Una odisea de inmigración ilegal: La travesía del Golden Venture

Artículo basado en el libro: "Cabeza de Serpiente: Una epopeya oscura en Chinatown" de Patrick Radden Keefe.

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Uno de los principales focos de atención de la actualidad gira en torno a la inmigración, más concretamente, en torno a la inmigración ilegal. Se trata de una cuestión muy peliaguda que lleva afectando a las sociedades humanas desde hace siglos, pero hoy en día muestra un repunte histórico. En parte, esto se debe al auge de partidos de extrema derecha ultranacionalistas, cuya propaganda se basa en una serie de proclamas que glorifican un patriotismo exacerbado. Este enaltecimiento de la patria, provoca un odio irracional por parte de los habitantes de un país hacia los extranjeros, ya sea debido a que establecen una competencia por el empleo, realizan actos delictivos o por su falta de adaptación a la cultura del país al que emigran (puros estereotipos). Sin embargo, son pocos los que conocen las penurias que provoca el abandonar tu tierra natal, tu familia o tus amigos. Por no hablar de que la mayoría desconoce el tortuoso periplo que representa viajar desde un país a otro de forma ilegal. El viaje de Ulises (Odiseo) narrado por Homero, no es más que un paseo por el campo en comparación con las rutas de viaje que algunos de estos inmigrantes realizan. Por ello, en este artículo narraré uno de estos viajes, en concreto, el que realizó un joven chino de 18 años para emigrar a Estados Unidos. Veamos su historia.

Esta es la historia de Sean Chen, un joven nacido en Fuzhou, la capital de la provincia china de Fujian, una región de donde provienen un gran porcentaje de los emigrantes chinos de todo el mundo. Sean vivía con sus padres y con sus dos hermanos menores, y como la familia había infringido la política del hijo único en dos ocasiones, debían realizar pagos periódicos a los funcionarios de turno. Tras una reyerta con uno de estos funcionarios (motivada por los pagos), un policía amigo de la familia les notificó que Sean sería detenido (tenía 16 años). Había osado pegar a un funcionario poderoso, y el gobierno local no lo podía permitir. Presa del pánico, la familia decidió que Sean emigraría a los Estado Unidos. Como en cualquier parte donde existe una necesidad, existe un negocio (lícito o ilícito) que la satisface, los padres de Sean dieron 3.000 yuanes a un cabeza de serpiente (traficante de humanos) como anticipo para el traslado de su hijo hasta Norteamérica. Con una mochila ligera con poca ropa, Sean se dirigió hacia la frontera del país con Birmania (Myanmar). No llevaba ni pasaporte, ni visado, ni siquiera un carnet que lo identificase, iba completamente indocumentado. La primera escala de su viaje era Tailandia, y para llegar allí, era necesario atravesar las montañas y junglas del este de Birmania, sorteando la maleza y los pantanos infestados de malaria. Obviamente este viaje no lo realizó solo, sino con una caravana clandestina de migrantes chinos, acompañada por alguna cabeza de serpiente o sus contratistas locales. Para atravesar los ríos empleaban a un veterano nadador que arrastraba con él una cuerda hasta la otra orilla, permitiendo a los siguientes aferrarse a ella para sortear los rápidos. En esta ruta, no era raro encontrarse con cadáveres de emigrantes chinos que habían sucumbido al agotamiento, la malaria o alguna otra enfermedad tropical.

