Una burbuja financiera de colores
Artículo basado en el libro: "Eso no estaba en mi libro de Botánica" de Rosa Porcel.
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Cuando se habla acerca de las burbujas financieras, a la gente le viene a la memoria la triste burbuja inmobiliaria de 2008 (por la cual solo hubo un banquero encarcelado a pesar de las miles de estafas organizadas) o la burbuja de las puntocom a finales de los años 90 del pasado siglo. No obstante, en este artículo nos centraremos en una burbuja muy anterior que a pesar de ser reconocida entre los interesados por la economía, no es tan popular debido a su antigüedad; estoy hablando de la burbuja de los tulipanes o la tulipomanía del siglo XVII.
A día de hoy, en Holanda, se encuentra el mayor mercado de flores del mundo, en donde se reciben 30 millones de flores diarias, que se comercializan en pocas horas. Es más, la mayor cooperativa de la industria de la flor (instalada en Holanda) factura casi 5.000 millones de euros anuales, unas ganancias muy superiores a la mayoría de negocios de cualquier país. Esto resulta sorprendente si tenemos en cuenta que el producto comercializado (las flores) no muestran ninguna utilidad más allá de la estética; no se pueden comer, no tienen uso medicinal, no se extraen compuestos químicos de ellas… Y a pesar de ello, una de ellas se acabó convirtiendo en el símbolo de un país y provocó una de las primeras burbujas financieras de la historia: el tulipán.
El tulipán (género Tulipa) es originario de la región de Irán y Afganistán, y de ahí pasaría a la península de Anatolia (Turquía) hace unos 1000 años. Es en el imperio Otomano donde alcanzó cierta distinción, al adornar palacios, mezquitas y vestimentas. Algunos argumentan que se introdujo en Europa a través de Al-Ándalus, en el siglo XI, pero su introducción definitiva no tuvo lugar hasta el siglo XVI de la mano del embajador austriaco en Turquía. Uno de los más prestigiosos botánicos del momento, Carolus Clusius, era holandés y amigo del embajador, y enamorado de la bella flor, la introdujo en los Países Bajos. En poco tiempo, los bulbos del tulipán comenzaron a despertar la admiración entre los amigos y familiares del botánico. Carolus, consiguió nuevas variedades mediante cruces con otros ejemplares, gracias a que crecían con facilidad en los jardines holandeses. Como consecuencia de éxito del cultivo y su popularidad, la flor se extendió rápidamente por todo el país.


Algo extraordinario asombró a todos los que cultivaban tulipanes, y es que gracias a las características climatológicas y geológicas de los Países Bajos, los bulbos holandeses aparecían con colores aleatorios, pétalos rayados, moteados… rarezas que los hacían exóticos y únicos. Los botánicos, dedicaron mucho tiempo a tratar de averiguar el mecanismo que explicase estos cambios de colores, pero no tuvieron mucho éxito, incluido el propio Clusius. A pesar de variar cualquier condición en el cultivo de los tulipanes en busca del secreto de estos cambios, nada salvo el azar parecía responder al misterio.
Hay que tener en cuenta que en el siglo XVI las flores eran un fenómeno cultural, y un símbolo de estatus social. Las más exóticas flores, eran portadas como joyas y adornaban los centros de mesa de las mejores familias holandesas. Además, Los Países Bajos, gracias a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, dominaba el comercio internacional y pasaba por una época de bonanza económica, (la mejor época para hinchar una burbuja) por lo que existía una cada vez más abundante clase de comerciante adinerados, dispuestos a pagar precios desorbitados por la adquisición de los bulbos de tulipán más exclusivos. Este comportamiento se generalizó dentro de la sociedad holandesa, aumentando considerablemente la demanda y generando una notable ansiedad por conseguir las flores más raras para después poder venderlas a precios aún más altos, y así hacer fortuna. Como el cultivo de un tulipán desde su semilla requiere siete años para poder cosechar la flor, lo que se buscaba siempre, era la compraventa de bulbos. Existían multitud de variedades y cada una mostraba un nombre más extravagante que la anterior, pero había una que destacaba por encima del resto la conocida como Semper Augustus, de la cual, en 1624 solo había 12 ejemplares. Por esos años, se descubrió un proceso por el cual se podía conseguir clonar la planta (reproducción asexual), mediante el uso de vástagos de los bulbos; sin embargo era un proceso tedioso y las variedades más raras con esas mutaciones coloreadas, a penas producían vástagos.
El mercado aumentó de forma exponencial con el aumento de la demanda, y no solo en los Países Bajos, también en todo Europa. Cada vez más gente se dedicaba a tan lucrativo negocio, y los tulipanes cambiaban de manos varias veces en poco tiempo, lo que incrementaba su precio cada vez que eran intercambiados. la burbuja se hinchaba cada vez más. La alta rentabilidad de estas transacciones atrajo aún más gente, lo que provocaba un aumento de precio. Estos tulipanes empezaron a comerciarse en una especie de “mercado de futuros” en donde se compraban vástagos de un bulbo madre que todavía ni se había sembrado. La burbuja continuaba hinchándose.


Entonces en ese momento alcista, llegó la pandemia de la peste negra, que se propagó rápidamente gracias al comercio internacional frenético; no obstante, esta situación contribuyó a aumentar el comercio de tulipanes. Puede que la inminente desgracia eliminase el miedo al riesgo de los compradores, y estos siguieron comprando de forma irracional (algo similar a la compra de papel higiénico en la pandemia del COVID-19). Estos acontecimientos originaron una escalada de precios sin parangón. En 1623 cuando el sueldo medio anual de un holandés rondaba los 150 florines, se vendían bulbos por 1000 florines, en 1635, se pagaban más de 4000; y el cénit se alcanzó en 1637 cuando en un subasta de 99 bulbos se pagaron 90.000 florines, lo que serían hoy en día varios millones de euros (por unas flores). La burbuja estaba apunto de reventar. Al día siguiente en una nueva subasta, medio kilo de bulbos se subastó a un precio inicial de 1250 florines, no hubo compradores. La burbuja había explotado. Debido al mercado de futuros, al exceso de oferta y a los precios desorbitados, el próspero negocio colapsó, convirtiéndose en uno de los mayores desastres financieros de la historia. Aun así, en la cultura popular se habla de centenares de suicidios y bancarrotas por doquier, pero no son más que exageraciones del imaginario colectivo.
Casi 300 años después del debacle financiero, diversas investigaciones consiguieron encontrar la explicación a los llamativos colores y asombrosos patrones que mostraban los bulbos holandeses. No era más que un virus transmitido por un pulgón, concretamente el virus TBV (Tulipan Breaking Virus). El TBV dependiendo del momento de desarrollo en el que infectase la planta, era capaz de afectar a la epidermis de los pétalos, modificando su aspecto. Concretamente, se debilita la producción del pigmento original, pero se genera un exceso de otros pigmentos que dan color a la planta como las antocianinas. Los tan codiciados y preciosos bulbos, no eran más que plantas enfermas.
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