, la conciencia podría definirse como un estado del sistema nervioso que permite la aparición de conductas, complejas y conscientes, en función de las operaciones neuronales temporales que predominan en ciertas regiones de nuestro cerebro. Según el enfoque científico (desde la física) la conciencia posee dos cualidades importantes que nos permiten describir su funcionamiento. Por un lado, estaría el nivel de alerta que se correlaciona con el grado de activación corporal y psicológica que poseemos en un momento dado. Por ejemplo, cuando estamos dormidos o bajo los efectos de la anestesia, nuestro nivel de alerta será reducido, y nuestra capacidad para percibir estímulos externos se verá mermada. Por otro lado, tendríamos la experiencia de la conciencia, la cual surge esencialmente a través de la actividad de una red de neuronas situadas en las regiones medias frontales y el cíngulo posterior del cerebro. Mediante el método científico, podemos conocer los entresijos y el funcionamiento del mundo que nos rodea a través de un enfoque sistemático y riguroso. Esto nos permitirá apreciar la vida como algo finito (enfoque materialista) en donde la conciencia está intrínsecamente atada a nuestro cerebro, aunque también nos recuerda que hay mucho que no sabemos sobre la vida y que tenemos infinitas posibilidades por conocer. “La ciencia es la creencia en la ignorancia de los expertos” decía el afamado físico Richard Feynman. Los principios fundamentales del método científico incluyen la objetividad, el monismo material, que sostiene que la materia es el componente estructural básico de la naturaleza, y el principio de localidad, que establece que siempre existe una relación causa-efecto con la realidad de los objetos.

Con estos principios fundamentales, el método científico nos permite examinar y entender la naturaleza humana. Bajo este enfoque, el ser humano estaría constituido por cuerpo y mente, siendo el primero algo tangible, mientras que el segundo sería algo más etéreo y estaría compuesto por sentimientos, emociones, recuerdos, conciencia y aprendizaje. Estos fenómenos mentales no muestran un sustrato material sobre el que asentarse, o al menos todavía no ha sido descubierto. Sin embargo, se consideran una consecuencia de la actividad neuronal de nuestro cerebro. El neurocientífico Eric R. Kandel (Premio Nobel de fisiología en el año 2000) se ha dedicado al estudio de estos fenómenos. Concretamente, se ha centrado en explorar cómo nuestras experiencias moldean nuestras neuronas y cómo éstas moldean nuestra mente. Si entendemos nuestra mente como un río, nuestros pensamientos y experiencias serían las corrientes, y cuando se detienen, el río deja de fluir. Bajo esta metáfora, la muerte física supone el cese de la actividad neuronal, marcando el fin de nuestra existencia. La muerte consta de dos fases desde el punto de vista neurológico: La primera, la desconexión del neocórtex, donde interviene el cerebro medio o sistema límbico (almacena nuestros recuerdos), donde se reproducen momentos placenteros o de sufrimiento que excitan a la persona moribunda. Esto se podría traducir vulgarmente como “Ver toda una vida en imágenes”, frase muy reiterada en el mundo del cine cuando una persona logra milagrosamente escapar de una muerte casi segura. Luego estaría la fase en la que muere el cerebro basal (o reptiliano) que se encarga de manera autónoma de mantener la vida vegetativa. Sin embargo, la respuesta consciente de la mente ante la muerte consta de 5 fases, pero pueden aparecer entremezcladas. Primero, llega la sorpresa, la negación y el aislamiento, al tener conocimiento sobre nuestro final inminente. En segundo lugar, aparece la fase de negación activa en la que la rabia y el resentimiento nos impiden aceptar nuestra condición. Posteriormente, ante la evidencia de la realidad, llega el pacto (no la aceptación) que lo emplearemos para justificar una posible prolongación de lo inevitable. En cuarto lugar, aparece la depresión en donde sentimos una gran sensación de pérdida. Finalmente, llega la aceptación de nuestra situación que nos permite una lucha activa con la esperanza de una posible curación. Pero dejemos de hablar de nuestra conciencia desde esta perspectiva y tomemos un enfoque más científico.