Tras permanecer varios días en un campamento en la selva, a la espera de que los contratistas recibiesen el dinero de las cabezas de serpiente, la caravana emprendió de nuevo el viaje, pero esta vez en furgoneta. Como existían diversos controles a lo largo de la ruta, los emigrantes como Sean debían bajar antes y bordear durante kilómetros estos controles. Sean y sus compañeros tardaron aproximadamente 1 mes en llegar a la frontera con Tailandia, para después realizar un viaje de 800 kilómetros en autobús hasta Bangkok. Una vez en la capital, los migrantes fueron trasladados a una serie de apartamentos que los cabeza de serpiente tenían alquilados para que sus “clientes” esperarán a tomar el vuelo hacia EE.UU. Los controles del aeropuerto de Tailandia eran un chiste, muchos de los trabajadores estaban sobornados por cabezas de serpiente para que aceptasen los documentos falsos que les otorgaban a sus “clientes”. El aeropuerto de Bangkok era un despropósito tal, que enormes colas se formaban tras las ventanillas de los trabajadores sobornados, mientras que el resto de ventanillas permanecían libres. Sin embargo, ese año habían entrado en vigor las nuevas medidas de control en el aeropuerto, por lo que el cabeza de serpiente contratado por la familia de Sean, le comunicó, que podía tardar cierto tiempo en subirse al avión. Tras cinco meses de espera en una ciudad extranjera y sin apenas dinero, los cabezas de serpiente le comunicaron a Sean que existía una alternativa al vuelo, un viaje en barco hasta América. Aunque podía continuar esperando el cada vez más lejano vuelo, Sean, con su joven espíritu aventurero, decidió arriesgarse por la ruta marítima. Varios autobuses transportaron a unos 240 migrantes chinos hasta la costa, donde les esperaban una flotilla de barcos pesqueros que se hicieron a la mar y los llevaron hasta un transbordador de 220 metros de eslora, el Najd II.

Provincia china de Fujian, principal foco de emigración del país (Fuente: Wikipedia)

Los cabezas de serpiente, a pesar de su gran poder económico, no tenían la capacidad de fletar un barco por ellos mismos, por lo que se juntaban varios para hacerlo. Aunque el Najd II tenía ciertas comodidades (unos 100 camarotes con un par de camas), era un barco de más de 30 años, y a pesar de que consiguió atravesar el estrecho de Malaca para llegar al océano Índico, allí se agravaron los problemas en la sala de máquinas. La mayoría de barcos que transportaban inmigrantes chinos, empleaban la ruta más corta, atravesando el Pacífico hasta México y California, pero en los últimos años muchos barcos habían sido interceptados. Por ello, el Najd II tomó la ruta alternativa, atravesar el océano Índico hasta África, bordear el cabo de Buena Esperanza, y atravesar el Atlántico hasta Estados Unidos, prácticamente la vuelta al mundo. Al principio, el barco contaba con comida en abundancia, pero pasado un mes, ni siquiera habían alcanzado la costa africana. La comida empezaba a escasear y el ambiente se crispaba. Los contratistas de los cabezas de serpiente empezaron a pasearse con pistolas Glock y a pegar palizas a los migrantes para tratar de “calmar” los ánimos. Un mes de hambre después, el barco avistó tierra y llegó a la isla de Mauricio (al este de Madagascar), en donde el capitán, con una licencia suspendida hacía varios años, pidió permiso para que el barco fondease allí, mientras reparaban la sala de máquinas y repostaban combustible. Los periodistas locales se enteraron de que se trataba de un barco con inmigrantes ilegales, por lo que las autoridades les negaron el permiso. Ante tal situación, el capitán abandonó el barco (espléndido trabajador). Aun así, uno de los oficiales de la tripulación tomó el mando y se las ingenio para que las autoridades de Mauricio le permitieran reparar el barco y repostar. Tras otras dos semanas agotadoras en el mar, Sean y compañía llegaron a Mombasa, la mayor ciudad portuaria de Kenia. El nuevo capitán hizo cálculos y observó que con unos 300 pasajeros que habían pagado (más bien tenían que pagar) unos 30.000 dólares cada uno, el barco albergaba un botín de 9 millones de dólares, por lo que exigió más dinero a los cabezas de serpiente. Éstos se negaron, y el nuevo capitán abandonó el barco en Mombasa (otro espléndido trabajador).

