Sentarse, ¿el nuevo tabaquismo?

Artículo basado en el libro: "Ejercicio: como es que nunca evolucionamos para hacer ejercicio, por qué e saludable y que debemos hacer" de Daniel E. Liberman.

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Hoy en día se difunde el rumor de que estar sentado es perjudicial para nuestra salud. Prestigiosos médicos aseguran que sentarse es el nuevo tabaquismo, investigaciones serias afirman que permanecer sentados 1 hora echa a perder los beneficios de haber realizado 20 minutos de ejercicio, estudios muy divulgados concluyen que estar sentados más de 3 horas al día, es responsable de casi el 4% de los fallecimientos de todo el mundo, algunos cálculos sostienen que sustituir 2 horas diarias de estar sentado por actividades ligeras como caminar, reduciría la tasa de mortalidad entre un 20% y un 40%... La lista de los perjuicios de sentarse, es interminable, algo alarmante teniendo en cuenta que el estadounidense medio (y el occidental medio) permanece sentado 13 horas al día, pero ¿Cuánto de verdad hay en estas afirmaciones?, ¿se trata solo de un rumor o está sustentado en la evidencia científica?

En primer lugar, debemos tener en cuenta el motivo por el cual nos sentamos, y efectivamente, es en lo que estás pensando, sentarse es menos cansado, más “cómodo” y más estable que estar de pie. Lógicamente es menos cansado, ya que pocos músculos requieren contracción en esa postura, y el consumo de energía (calorías) es un 8-10% superior cuando estamos de pie en comparación a cuando estamos sentados; y eso que gracias a nuestro bipedismo, somos unos de los animales más eficientes manteniéndonos de pie. Esto solo representa 8 calorías por hora, pero si te pasas toda tu jornada laboral sentado (8 horas) en vez de erguido, acumulas anualmente 16.000 calorías. En sí, el acto de sentarse, está presente en todas las culturas, a través de gran parte de la evolución humana, incluso los neandertales se sentaban. El problema, puede parecer que radica en las sillas, ya que si comparamos las diferentes sociedades (previas a la globalización), casi todas se sentaban en el suelo, con las piernas estiradas, cruzadas, de rodillas o la postura más común, sentado en cuclillas. Esta postura, crea pequeñas superficies alisadas en los huesos del tobillo, conocidas como “carillas por cuclillas”, que nos permite saber que durante millones de años el ser humano ha empleado esta postura, ya que esas carillas se encuentran incluso en el Homo erectus.

Aunque sentarse es una forma de descanso en la mayoría de culturas, el hecho de hacerlo de cuclillas es más sano ya que tiene el mismo gasto calórico que estar de pie. Por no hablar de que favorece el desarrollo de la musculatura de la espalda, como muestra un estudio que concluye que al comparar adolescentes estadounidenses con adolescentes keniatas (estos últimos no se sientan casi nunca en sillas), mostraban entre un 21 y un 41% más de desarrollo muscular en la espalda. Esto provoca un círculo vicioso, ya que los occidentales al permanecer más tiempo sentados en sillas con respaldo, tenemos menos musculada la espalda, y por lo tanto nos molesta más la posición de cuclillas o sentarnos en un taburete, y por ello nos sentamos en sillas con respaldo comenzando el ciclo de nuevo. Además, es necesario aclarar que la silla con respaldo es un invento reciente, ya que en casi todas las culturas, las representaciones artísticas en las que aparecen sillas con respaldo, casi siempre es empleada por gente que suele ser de clase alta (reyes, faraones, sacerdotes…); mientras que la representación de la gente común, es sobre bancos sin respaldo. Se estima que no fue hasta el siglo XVI que las sillas con respaldo se convirtieron en un producto consumido por la clase media.

Uno de los problemas que muestra estar sentado no reside en la postura en sí, sino en la cantidad desorbitada de tiempo que permanecemos en esa postura. Al comienzo del artículo he indicado que algunas investigaciones sugieren que el estadounidense medio pasa unas 13 horas al día sentado. Sin embargo, esto es una exageración, y existe una gran variabilidad interpersonal, sobre todo relacionada con la edad y la profesión. En cuanto a nuestra actividad laboral, cada vez son más las profesiones que requieren estar sentados delante de una pantalla; y en cuanto a la edad, las investigaciones demuestran que nos volvemos más sedentarios con la edad. Estudios sobre la población estadounidense indican que un joven adulto pasa entre 8 y 9 horas al día sentado, mientras que las personas mayores muestran una media ligeramente superior a 12 horas diarias. No obstante, como ya he dicho, existe una enorme variabilidad interpersonal. Lo que no es cuestionable es que cada generación se vuelve más sedentaria que la anterior, y no solo por la evolución del trabajo, también por la evolución del ocio. Un estudio estima que el tiempo que permanecen sentados los ciudadanos de varios países postindustriales como Reino Unido, ha crecido un 43% en el periodo comprendido entre 1965-2009. De este párrafo podemos concluir que el problema no es tanto estar sentados, sino el tiempo que permanecemos sentados; y son tres los principales problemas de salud relacionados con el hecho de estar sentados durante un largo periodo.

El primer problema, tiene que ver con lo que no estamos haciendo ya que cada hora que estamos sentados, no estamos realizando otras cosas de forma activa como el ejercicio, que es beneficioso para la salud. En segundo lugar, es que los periodos prolongados sin actividad, aumentan la concentración de glucosa y lípidos en el torrente circulatorio. El tercer problema radica en que al estar varias horas sentado, nuestro sistema inmune puede atacar a nuestro cuerpo a través del proceso de inflamación. La inflamación, es el primer proceso que desencadena el sistema inmunitario cuando detecta la presencia de un patógeno, algo nocivo o un tejido dañado. Sus cuatro síntomas principales son: enrojecimiento, calor, hinchazón y dolor; y las moléculas encargadas de regular el proceso se denominan citoquinas. Pero, ¿qué relación tiene sentarse con el proceso inflamatorio? Los científicos descubrieron la relación cuando se percataron de que existían algunas citoquinas que además de provocar las respuestas inflamatorias locales, intensas y breves que suceden después de una infección, también favorecían niveles de inflamación leves, prolongados y apenas detectables por el organismo. Es decir, se vuelve una inflamación crónica e imperceptible, pero si no la detectamos ¿Dónde está el problema? Bien, pues se ha demostrado que esta inflamación provoca daños en los tejidos de arterias, músculos, hígado, cerebro y otros órganos. Además, este tipo de inflamación también está implicada en numerosas enfermedades relacionadas con el envejecimiento como es el caso de cardiopatías, alzheimer, diabetes tipo 2…

Por lo tanto, la inflamación crónica es un tema candente en la medicina actual, ya que parece estar implicada en multitud de afecciones. Sin embargo, la buena noticia es que la inflamación crónica se puede prevenir, ya que conocemos sus principales desencadenantes, como el tabaquismo, la obesidad, el consumo excesivo de alimentos proinflamatorios (destaca la carne roja) y la inactividad física; ahí reside la peligrosidad de estar sentados tantas horas, ¡Esa inactividad te está inflamando sin que te des cuenta!

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