Zombis y parásitos
Artículo basado en el libro: "La astucia de los insectos y otros artrópodos" de Jairo Robla Suárez.
ARTÍCULOS (MÓVIL)
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Si te gustan las películas o novelas de ciencia ficción, es muy probable que puedas nombrar varias cuyo argumento principal gira en torno a organismos extraterrestres. Desde la inigualable Alien, hasta la emotiva E.T. el extraterrestre, pasando por algunas de carácter más bélico como La guerra de los mundos o Men in Black, las historias basadas en seres del espacio exterior abarrotan nuestra taquilla y nuestras librerías. Sin embargo, por decepcionante que resulte, lo cierto es que el contacto con civilizaciones extraterrestres es pura especulación. A día de hoy, las evidencias científicas de que hayamos tenido contacto con seres de otros mundos son inexistentes. Por suerte, en nuestro planeta podemos encontrar una serie de organismos, que debido a su “aterradora” morfología, bien podrían clasificarse como organismos alienígenas; estoy hablando de los insectos, o para ser más preciso, de los artrópodos (filo del reino animal que incluye insectos, arácnidos, miriápodos y crustáceos). Al igual que el organismo protagonista de Alien: el octavo pasajero, muchos de estos artrópodos son capaces de vivir (al menos en una de las etapas de su ciclo vital) a expensas de otros seres, concretamente, a través de relaciones interespecíficas de parasitismo. En este artículo analizaremos algunos de estos casos.
Aunque el organismo extraterrestre de Alien causa la muerte de su hospedador, lo normal es que esto no ocurra, ya que una vez muerto el hospedador, también muere el huésped. Por ello, muchos de los artrópodos parásitos son capaces de aprovecharse de los organismo que parasitan hasta un límite no mortal. Con esta premisa podemos encontrar al primer protagonista de este artículo, que no solo se ha empleado como fuente para películas de ciencia ficción sobre alienígenas, sino que también ha servido de inspiración para otro gran nicho del cine de ficción, las películas de zombis. Es muy probable que conozcas o hayas oído hablar del hongo del género Ophiocordyceps, que es capaz de zombificar a las hormigas, pero en este artículo estamos hablando de artrópodos, no de hongos. Un animal análogo de este organismo del reino fungi, es la avispa esmeralda del género Ampulex. Seguro que de esta avispa no tienes tantas noticias. Una de las especies de este género (Ampulex compressa) es conocida como la avispa de las cucarachas, y el motivo de este nombre es aterrador. Cuando una avispa de estas especies está lista para realizar su puesta de huevos, busca por los suelos de la selva una cucaracha (muchísimo más grande) a la que asesta dos pinchazos consecutivos. El primero, va dirigido a los ganglios nerviosos que controlan la movilidad de la cucaracha, paralizando las patas delanteras de forma temporal. Una vez que la presa está inmovil, el segundo picotazo inocula un veneno sobre el ganglio nervioso que regula el comportamiento de escape. De esta forma, la cucaracha quedará extasiada o drogada adquiriendo un estado de relajación, que bien podría calificarse como zombificación. Tras esto, la avispa subirá al lomo de la cucaracha, y tras arrancarle un segmento de antena que usará como rienda, dirigirá a su particular montura hacia la tumba. Una vez que la cucaracha es dirigida hacia una pequeña madriguera, la avispa deposita un pequeño huevo en su abdomen y sella la madriguera. A los 3 días, con la cucaracha aun zombificada pero viva, el huevo eclosiona y empieza a alimentarse de su huésped, para introducirse dentro de él y comenzar a alimentarse desde su interior. Cuando esté lista, la larva pupará (para hacer la metamorfosis) y al transcurrir de un tiempo una nueva avispa emergerá de los desechos devorados de la cucaracha.


Avispa esmeralda o Ampulex compressa (Fuente: Muhammad Mahdi Karim)
Seguro que conoces el caso de los cucos que realizan un tipo de parasitismo muy específico conocido como parasitismo de cría. Mediante este proceso, la pareja reproductora de cucos, selecciona un nido de otra especie donde deposita sus huevos para que sus vástagos sean criados por los propietarios del nido. ¿No estábamos hablando de insectos? Lo cierto es que sí, pero el parasitismo de cría es algo muy común entre los artrópodos, y necesitaba un ejemplo conocido para explicarlo. Existen moscas que ponen sus huevos en los nidos de abejas, o abejas que ponen sus huevos en nidos de otras abejas. Pero el ejemplo que emplearé para explicar este inusual y extendido modo de parasitismo, es el de las avispas del género Glyptapanteles, presentes en América y Oceanía. Las hembras de estas avispas depositan sus huevos en las orugas del género Lymantria o Acronicta (mariposas) que continúan con su vida normal sin percibir la presencia de ningún parásito. A medida que las larvas del interior crecen, se van alimentando de las partes no vitales de la oruga, y cuando están preparadas para pupar y convertirse en avispas, las orugas dejan de alimentarse y se convierten en fieles siervas de sus huéspedes. En este momento, las orugas treparan a los tallos de herbáceas (no de árboles) más altos para que las larvas de avispa emerjan y puedan pupar. Es aquí cuando empieza el parasitismo de cría, ya que las orugas no sólo cubrirán la pupa de su fina seda (para protección), sino que también mostrarán movimientos compulsivos ante la presencia de cualquier posible depredador que se aproxime a las crisálidas. Las orugas morirán de hambre y las avispas podrán emerger en su forma adulta para continuar con el ciclo. Este fenómeno es conocido como “manipulación del guardaespaldas” y por sorprendente que parezca, está muy extendido entre los insectos.
Como estamos viendo en este artículo, el parasitismo de los insectos es un mundo inmenso. Existen parásitos que se trasmiten de forma directa por contacto, otros por la alimentación, incluso hay algunos que cambia el sexo del hospedador. Algunos mantienen con vida a su hospedador, mientras que otros siempre acaban con él (parasitoides), y es en este último grupo donde podemos encontrar una gran cantidad de moscas (dípteros) y pequeñas avispas (himenópteros). También podemos encontrar parásitos como la mantispa, cuyas larvas, tras eclosionar, se aferran a cualquier insecto que encuentren (a través de un proceso conocido como "foresis”) para ser transportadas a lugares lejanos, una especie de autobús gratuito. Mediante esta interminable red de transporte “público”, las larvas de mantispa van creciendo hasta que seleccionan su último vehículo, la araña lobo de la familia de los licósidos, que será la encargada de portar sus huevos. Estas arañas, se caracterizan por ser unas madres protectoras que tejen un fina bolsa de seda donde transportan sus huevos. La mantispa, hace una pequeña incisión en esta bolsa, y una vez dentro, empieza el festín sin que la araña lobo se percate de nada. Una vez que los huevos de araña están listos para emerger, la madre araña se lleva una sorpresa cuando ve que de su bolsa de retoños no sale más que mantispa, que tras extender sus alas, echa a volar.
Otra de estas relaciones de parasitismo, es conocida como hiperparasitismo, y es que en la naturaleza nadie está a salvo, ni siquiera los parásitos, ya que como resulta lógico, ellos también pueden presentar otros parásitos. Para ejemplificar este caso, veamos un primer hospedador, las mariposas. Muchos de estos bellos insectos, pertenecen al género Pieris, como Pieris brassicae o la mariposa de la col, que causa auténticos estragos en nuestros cultivos. Para controlar esta plaga, muchos agricultores emplean el control biológico mediante el uso de Cotesia glomerata, una pequeña avispa que pone los huevos en el interior de la larva de mariposa, para que una vez eclosionen, se alimenten desde su interior. Aquí es donde aparece el hiperparásito, ya que estas avispas, a su vez, son parasitadas por otra avispa de la familia de los icneumónidos. Las hembras de esta segunda avispa solo parasitan larvas de una especie concreta, Cotesia glomerata. Las avispas hiperparásitas, son capaces de detectar las orugas de la mariposa de la col que están parasitadas, y cuando estas están listas para pupar, introducen un huevo en el interior de la crisálida. Transcurrido un tiempo, de esta pupa no emergerá la primera avispa, sino la segunda, el verdugo del verdugo. Esto puede resultar muy sorprendente, sobre todo en el caso de las avispas del género Mesochorus que son capaces de poner un huevo en el interior de las larvas que están parasitando a una oruga de mariposa, ¡menuda precisión de cirujano!


Oruga de mariposa protegiendo las pupas de su parásito Glyptapanteles sp. (Fuente: José Lino-Neto)
Continuando con los bizarros métodos de parasitismo empleados por los insectos, podemos encontrar uno de los órdenes de insectos más desconocidos, los estrepsípteros (parásitos de otros insectos con un dimorfismo sexual muy marcado), más concretamente, la familia de los estilópidos cuyas hembras buscan una abeja o una avispa para parasitar, y cuando se introducen en su interior, dejan fuera el abdomen para que los machos las localicen y las fecunden. Si creías que una cópula no se podía practicar con uno de los participantes en el interior de un cuerpo y el otro en el exterior, te equivocabas. Tras la fecundación, la hembra no abandona el huésped, al igual que los huevos, que tras eclosionar en el interior de la madre, tampoco abandonan el cuerpo de su progenitora. Las larvas que salen de estos huevos, comienzan a alimentarse de la hemolinfa (como nuestra sangre) de su madre por osmosis. Una vez alimentadas, las larvas abandonan el cuerpo de su madre, y a su vez, el del huésped (abeja o avispa). Los machos buscan un segundo insecto al que parasitar, para pupar en su interior y emerger como adultos alados para encontrar una pareja reproductora. Las hembras localizan una nueva abeja o avispa y no vuelven a salir nunca de ella. ¿Y las hembras no pupan (metamorfosis)? Pues lo cierto es que aunque algunas especies sí que realizan una metamorfosis parcial, conservan los caracteres de su fase juvenil; es decir, no desarrollan alas patas o antenas, y se parecen mucho a las larvas que salieron de los huevos. Este tipo de organismos que retienen características juveniles en su etapa adulta, se denominan neoténicos, y nosotros tenemos bastante de neotenia, aunque esa cuestión la dejaremos para otro artículo.
Hemos visto varios y sorprendentes casos de parasitismo, pero siempre que se reflexiona sobre este tema suele parecer una duda de forma recurrente, ¿si el hospedador de un parásito se extingue, también lo hará el parásito? Lamentablemente la respuesta es mayoritariamente afirmativa. Aunque existen ciertos parásitos capaces de hospedarse en diferentes especies, también existen algunos que parasitan exclusivamente a una especie, ¡incluso a una sola población! Todo el mundo se preocupa de la extinción de grandes mamíferos, algunos se inquietan por las mermadas poblaciones de los demás vertebrados (peces, reptiles, aves y anfibios), incluso hay quien se alarma por la preocupante desaparición de las abejas (y normal ya que polinizan las plantas que comemos), pero, ¿a quien coño le importan los parásitos? Lo cierto es que a muy poca gente. ¿Por qué nos deberían preocupar los organismos que parasitan a especies en peligro de extinción?, ¿no será mejor que se extingan para poder preservar la especie en peligro? La verdad es que no. Los parásitos, al igual que cualquier organismo de un ecosistema, ayuda a mantener el equilibrio de su entorno. Los parásitos pueden ayudar a realizar un control natural de las poblaciones de otras especies, evitando que algunas se desmadren; por no hablar de que sin los parásitos no hubiéramos evolucionado como lo hemos hecho (consultar artículo). ¿Quién crees que ha contribuido a que desarrolles un sistema inmunitario tan sofisticado como el que tienes? Pues los parásitos. Sin esa guerra entre las armas de parasitación y nuestros mecanismos de defensa, nunca hubiéramos llegado a ser lo que somos. Por ello, para poner fin a este artículo, es necesario mencionar una de las víctimas de este desinterés por estos organismos, Felicola isidoroi, o el piojo del lince ibérico. Cuando las poblaciones de Lince ibérico eran tan reducidas que el ser humano se vio obligado a intervenir, lo primero que se hizo para criar en cautividad a los linces, fue desparasitarlos, acabando así con la existencia de uno de sus ectoparásitos (parásitos externos), Felicola isidoroi. Por suerte, aún se conserva un único ejemplar de la especie en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Así que si algún día estas por Madrid, dedica un poco de tu tiempo a visitar este museo y observa ese extraño ejemplar extinto, recordando la importancia de los parásitos en nuestras vidas.
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