Para comprender la conciencia, varios científicos han afirmado que ésta se produce a través de procesos cuánticos. La teoría cuántica se encarga de los fenómenos a una escala atómica, pero sobre todo, subatómica. En esta escala tan pequeña de la materia, las partículas pueden exhibir comportamientos inesperados como estar en varios lugares al mismo tiempo (superposición) o influirse mutuamente de forma instantánea sin importar la distancia que las separe (entrelazamiento). Estos fenómenos han sido postulados por científicos de la talla de Penrose y Hameroff, como procesos que podrían ocurrir dentro del cerebro y contribuir a la formación de la conciencia. Esta teoría, aunque esté en pañales y le falte una base de evidencias para sustentarse, podría transformar radicalmente nuestra concepción sobre la conciencia y ayudarnos a combatir enfermedades de la mente como el Alzheimer. Además, si esta teoría sobre la “conciencia cuántica” resultase cierta, proporcionaría explicaciones con base científica sobre las diversas experiencias cercanas a la muerte (ECM) que tanto nos intrigan. Aunque la mayoría de estas experiencias suelen tener explicaciones racionales y científicas, lo cierto es que muchas de ellas carecen de razón aparente.

Por lo general, las ECM se presentan en pacientes diagnosticados de muerte clínica que sobreviven por diversos motivos. Esta muerte clínica se caracteriza por un paro cardiaco de quien la sufre, y por lo tanto muestra un electrocardiograma plano (ausencia de latido), arreflexia (falta de reflejos tendinosos) y ausencia de activador mental (electroencefalograma plano). Las causas más comunes suelen ser los traumatismos severos, ingesta de tóxicos o fármacos y hemorragias graves; pero sobre todo, debido a accidentes vasculares cardiacos y cerebrales. Algunos de los pacientes que han sufrido estas adversidades, pueden ser traídos de nuevo a la vida mediante la reanimación cardiorrespiratoria. Si se aplican en el primer minuto tras la muerte clínica, el 33% de los pacientes pueden ser recuperados, tras estos 60 segundos, el porcentaje se desploma a un 14%, aunque en casos excepcionales, se han conseguido reanimar a pacientes tras 7 horas de estar muertos. Las ECM a menudo son descritas como encuentros con una luz brillante, sensaciones de paz o experiencias en las que los pacientes salían de su propio cuerpo, pero, ¿cómo es posible que los pacientes tengan una experiencia consciente estando clínicamente muertos? La respuesta a esta pregunta todavía no se ha descubierto, pero su explicación podría modificar profundamente nuestra concepción sobre la vida y la muerte. Un detalle curioso sobre las ECM se basa en que muchas de las personas que las experimentan, muestran cambios duraderos en sus actitudes y comportamientos. De hecho, la mayoría que sufren ECM (18%-25% de los recuperados en una muerte clínica)) están firmemente convencidos de que se trata de una realidad completamente distinta a la de los sueños. Aunque las ECM no distingan entre ateos o creyentes, lo cierto es que las creencias religiosas si influyen en las descripciones que los pacientes dan sobre estas experiencias. Aun así, existen ciertos patrones al explicar las ECM entre todos los que las padecen: muchos afirman que se trata de una experiencia hiperreal, incluso más real que la propia realidad. Un gran número admiten haber tenido experiencias extracorpóreas, proporcionando detalles que no deberían haber presenciado dado su condición de muerte clínica. Los movimientos a través de un túnel, la entrada a otras dimensiones o el contacto con personas fallecidas, también son características muy recurrentes en estas experiencias. Para que el escéptico entienda a que me estoy refiriendo, analicemos un par de casos reales.