Cuando las autoridades keniatas subieron a bordo, encontraron en los camarotes un sinfín de armas improvisadas. Como consecuencia de la falta de alimento y combustible, el barco había estado al borde de la anarquía durante meses. La situación llegó a un punto muerto. Como el gobierno keniata se negaba a permitir que el barco se quedara en Mombasa, el Najd II quedó anclado en un manglar, donde pescadores locales se aproximaban para intercambiar pescado fresco por las pocas pertenencias que los inmigrantes chinos llevaban encima. Sean vendió sus zapatillas y cinturón, y el resto de los pasajeros hambrientos comenzaron a vender hasta los chalecos salvavidas. Tras varios días en esta situación, varios de los inmigrantes decidieron ir a Mombasa, ya que en cualquier ciudad del mundo, por muy hostiles que sean las circunstancias, los restaurantes chinos son un clásico que nunca falla. Sean y sus compañeros no tardaron en dar con uno de los restaurantes de la zona, y los dueños se mostraron indulgentes permitiendo que llamaran a sus familiares para solicitar dinero por giro postal directamente al restaurante. Muchos de los inmigrantes empezaron a pulular por la ciudad y la policía local, como no tenían permiso legal para estar allí, decidió ir al barco a pedir explicaciones. Los pasajeros que se habían quedado, enfurecidos, recibieron a la policía lanzando todo aquello que encontraban como botellas de plástico y cualquier desecho generado durante meses en el mar. Aunque las autoridades contestaron con disparos de metralleta al aire, les dejaron permanecer en el barco. Muchos de los pasajeros, hartos de la espera, decidieron ir a la embajada china para solicitar el permiso de regreso, pero como eran vagabundos sin papeles, su propio país natal se negó a costear el regreso. Incluso algunos abrieron un restaurante chino en un hotel de Mombasa y decidieron quedarse allí. El buque permaneció en el manglar durante meses esparciendo un ánimo de desesperación entre la tripulación, agravado aún más, cuando los contratistas de las cabezas de serpiente comenzaron a llevar a las mujeres a la bodega para violarlas. A pesar de ello, Sean estaba convencido de llegar a América, y en una llamada que realizó a su familia les comentó: “O muero, o llego a Estados Unidos”.

Barco Najd II (Fuente: Shipspotting)

Debido al enorme botín que representaban los pasajeros de Nadj II, los cabezas de serpiente que se habían agrupado para fletar el barco, decidieron buscar un alternativa para cumplir con su labor. El buque ya estaba en las últimas, y las posibilidades de que pudiese realizar semejante ruta (bordear todo África y atravesar el Atlántico para llegar a EE.UU.) eran mínimas, por ello decidieron conseguir un nuevo barco, pero esta vez no lo alquilarían,lo comprarían. Como muchos de los cabezas de serpiente y sus socios operaban en Tailandia (acuérdate del chiste de aeropuerto), desde allí fletaron el nuevo barco, el Tong Sern. Hacer un viaje desde Tailandia hasta Kenia con la bodega vacía, carecía de sentido para los cabezas de serpiente, por lo que trataron de transportar 170 pasajeros chinos adicionales. Sin embargo, la policía de Bangkok se enteró de la operación y la interrumpió mientras se ejecutaba. Consiguieron cargar a 90 migrantes, pero el resto tuvo que ser abandonado en los pesqueros que los acercaban al Tong Sern para que fuesen detenidos. Debido a este incidente, una vez en altamar, algunos miembros de la tripulación descolgaron unas cuerdas por el lateral del barco y repintaron el nombre de popa, sustituyendo las palabras “Tong Sern” por “Golden Venture”.

Hartos de la espera, de los 300 pasajeros del Najd II, solo quedaban unos doscientos. Además, cuando los migrantes fueron a embarcar en el Golden Venture, varios se echaron atrás debido al reducido tamaño del barco, y razón no les faltaba. El lugar donde se debían alojar los migrantes chinos para tan largo viaje era un lugar fétido, donde cada pasajero disponía de un espacio de 70 por 180 centímetros en el suelo. Solo había un baño para todos los pasajeros y estaba reservado para las 2 docenas de mujeres. Los hombres debían orinar donde podían y defecaban en una bolsa que luego tiraban por la borda. El aire de la bodega estaba impregnado de un hedor asqueroso a excrementos y sudor. La tripulación (los contratistas de los cabezas de serpiente), por el contrario, tenían camarotes en cubierta con baños propios. La dieta en el barco se basaba en arroz y pequeñas raciones de cacahuetes y verduras secas. El suministro de agua estaba oxidado y ésta salía teñida de rojo; además, el agua potable era muy limitada por lo que tenían que lavarse los dientes con agua salada. Existía una ducha de agua salada que los pasajeros que mejor se portasen podían emplear una vez por semana. Las condiciones eran tan penosas, que la mayoría de los pasajeros se negó a hablar sobre ellas tras la travesía, bien por vergüenza, bien porque alguien que no hubiera pasado esa calamidad no sería capaz de comprender semejante situación. Cuando llegaron a Sudáfrica, debían embarcar otros 80 migrantes chinos, pero con la poca dignidad que le quedaba, el nuevo capitán se negó.

Barco Golden Venture abandonado en costas estadounidenses (Fuente: Reddit)

Tras bordear África, “solo” quedaba que el Golden Venture cruzase el océano Atlántico y arribará a la costa estadounidense. Tras más de un mes en la inmensidad del océano, bajo unas condiciones de inmundicia, el Golden Venture se aproximó a la costa este de EE.UU.. Una vez allí, debían aguardar a una serie de pequeños barcos pesqueros, que irían transportando a los pasajeros al puerto. Sin embargo, debido a una serie de conflictos internos (disputas de poder con múltiples asesinatos) en la Fuk Ching, una de las mafias que cooperaba con los cabezas de serpiente, no se pudo organizar el transporte en las pequeñas embarcaciones. Debido al monopolio que la mafia Fuk Ching ejercía en el negocio de este tipo de transportes, los cabezas de serpiente no consiguieron encontrar ningún pesquero. Los pasajeros del Golden Venture se encontraban, una vez más, recluidos en un barco, pero esta vez bajo unas condiciones mucho peores que en el Nadj II. Los cabezas de serpiente y sus contratistas decidieron realizar una empresa arriesgada, el Golden Venture debía embarrancar (quedar varado en la arena) en una playa de la zona Rockway a las afueras de Nueva York. El barco quedaría varado y sería abandonado por todos los tripulantes, por lo que destruyeron todos los documentos a bordo (papeles de matriculación, diario del capitán…). Un contratista bajó a la bodega y comentó a los hacinados pasajeros: “No tardaremos en llegar a Norteamérica. Cuando el barco toque tierra, vais a tener que prepararos, porque lo hará muy fuerte. Si sabéis nadar, saltad enseguida y nadad hasta la orilla”. Luego los pasajeros acordaron que aunque no supiesen nadar, saltarían al agua, ya que todo el que permaneciera en el barco sería detenido.

En la bodega, reinaba un ambiente de entusiasmo, todo había merecido la pena: el sacrificio, el peligro, el hambre, el mareo, las tormentas, los horrores del Nadj II y el inacabable interludio en África. Se había acabado, estaban a punto de poner un pie en tierra norteamericana. Tras la colisión del buque con la arena de la playa, los pasajeros rodaron por el suelo de la bodega y, en cuanto recuperaron el equilibrio, recogieron sus pocas pertenencias y se abalanzaron en tropel por la escalerilla. La cubierta de la embarcación era un caos: gente que chillaba y gritaba saltaba por la borda. El mar estaba picado y las olas eran feroces. El agua estaba fría (12 ºC) y el violento oleaje amenaza con engullir a la gente. De no ser por la casual presencia de un par de agentes de la Guardia Costera, muchos de los inmigrantes hubieran muerto. Fueron 10 los fallecidos, algunos por ahogamiento, y otros de un paro cardíaco sufrido en la orilla por el agotamiento y el frío. Sean, por el contrario, sabía nadar y, tras un periodo bajo el intenso frío del agua helada, llegó a la orilla. Luego, tras incorporarse, dio unos pasos y se derrumbó presa del enorme esfuerzo. Cuando se despertó se encontraba en una habitación radiantemente iluminada con un agente de policía a su lado, cuando fue asimilando todo poco a poco, hizo un descubrimiento alarmante. Estaba esposado a la cama.

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