¿Qué tienen en común Bolsonaro, Orbán y Le Pen?

Artículo basado en el libro: "Trumpismos: Neoliberales y autoritarios. Radiografía de la derecha radical" de Miguel Urbán.

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Más de 100 años después de que los seguidores del líder fascista Benito Mussolini organizaran una marcha hacia la capital italiana (Marcia su Roma), con el objetivo de presionar al gobierno para que cediese el poder al Partido Nacional Fascista; los partidos autoritarios y neofascistas, están entrando en tromba en las instituciones gubernamentales de una cada vez mayor cantidad de países europeos, y en menor medida, alrededor del globo. Sin embargo, aunque todos estos grupos o partidos políticos muestran una serie de diferencias entre sí, y respecto a los antiguos fascismos de la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que sus semejanzas, son abundantes y muy marcadas. Actualmente existe un proceso de polarización política sobre el que se construye el auge del fenómeno de neoliberalismo autoritario que está principalmente abanderado por la extrema derecha. “Forma parte de una tendencia general: el surgimiento de movimientos que ponen en entredicho desde la derecha los poderes establecidos y hasta cierto punto la propia globalización económica (el euro, la UE, el establishment) y que traza una suerte de constelación posfascista; pero se trata de una tendencia heterogénea que reúne corrientes diversas” afirma Enza Traverso, historiador contemporáneo italiano. Estamos viviendo un momento político reaccionario de radicalización de las derechas, que ponen en entredicho el neoliberalismo progresista, y lo contraargumentan mediante una respuesta autoritaria. Aun así, este rechazo de la extrema derecha a la globalización y la emergencia del proteccionismo (por ejemplo EE.UU. está imponiendo aranceles a productos chinos, y en respuesta, China hace los mismo con productos estadounidenses y europeos), no responden a un sentimiento antineoliberal; más bien, responden a una gestión de este orden neoliberal para mantener la hegemonía de las naciones dominantes (EE.UU. y Europa). El triunfo de Trump y el Brexit, son dos ejemplos claros de esta tendencia. Este auge de la extrema derecha no es una excepción, sino una deriva lógica de la ideología por parte de una burguesía anglosajona que trata de reafirmar su posición dominante, y una clase obrera sublimada por las crisis financieras que busca mejorar su estatus mediante el voto anti-establishment. No obstante, no solo debemos atribuir el éxito de la extrema derecha al electorado, sino al discurso vertebrador y unificador que permite marcar una “agenda” común más allá de los partidos políticos y las distintas derechas. Pero, ¿cuáles son las ideas que unifican a esta extrema derecha? Veámoslo.

Marcha fascista sobre Roma, octubre de 1922 (Fuente: Wikipedia)

Si tratamos de aglutinar a los grupos responsables del auge de la extrema derecha a nivel mundial, desde los neoconservadores con unas tendencias económicas con ciertos matices proteccionistas y chovinistas (como Trump en USA, Le Pen en Francia o Salvini en Italia); hasta la derecha más liberal y anarcocapitalista (como Milei en Argentina), todos ellos muestran una serie de rasgos comunes que nos permiten identificar esta ola reaccionaria global. En primer lugar, uno de los factores de cohesión más empleados por estos partidos, y que apela a nuestra ancestral dicotomía entre el exogrupo y el endogrupo, se basa en la islamofobia y en el choque entre civilizaciones que supuestamente genera la expansión del islam, así como su incursión en las sociedades occidentales. Este factor se centra en provocar miedo y descontento entre la población, en cuanto a la supuesta pérdida de los valores tradicionales cristianos, desencadenada por una mayor presencia del islamismo y sus seguidores en las sociedades europeas. Esta islamofobia, muestra una estructura semejante al antisemitismo de los fascismos de principios de siglo XX, pero esta vez los judíos no son un enemigo, sino un aliado con que el que combatir al adversario musulmán. Esta islamofobia, nacida tras el 11 de septiembre de 2001, cae en el falso supuesto de que el mundo islámico es algo uniforme, bárbaro y atrasado, que se presenta como una contraposición a occidente, el supuesto único representante de la civilización. Estas ideas se pueden observar en discursos de políticos como el de Ortega Smith (ex secretario general del partido Vox en España): “Nuestro enemigo común, el enemigo de Europa, el enemigo del progreso, el enemigo de la libertad, el enemigo de la democracia, el enemigo de la familia, el enemigo de la vida, el enemigo del futuro, se llama invasión, la invasión islamista”.

Esta islamofobia ha generado que en la preservación de la identidad cultural de cada nación se haya incorporado una reivindicación de conservación de lo europeo u occidental frente a esa supuesta “amenaza islámica”. Uno de los elementos centrales de este odio a lo musulmán, se basa en la estigmatización que llega a su apogeo cuando equiparamos al inmigrante con un delincuente, o peor, con un terrorista. De esta forma, se ha justificado la militarización de las fronteras y una legislación migratoria que alimentan la imagen del inmigrante como enemigo exterior. Como la intelectual francesa Claire Rodier afirma: “En vez de cuestionar su relación con el resto del mundo, los gobernantes [...] prefieren ofrecer a una población traumatizada por el miedo causado por los atentados una solución simple y electoralmente más rentable: hacer creer a todos que se les iba a proteger cerrando las puertas.” Este miedo convierte a los europeos en los “refugiados” que literalmente huyen hacia atrás y se encierran tras los muros de la ignorancia y el racismo. Aunque se haya abandonado el cientificismo y el biologicismo del racismo ario del siglo pasado, y la xenofobia actual se sostenga sobre prejuicios culturalistas (consultar artículo), siguen empleándose las diferencias físicas para remarcar la alteridad del musulmán, caracterizándolo con una larga y densa barba y una nariz ganchuda (como si todos fueron iguales). Un ejemplo característico de esta islamofobia como un elemento de agregación política de la extrema derecha, lo podemos observar en el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (PVV) de los Países Bajos. Se trata de una de las formaciones de la derecha radical europea más importantes, y ha conseguido ganar las elecciones legislativas de 2023 con un programa centrado en “desislamizar” Holanda, relegando los aspectos más importantes de la política a segundo plano. Por no hablar de que la figura más notoria de este partido, Geert Wilders, se hizo famoso gracias a un documental fuertemente islamófobo y cargado de odio que cumplió con su principal objetivo: generar polémica para ganar notoriedad mediática. El PVV es el primer partido de extrema derecha que ha conseguido ganar unas elecciones en Europa desde 1945, y lo ha hecho gracias a un discurso centrado en el racismo.

Geert Wilders, líder del Partido por la Libertad (PVV) (Fuente: Wikipedia)

El segundo gran aglutinador de esta extrema derecha neoliberal y autoritaria, se centra en uno de los principales ejes de la lucha ideológica actual, el cuerpo de las mujeres. Esto, en cierta medida, se puede explicar en función de 3 factores. En primer lugar, la cuarta ola feminista de la segunda década del siglo XXI, que ha conseguido suscitar un interés mediático por la justicia social, el acoso sexual o la violencia de género. En segundo lugar, el debate sobre la violencia ejercida hacia el cuerpo de la mujer (violencia de género o limitación del derecho al aborto), que se ha polarizado y politizado mediante movimientos como el Me Too, el movimiento por el derecho al aborto de los pañuelos verdes en Argentina o las mujeres de negro en Polonia. En tercer lugar, la aparición en las redes sociales de una conciencia feminista colectiva que ha adquirido una dimensión política internacional. Estos 3 factores han obligado a los actores políticos a posicionarse públicamente, en donde la extrema derecha ha escogido el bando contrarrevolucionario. De hecho, el antifeminismo se ha convertido en un “pegamento” de esta ideología que permite incorporar a sus filas sujetos esencialmente apolíticos. Se trata de una constante en el programa ideológico de la casi totalidad de los partidos de extrema derecha. Este antifeminismo es una negación a repensar una sociedad mejor para todos, generada en base a la neurosis de que se quiere “feminizar” a los hombres. Este resquebrajamiento de la identidad masculina tradicional, se debe a que las mujeres han ido ocupando con mayor notoriedad el espacio público, y a que se han alterado las estructuras familiares clásicas. Si a esto le sumamos que las crisis económicas dificultan la estabilidad laboral, tirando al traste el rol tradicional masculino de proveedor económico, el fuerte sentimiento antifeminista emerge como una idea que va más allá de lo político, y se adentra en el terreno de lo cultural e identitario. Por lo tanto, esta ideología no solo nace de una sociedad patriarcal, sino también de la inseguridad ante la precariedad laboral que genera la política neoliberal. Es algo parecido a lo que ocurre con la islamofobia y la xenofobia, en donde el inmigrante se convierte en el eje de los problemas del ciudadano; mientras que en el caso del antifeminismo, es el cuestionamiento de la masculinidad clásica lo que se convierte en el eje problemático. Como indica la tercera ley de Newton, cualquier acción tiene una reacción igual y opuesta, y la política no escapa a las leyes del sabio inglés. La nueva explosión del feminismo de cuarta ola ha generado una importante reacción en algunos hombres (Angry White Men como los define el sociólogo Michael Kimmel), que sienten un malestar identitario por el cuestionamiento respecto a todo lo que habían aprendido sobre cómo ser hombres. El antifeminismo nace como una crisis de virilidad, y es empleado por la extrema derecha como un campo de batalla ideológico en el que se confrontan las posiciones ellos/nosotros (como con la xenofobia) y tratan de aglutinar a un cada vez mayor electorado. Aunque muchos partido de extrema derecha muestran un acérrimo antifeminismo (normalmente ligados fundamentalismos religiosos), muchos otros utilizan el "purplewashing" (lavado de imagen lila), para criminalizar a los sectores inmigrantes (sobre todo musulmanes) como únicos responsables de la discriminación hacia las mujeres, validando así sus posturas xenófobas.

Un ejemplo de cómo el antifeminismo ha conseguido aunar a grupos ideológicos diversos, lo podemos observar en la elección de Jair Bolsonaro como presidente de Brasil (en las penúltimas elecciones). Uno de los grandes eslóganes de campaña de este ultraderechista se fundamentó en la oposición al feminismo, la eliminación de las clases de educación sexual, la derogación de los derechos de la comunidad LGTBIQ+, así como la frustración de cualquier tentativa para aliviar las estrictas leyes sobre el aborto. Antes de establecer este combate contra la “ideología de género”, Bolsonaro era prácticamente insignificante, pero con su postura radical atrajo a las influyentes iglesias pentecostales y neopentecostales, que mediante un apoyo económico y mediático, propulsaron la carrera electoral del candidato hasta el gobierno. De hecho, para la elección de Bolsonaro se estableció una unión inédita de las iglesias evangélicas que antes competían entre sí, convirtiendo la ideología antifeminista como un elemento aglutinador de votantes. Esto se vio reflejado en la selección de la ministra del ministerio de Mujeres, Familia y Derechos Humanos, Damares Alves, una pastora evangélica contraria al aborto incluso en los casos de violación. Como muchos sabréis, Jair Bolsonaro no es más que una fotocopia de baja calidad de Donald Trump, y este último ha empezado su campaña para las próximas elecciones afirmando que derrotaría “el dogma de la ideología de género”. Trump no es ningún imbécil (como ha demostrado su reciente victoria electoral), y sabe que con este discurso es capaz de atraer los votos de los teocons (la nueva derecha cristiana) que comparten este tipo de posturas ideológicas.

Reunión entre Trump y Bolsonaro en la Casa Blanca en 2019 (Fuente: BBC)

Otra de las máximas bajo las que se ampara esta nueva extrema derecha, se basa en la negación del cambio climático, o como veremos, la negación de casi cualquier cosa. La lógica productivista y mercantil de nuestra civilización capitalista-industrial no está conduciendo a un desastre ecológico sin precedentes. Tarde o temprano, esperemos que más tarde que temprano, las consecuencias del cambio climático serán de unas proporciones incalculables. En ese momento, el dilema de “socialismo o barbarie” de Rosa Luxemburgo alcanzará plena vigencia, pero hasta entonces, la negación de tanto las causas como las consecuencias, será empleada por la extrema derecha para justificar sus medidas neoliberales, y beneficiar a las empresas que avalan sus campañas electorales. Sin embargo, también existe el prisma (basado en experiencias) bajo el que el cambio climático ya participa en los conflictos armados por la escasez de recursos o produce el desplazamiento de miles de personas fuera de sus hogares. Esta barbarie climática ya está aquí, aún así, las formaciones de extrema derecha siguen negando las evidencias científicas para defender la depredación de recursos que requiere un sistema neoliberal. Hace un par de décadas, este tipo de negación de lo evidente, ya se orquestaba bajo el amparo de lobbies y think tanks de la industria de extracción de recursos naturales, lo que permitió la asociación entre los intereses de las multinacionales, y los de la emergente extrema derecha. Esto es muy peligroso, ya que establece un canal por lo que las corporaciones vierten millones de dólares hacia pseudocientíficos y generadores de opinión, mientras que estos, a su vez, vierten basura negacionista y alteran los hechos demostrados. Un ejemplo de ello son los hermanos Koch, pertenecientes a una estirpe petrolera que ha llegado a ser la tercera fortuna de EE.UU., que han actuado de mecenas para financiar una potente maquinaria política conservadora y negacionista. Con este objetivo, han creado fundaciones que rivalizan con el partido republicano a la hora de marcar la agenda conservadora en los Estados Unidos, ligando los intereses de una multinacional con los de la extrema derecha. Volviendo al caso de Bolsonaro con Brasil, el 80% de los fondos de su campaña de 2022, fueron abonados por 50 donantes individuales (aunque desde 2016 las donaciones corporativas en campañas electorales estaban prohibidas), de los cuales 33 presentaban un vínculo con la agroindustria. En el caso de Lula (su principal adversario), el 97% de los fondos de campaña procedían de la financiación pública; por su puesto, esta financiación también fue empleada por Jair. Una de las políticas adquiridas por Bolsonaro, para defender los intereses expansionistas de las agroindustrias, ha sido la de tratar a los indígenas como enemigos de la nación, intentando expulsarlos de sus tierras y emplearlas como campos de cultivo. La negación del cambio climático avaló este tipo de políticas, además de un sinfín de sinsentidos medioambientales.

En Europa, la postura negacionista del cambio climático siempre ha tenido un impacto reducido, es muy superior a su opuesto, la postura ecologista. Sin embargo, tras la crisis de 2008, el escepticismo sobre el carácter antropogénico del cambio climático ha ganado un gran número de adeptos entre los sectores socioeconómicos conservadores que temen perder su estatus social. Es decir, su postura negacionista ante las evidencias científicas se basan en intereses económicos ¡Viva el pensamiento crítico! En un estudio sobre las políticas medioambientales de 21 partidos de extrema derecha presentes en el Parlamento Europeo, 2 de cada 3 parlamentarios votan sistemáticamente en contra de cualquier medida climática. Aunque este sector negacionista europeo no emplea discursos tan radicales y acientíficos como sus homólogos en Norteamérica y Sudamérica, sus objetivos y estrategias son similares: mantener los intereses de las corporaciones extractivistas bajo el pretexto de defender a la clase trabajadora del fanatismo climático de la izquierda. Por ello, que el partido ultraderechista español VOX, reciba más donaciones particulares anónimas que el la suma del resto de partidos, no es algo raro.

Grafiti atribuido a Bansky en las calles de Londres (Fuente: Ethic)

Como ya he reiterado a lo largo del artículo, esta nueva extrema derecha es muy diversa y presenta discurso diferentes para defender en esencia lo mismo. En el campo del negacionismo climático, podemos encontrar diversas posturas. En primer lugar encontraríamos a los explícitamente negacionistas, como Trump, Bolsonaro o Orbán, que cuestionan el consenso científico sobre la existencia de un cambio climático antropogénico. Como atacar a la comunidad científica es chocarse contra un muro, literalmente trabajan exclusivamente para buscar la verdad, la extrema derecha ha cambiado el foco de sus ataques y los ha dirigido hacia los activistas del cambio climático. Gracias a un discurso más emocional sustentado en cierta medida por actos cuestionables como los reiterados ataques a obras de arte, estos activistas se convierten en blancos más sencillos sobre los que situar la diana de la batalla cultural. En segundo lugar, podríamos encontrar una postura más “moderada” que no niega el cambio climático, pero que afirma que es algo natural y común en los ciclos climáticos terrestres. Negando de esta forma la implicación del hombre. Si el cambio climático no es de origen antropogénico (que lo es), entonces las medidas medioambientales carecen de sentido ya que un mayor o menor consumo de combustibles fósiles no va cambiar nada. En tercer lugar, tendríamos un discurso que acepta el cambio climático y su origen antropogénico, pero responsabiliza a otros de él, en especial a China y otros países emergentes del Sudeste Asiático, o países en vías de desarrollo que no aplican políticas ambientales, y por lo tanto generan una competencia económica desleal. Como el cambio climático antropogénico es un hecho científico y no una postura ante un debate ético, la extrema derecha tiene perdida la guerra en este frente antes de empezar. Por esta razón, cada vez se observan posiciones más cercanas a la defensa al medio ambiente dentro de este sector. Aunque en varias ocasiones esta postura pro-medioambiente se emplea para reforzar otras ideas como la de la xenofobia, culpando una vez más al inmigrante, de las consecuencias del cambio climático. Mediante la defensa del localismo y el consumo de proximidad (algo positivo), esta nueva ultraderecha trata de justificar sus posturas xenófobas y de cierre de fronteras, posicionándose en un supuesto terreno “intermedio” entre el radicalismo de izquierdas y el acientificismo de la extrema derecha negacionista. “No quiero elegir entre los histéricos seguidores de Greta y los clima-escépticos que niegan el daño causado por un modelo ultra productivista y por la obsolescencia planificada” decía Marion Maréchal (teórica de la extrema derecha europea) en la Conferencia de Conservadurismo Nacional en Roma.

El presidente de Vox, Santiago Abascal, y el Presidente de Hungría, Viktor Orbán, reunidos en la Conferencia de Conservadurismo Nacional en Roma en 2020 (Fuente: La mañana)

Como ya he mencionado, el negacionismo dentro de esta nueva extrema derecha es algo muy usual, y no solo en el ámbito climático. Las conspiraciones en el seno de esta ideología son más norma que excepción. El ejemplo más característico de esta ciega creencia en las conspiraciones, lo podemos encontrar en el caso del “Pizzagate”, donde tras la victoria electoral de Donald Trump en 2016, Edgar Welch irrumpió con un rifle militar en una pizzería a las afueras de la ciudad de Washington y abrió fuego. Su intención era detener una supuesta red de prostitución infantil orquestada por Hilary Clinton. Esto no fue más que uno de los múltiples bulos que circularon para afectar a los resultados electorales. Estas estupideces y demás teorías de la conspiración han sido propagadas por la extrema derecha de forma sistemática, en parte, gracias al poder de las redes sociales de esparcir mensajes de odio de una forma vertiginosa. Sin embargo, los bulos para estigmatizar a minorías o los delirios irracionales que tratan de desvelar cómo funciona “realmente” el mundo, son tan antiguos como la propia historia humana. Además, esta información falsa aumenta su presencia en momentos de agitación social como la pandemia o las crisis económicas. Desde las conspiraciones de los illuminati y los masones para atacar rivales políticos y minorías judías, hasta las conspiraciones del Gran Reemplazo que supuestamente organizan los países musulmanes para acabar con los valores tradicionales de Europa, pasando por lo “plandemia” y la negación a las clamorosas evidencias de la ciencia, los bulos han sido empleados como herramienta de propaganda política desde hace siglos. Hasta la morfología de la Tierra, descubierta hace más de 2.500 años, se pone en duda. Junto al hecho de que las redes sociales son un enorme altavoz y divulgador de los mensajes de odio (consultar artículo), la era de la sobreinformación en la que vivimos es el otro catalizador del gran impacto de estas conspiraciones. El ciudadano, inundado por las incertidumbres del enorme mercado de informaciones, y temeroso de ser engañado, no es capaz de discernir de forma crítica la verdad de la mentira. La extrema derecha se aprovecha de ese estado de inseguridad y desconfianza para maquillar como verdades las más siniestras mentiras.

Estas no son más que unas pocas de las muchas características que aúnan a esta ola reaccionaria global. Esta nueva extrema derecha es un peligro debido a la capacidad de influencia que genera en el ciudadano, en parte, debido a las campañas de desinformación y los cuantiosos recursos económicos que les brindan sus relaciones con las multinacionales. Además, su enfoque más emocional, que apela a una dicotomía ancestral de nuestra psique entre el endogrupo (los que son como nosotros) y el exogrupo (los demás), vuelve más pasional el debate ideológico, reafirmando sus posturas de manera irracional. Por ello, es necesario ganar el debate desde el argumento y no desde una emoción visceral. La razón y la evidencia deben de ser las armas empleados y no los insultos y las vejaciones hacia un grupo que simplemente tiene un sistema moral diferente (consultar artículo). Transportar el debate cultural al terreno más emocional y pasional, no hace más que avalar el discurso de la extrema derecha ya que reafirma, aún más si cabe, la mayoría de sus posturas.

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