Un paciente diagnosticado de muerte clínica describe como su primera impresión tras la muerte fue una salida de su cuerpo en la que pudo observar al grupo de médicos tratando de reanimarlo. Al tratar de ponerse en contacto con ellos, no lo consiguió, y al intentar tocarlos, se sintió sorprendido al ver que los atravesaba. El paciente también afirmó haberse puesto en contacto con familiares fallecidos, y haber sentido una sensación placentera de extrema paz y felicidad. Otro paciente narró su experiencia a su médico como: “En un momento determinado, fui consciente de mi salida del cuerpo y, desde una posición elevada, pude observar como usted hacía el masaje cardíaco directo y aplicaba el desfibrilador. El personal de quirófano se movía rápido. Experimente una sensación de paz y armonía. Finalmente, entre en mi cuerpo”.

Sin embargo, la mayoría de psicólogos, psiquiatras y neurólogos que hablan de las ECM, afirman que se tratan de alucinaciones, una serie de manifestaciones anímicas producidas como consecuencia del trastorno metabólico profundo que presentan las neuronas por la falta de irrigación sanguínea en el cerebro. De hecho, las neuronas son muy sensibles a la falta de oxígeno o glucosa (su principal alimento), pero también a los niveles de carbono dióxido (hipercapnia), los de potasio (hiperpotasemia) o los niveles de ácidos en el cuerpo (acidosis metabólica). Pero la mayor sensibilidad se muestra en la falta de irrigación, ya que si las neuronas permanecen sin recibir oxígeno entre 5 y 10 minutos, se producen lesiones irreversibles. Aunque esta sensibilidad es diferencial, ya que el tronco cerebral (controla las funciones involuntarias vitales) muestra mayor resistencia a la falta de oxígeno. Por ello, en muchas ocasiones se le atribuye a esta parte del cerebro ser la responsable de generar las ECM, como un método de evitar el dolor terminal. No obstante, es muy complejo que el tallo cerebral sea capaz de generar las vivencias tan “sofisticadas” relatadas por los pacientes (deberían darse con el neocórtex funcionando). También se ha tratado de argumentar científicamente las ECM como experiencias psicodélicas debidas a la administración de algún fármaco o anestésico. Pero los principios activos de estos medicamentos actúan sobre el neocórtex que no está funcionando. Otra de las explicaciones se basa en que se trata de una intrusión de la fase REM del sueño, cuando el tronco cerebral bloquea las neuronas motrices.También se ha responsabilizado de las ECM al DMT (N,N-dimetiltriptamina) presente en la ayahuasca, un compuesto químico segregado en las situaciones de estrés cerebral y que puede provocar alucinaciones intensas. Aun así, esta hipótesis no es aceptable ya que, de nuevo, esta molécula afecta al neocórtex. Los psicólogos atribuyen las ECM a un mecanismo de defensa sofisticado ante la situación catastrófica que supone la muerte clínica. Durante el estrés que supone esta situación, se liberan endorfinas y encefalinas, neurotransmisores opioides que provocan una sensación de tranquilidad y felicidad, por lo que estas moléculas también han sido postuladas como responsables de las ECM. Otra molécula que podría representar la justificación de estas experiencias sería el GABA (ácido gamma-aminobutírico), que es un neurotransmisor con efecto inhibidor, por lo que al disminuir su concentración, produciría una gran excitabilidad neuronal y las reiteradas experiencias de extrema felicidad.

Aunque sean muchas las posibles hipótesis que explican las ECM, lo cierto es que ninguna de ellas es capaz de aclarar las vívidas experiencias que sufren los pacientes tras la muerte clínica, y mucho menos son capaces de explicar los innumerables detalles que los pacientes proporcionan sobre su ECM. Por lo tanto, a día de hoy, estos sucesos siguen siendo un misterio. Como dijo Albert Einstein: “Lo más incomprensible del universo es que es comprensible”.

Artículo basado en: